La tragedia se cernió sobre una universidad de los Estados Unidos en el otoño de 1969. En el silencio de una biblioteca, una alumna de excelentes notas moría apuñalada sin que ninguno de los presentes se percatase de ello. En la escena del crimen no se encontraron pistas, no hubo forcejeos y apenas se hallaron restos de sangre. Más de 5.000 personas fueron interrogadas y, a pesar de ello, 51 años después de la tragedia nadie ha sido acusado de su muerte. Así fue el caso de Betsy Aardsma.
En 1969 el hombre llegó a la luna, las protestas por la guerra de Vietnam eran habituales y el olor a canuto y revolución impregnaba el ambiente de la mayoría de los campus universitarios de Norteamérica.
Una joven de 22 años, Betsy Aardsma, estudiante brillante y apasionada del arte y la literatura, había formalizado su matricula y se disponía a pasar su primer año alejada del hogar familiar. Aardsma solo pudo completar ocho semanas de curso.
Betsy nació en 1947 en la ciudad de Holland, Michigan, en el seno de una familia conservadora de clase media que tuvo que resignarse cuando su hija decidió mudarse de estado para continuar sus estudios y estar cerca de su novio David Wright.
La aplicada estudiante se había graduado con honores en la High School de Holland antes de matricularse en la de Michigan, donde estudió Arte e Inglés. Era la segunda de cuatro hermanos y sus padres pensaron que no era mala idea que se alejase de Michigan, donde siete chicas habían muerto asesinadas en el último año a manos de un asesino en serie, posteriormente identificado como John Norman Collins. 1969 también eran los tiempos de Zodiac, Ted Bundy y Charles Manson.
A su llegada a Pensilvania, David se instaló en Hersey, mientras que Betsy se apuntó a un programa de Lengua Inglesa en la Universidad de Penn a unos 160 kilómetros de distancia. Aún así, Betsy cogía un autobús todos los fines de semana para estar a su lado. “Nunca lo habíamos hablado seriamente, pero aquel año seguramente la hubiera pedido que se casara conmigo”, recordó Wright tiempo después.
Betsy era una joven muy atractiva y no le faltaron pretendientes entre los estudiantes, sin embargo nuca se interesó por los chicos de su círculo, según sus más allegados, empleaba su tiempo en preocuparse por las causas sociales, en el activismo y en los desplazamientos hasta Hersey para ver a David. Una compañera de clase la describió de la siguiente manera: “Se parecía a Katharine Hepburn cuando era joven, con rasgos angulares y el pelo recogido. Era alta y espigada, y con el mismo humor sarcástico. Era divertida e ingeniosa”. No tenía enemigos.
El jueves, 27 de noviembre de 1969, Betsy, David, y media docena de estudiantes de medicina disfrutaron juntos de una cena de Acción de Gracias en casa de Wright, la chica no había viajado hasta Holland debido a que debía entregar un trabajo que requería de varias horas de investigación, por lo que decidió permanecer en Pennsylvania para depositarlo a tiempo, así se lo hizo saber a sus padres cuando habló con ellos por teléfono horas antes de la cena.
Una vez acabada la celebración, David acercó a su novia hasta la parada de autobús de Hersey, y se despidió de ella. Nunca más volvió a verla con vida.
Al día siguiente el campus estaba muy tranquilo, la mayoría de estudiantes habían abandonado sus instalaciones para celebrar el Día de Acción de Gracias en sus lugares de origen, y muchos de ellos aprovecharon para quedarse en casa todo el fin de semana. Betsy y su compañera de piso Sharon Brandt abandonaron Atherton Hall diez minutos antes de las 4 de la tarde en dirección a la Biblioteca Pattee, la más grande de la universidad, para comenzar con el trabajo.
La joven estudiante se había puesto un vestido sin mangas de color rojo, algo que sorprendió a Brandt, que es su posterior declaración policial confesó que Betsy se había arreglado como si hubiera quedado con alguien, una afirmación que disparó todo tipo de rumores tras su asesinato.
