El Gobierno reconoce «riesgos crecientes» ante la degradación en el Sahel

El avance de la amenaza terrorista desde el Sahel hacia el sur con la vista puesta en los países del golfo de Guinea no es un fenómeno nuevo, sino la continuación de un proceso que comenzó en 2012 en el norte de Malí y ha continuado extendiéndose desde entonces. Pero los recientes ataques en el norte de Benín, Togo y Costa de Marfil hacen temer que sea cada vez más una realidad.

Fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores reconocen que en los últimos meses «estamos asistiendo a una degradación generalizada de la situación de seguridad tanto en Malí como en Burkina Faso y Níger».

Los ataques sufridos en la última semana por la Misión de la ONU en Malí (MINUSMA), incluida la muerte de siete ‘cascos azules’ por la explosión de una bomba al paso de su patrulla, «no constituyen desgraciadamente ninguna novedad», puesto que esta es la misión con más bajas en la historia de las operaciones de paz de Naciones Unidas, admiten las fuentes.

Con todo, reconocen que «no puede ignorarse que la región del Sahel entraña crecientes riesgos inherentes de seguridad, incluyendo contra intereses españoles» y recuerdan que ya se han producido dos ataques contra la base de EUTM en la que estaban los españoles o el asesinato el pasado abril en Burkina Faso de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile.

Por lo que se refiere al «creciente riesgo de proyección de la amenaza terrorista hacia los países del golfo de Guinea», es algo sobre lo que España ya ha venido llamando la atención en sus contactos políticos y reuniones en foros internacionales en relación con el Sahel, señalan desde Exteriores.

AVANCE HACIA EL SUR

Desde que en 2012 los grupos yihadistas ‘secuestraron’ la rebelión tuareg iniciada en el norte y a punto estuvieran de tomar Bamako, su amenaza ha ido propagándose como la peste hacia los países limítrofes, sobre todo a Burkina Faso, donde hasta 2015 no había habido ningún atentado, y también al oeste de Níger.

Burkina Faso ha pasado a convertirse en el «último cerrojo que hacer ceder con el fin de desencadenar un avance más cómodo hacia el África costera», resume Bakary Sambe, director regional de Timbuktu Institute, en un artículo.

Es desde este país desde donde los yihadistas, y más en concreto el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), la filial de Al Qaeda en el Sahel, están extendiendo sus tentáculos y llevando a cabo buena parte de las acciones registradas en las últimas semanas. Los expertos señalan en concreto al Frente para la Liberación de Macina (FLM), el grupo que lidera Amadou Koufa y que es uno de los componentes de la alianza que conforma JNIM.

ATAQUES EN BENÍN, TOGO Y COSTA DE MARFIL

Benín ha sido el último país costero en registrar ataques. El 1 de diciembre una patrulla militar fue atacada por dos asaltantes en Alibori, cerca de la frontera burkinesa, sin sufrir bajas, pero al día siguiente un puesto militar en Porga, cerca de la frontera con Burkina Faso y Togo, fue atacado por presuntos yihadistas con un saldo de dos soldados muertos.

Esta no era la primera vez que el país registraba ataques. Ya en 2020 hubo dos muertos en sendos ataques en el Parque W, fronterizo con Burkina Faso. Además, en mayo de 2019 dos turistas franceses fueron secuestrados en el Parque Pendjari, antes de ser trasladados a Burkina Faso, donde fueron liberados en una operación militar que se saldó con dos miembros de las fuerzas especiales galas muertos.

Por lo que se refiere a Togo, registró su primer ataque yihadista el pasado 9 de noviembre. Presuntos milicianos de JNIM atacaron un puesto militar en Kepenjdal próximo a Burkina Faso aunque sin provocar víctimas, ya que los soldados consiguieron repeler el ataque.

También Costa de Marfil ha registrado nuevos ataques en los últimos tiempos. Según un recuento hecho por Long War Journal, en lo que va de año ha habido al menos 12 ataques yihadistas, frente al único registrado en 2020, cuando en junio fue atacada una base conjunta del Ejército y la Gendarmería en Kafolo, en el norte del país y muy cerca de la frontera con Burkina Faso, con un saldo de más de una docena de militares muertos.

Por ahora, el peor ataque terrorista vivido en el país –y también el más alejado de la zona fronteriza– fue el ocurrido en marzo de 2016 en la ciudad costera de Grand Bassam, próxima a Abiyán, en el que murieron al menos 16 personas y que fue reinvidicado por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

RESPUESTA FRENTE A LA AMENAZA

Todos estos países no se han quedado cruzados de brazos al ver que los yihadistas llaman a sus puertas, sino que en los últimos años han venido llevando a cabo operaciones militares, algunas en solitario y otras de forma conjunta entre varios de ellos, para tratar de poner freno a este avance.

Así, a finales de noviembre, Burkina Faso, Togo y Costa de Marfil llevaron a cabo una operación en la que se destruyeron cinco bases terroristas, se eliminó a una treintena de yihadistas y se detuvo a unas 300 personas, y esta misma semana Burkina Faso y Níger han anunciado la neutralización de otro centenar de yihadistas en su frontera común.

El Gobierno español reconoce que «se trata de un complejo desafío en el que no sólo deberán considerarse medidas de refuerzo en los ámbitos de la seguridad, la justicia, el control de fronteras y el intercambio de inteligencia de los países de la región».

Así, las fuentes apuestan por «iniciativas que fomenten la presencia del Estado, la prestación de servicios básicos, el respeto de los Derechos Humanos y el empleo juvenil» ya que de lo contrario los grupos yihadistas podrían instrumentalizar en estas zonas fronterizas –en las que se cierne la amenaza– «a las poblaciones en ausencia del Estado, en particular a las comunidades pastoralistas».

NO COPIAR LAS SOLUCIONES INFRUCTUOSAS DEL SAHEL

El experto de Timbuktu Institute coincide en la lectura y advierte a los socios internacionales de estos países de que «deben evitar trasponer las soluciones, hasta ahora infructuosas, del Sahel a las zonas costeras que no tienen las mismas realidades».

«No se puede aplicar la misma estrategia de fuerte componente de seguridad» que se ha aplicado en países como Malí o Nigeria, donde el extremismo violento ya estaba arraigado, o también en otros donde existe una «fuerte presión» como Níger, Mauritania o Burkina Faso, dado que los países costeros «aún pueden desarrollar un enfoque preventivo y prospectivo que correspondería más a su situación».

En opinión de Sambe, la estrategia debe pasar por diferenciar claramente entre lucha contra el terrorismo, en la que los «éxitos militares» pueden desencadenar «el germen de conflictos futuros todavía más complejos» y ayudar a los terroristas a captar nuevos reclutas, y la prevención del extremismo violento.

«Los países costeros deben velar por no verse arrastrados por el arrebato de victorias militares parciales y temporales hasta el punto de despertar los sentimientos comunitarios que alimentarán las células terroristas locales del mañana», previene el experto de Timbuktu Institute.

Si algo tienen en común, tanto los países del Sahel como las zonas fronterizas de los países del golfo de Guinea en las que los yihadistas están cada vez más presentes es la pobreza, la falta de desarrollo, el sentimiento de abandono por parte de las autoridades centrales y también la percibida injusticia hacia determinados grupos, que los yihadistas han sabido explotar a su antojo.