El Papa pide más control en los mandatos de los conventos para evitar abusos a religiosas

El Papa ha instado a vigilar más la pastoral vocacional, la formación y a ejercer más controles sobre «la duración de los mandatos y la acumulación de poderes» para evitar «abusos de autoridad y poder».

Francisco recibió este sábado en el Palacio Apostólico del Vaticano a los participantes de la Plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica en el Palacio Apostólico y denunció los abusos «de todos los días» en referencia a los chantajes emocionales y las presiones psicológicas contra las religiosas en los conventos que «dañan la fuerza de la vocación».

Como referencia de estos abusos, el Papa citó el libro del periodista Salvatore Cernuzio titulado ‘El velo del silencio’, en el que recoge once testimonios de abusos de monjas o exmonjas. «Sobre este tema ha caído en mis manos de reciente la publicación de Salvatore Cernuzio, no los que son llamativos, sino los abusos de todos los días que dañan la fuerza de la vocación», relató el Pontífice.

ABUSOS DE PODER Y SEXUALES

Así, Francisco admite que hay comunidades religiosas, conventos y monasterios que representan «por desgracia» un ambiente donde se consuman muchos abusos de poder y algunos abusos sexuales.

El libro de Cernuzio narra casos de maltrato psicológico, presiones, acoso y chantajes emocionales sufridos por mujeres durante su vida consagrada que prefieren mantener el anonimato.

Por ejemplo, una amiga de la infancia del autor que entró en un convento de clausura relata que en marzo de 2020, en pleno confinamiento por la pandemia, sus superioras la echaron de la comunidad con estas palabras: «No eres obediente, no quieres ser santa, no tienes vocación».

Otra de las religiosas relata cómo su experiencia en comunidad se asemejaba más a la de «un cuartel militar» que a la de un monasterio. «Era como si estuviera adoctrinada (…) Me impresiona pensar que esa rigidez que me hacían sufrir se aplicase también a las más pequeñas», explica.

Otra monja, nacida en Australia e identificada solo como hermana Elizabeth, revela que durante su vida en el convento interiorizó que todas tenían que obedecer «como perros». «Nos decían que nos sentáramos y nos sentábamos; que nos levantáramos y nos levantábamos; que nos diéramos la vuelta y nos dábamos la vuelta», detalla.

Mientras, Aleksandra, nombre ficticio de una joven consagrada de 31 años, explica que tras confesar a su superiora de la congregación que habría sufrido abusos sexuales por parte de un sacerdote con el que trabajaba en un proyecto, ésta la acusó de haberlo provocado ella. «Obviamente habéis sido vosotras las que habéis provocado al sacerdote», le espetó.

Finalmente, acabó buscando ayuda fuera de la Congregación donde vivía. «No sé adónde iré, solo quiero seguir a Jesús, y aquí ya no es posible. Ya no puedo vivir en esta situación y tengo miedo de destruir mi salud física, psicológica y espiritual. Espero encontrar ayuda, tal vez por parte de algunos laicos porque sé que mi congregación no se preocupará por mí «, lamenta.

De hecho, uno de los temas que trata en el libro es la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres consagradas cuando dan el paso definitivo y salen del convento: «La culpa siempre es del que se va», señala Aleksandra, que acabó dejando su vida religiosa después de 30 años.

RACISMO

El racismo es otro tema que emerge en este libro, sobre todo, en el caso de las monjas jóvenes que proceden de países de África o Asia. Según el autor, este tipo de abusos se dan también en mujeres europeas, pero en realidad son «las mujeres africanas y asiáticas, en particular las que vienen de India y Filipinas», las que están más expuestas. Las de estos países, corren más riesgo, porque están desprovistas de una red de apoyo y son obligadas en muchos casos a aceptar «compromisos» para poder comer y no acabar durmiendo en un parque o en una estación.

Otra de ellas es Anne-Marie, de Camerún. Su madre falleció mientras ella estaba en el primer año de noviciado y ni siquiera le comunicaron la noticia hasta pasados unos días. Marcela, otra de las religiosas, explica cómo la mortificación psicológica era asimilada «al ideal de perfección» por parte de las superioras. «Intentaba por todos los medios no ser humillada. Me levantaba antes de la hora para no llegar tarde; comía rápidamente; siempre estaba presente en las oraciones y en las tareas, aunque estaba cansada y mi cuerpo me pedía descansar. No quería que me riñesen», recuerda.

Otro de los testimonios detalla cómo el trabajo y el sacrificio son considerados los valores más altos de todos. «Una monja agotada por el trabajo es igual a una buena monja. Lo que importa es la cantidad de cosas que haces: planchar, lavar, cocinar, acompañar a alguien. (…) Este sistema se puede comparar con la ideología de los países comunistas, donde la persona cuenta mientras pueda trabajar», señala en el libro.

Un relato significativo recogido por Cernuzio es el de una psicóloga que ha acompañado a cerca de quince monjas contemplativas que habían presentado su renuncia y que sentían ganas de suicidarse. «No mostraban signos de desequilibrio mental o de depresión severa. Las causas estaban relacionadas más bien con el estilo de vida (…) Habían intentado convertirse en la santa monja perfecta renunciando a todo lo que aspiraban», explica la experta en el libro.

Durante su encuentro, el Papa también hizo hincapié en fenómenos presentes en las congregaciones como «la disminución numérica en varias partes del mundo» o «la conciencia de un tiempo de fatiga, de experiencias innovadoras no siempre con resultados positivos». No obstante, para el Papa «prevalece la esperanza, fundada en la belleza del don que es la vida consagrada». En este sentido, instó a «centrarse en el don de Dios, en la gratuidad de su llamada, en el poder transformador de su Palabra y de su Espíritu».

En todo caso, advirtió de los peligros que acechan la vida consagrada como «los fundadores que a veces tienden a ser autorreferenciales», que se sienten «los únicos custodios o intérpretes del carisma, como si estuvieran por encima de la Iglesia».