Antes de llegar a la librería, según el testimonio del profesor de la asignatura de Lengua, Sasha Skucek, las jóvenes hicieron un alto en su camino para charlar con el Nicholas Joukovsky, quien también daba clases a Betsy. Cuando llegaron a la biblioteca, las chicas se separaron.
Aardsma fue directa al despacho de Harrison Meserole, el profesor que había puesto el ejercicio, situado en la primera planta del edificio. Aquel día Meserole había recibido la visita de varios estudiantes que como Betsy buscaban resolver sus dudas. Meserole dijo: “Me acuerdo del rojo…llevaba puesto un vestido rojo”.
Tras su reunión con el docente, Betsy bajó un piso y se encaramó a la librería. En la sala, según el informe de la policía, había 90 estudiantes que trabajaban en silencio repartidos en diferentes mesas. Betsy, tras hacer una consulta en el catálogo, se dirigió hacia las filas de libros 50 y 51 para buscar el documento que necesitaba, era una hora comprendida entre las 4:30 y 4:45, cerca de una hora después de haberse marchado de su casa en compañía de Brandt.
Una de las últimas personas en verla con vida fue Dean Brugant, en aquel tiempo ayudante del bibliotecario. Brugant aseguró que vio a Betsy dirigirse en dirección al las filas 50 y 51, donde había dos hombres charlando tranquilamente.
Según la versión oficial, Betsy se encontraba de espaldas en uno de los estrechos pasillos entre las filas de libros cuando alguien la atacó. Una sola puñalada en el corazón acabó con su vida. No hubo gritos, ni forcejeos, tan solo unos libros que se cayeron del estante. La joven quedó tendida en el corredor. Su asesino le había atravesado una arteria del corazón.
“Los hallazgos sugieren que la herida fue infligida con una fuera considerable durante una confrontación cara a cara. El asesino clavó en el pecho un objeto punzante con la mano derecha”, escribió el forense encargado del caso, Thomas Magnani, en su informe. Sin embargo otros agentes que investigaron el crimen sugirieron que Betsy fue atacada por la espalda.
A pesar que a menos de 20 metros de donde la joven fue asesinada había 9 alumnos, fue Brugant la única persona que se percató del sonido que hicieron los libros al caer, pero no acudió a ver que sucedía.
Mary Erdley, amiga de la víctima, se levantó de su silla para hacer una consulta y tras doblar una esquina vio a dos hombres, uno de ellos dijo: “Será mejor que alguien ayude a la chica”. Después desaparecieron.
Erdley vio a Betsy tendida en el suelo e intentó ayudarla. No había sangre, no se percató de que estaba muerta, pidió ayuda. Un empleado telefoneó al Centro de Salud para Estudiantes de Ritenour, situado a unos 300 metros de la biblioteca.
La ambulancia hizo su aparición pasadas las 5 de la tarde. Los paramédicos encontraron a un adulto practicado el boca a boca a la mujer, y varios estudiantes a su alrededor contemplando la escena.
La sangre se había acumulado en sus pulmones y el vestido de color rojo la había disimulado.
Nadie se percató que había muerto, pensaron que se trataba de un ataque epiléptico y que la joven seguía con vida.
A las 5:50 Betsy Aardsma fue declarada oficialmente muerta.
Las fotos de su autopsia revelaron contusiones masivas junto a la herida de entrada al corazón, lo que indicaba que el golpe había sido seco y fuerte. Los agentes nunca encontraron el arma homicida.
La policía montó un centro de operaciones en una de las aulas del centro y realizaron al menos 5.000 interrogatorios diferentes en los que, a pesar de haber utilizado un polígrafo, no lograron encontrar una sola pista sólida.
Parecía ser el crimen perfecto. No existía móvil y la falta de heridas, por ejemplo, en las manos, hacía pensar que la chica no se defendió, quizás porque conocía a su agresor. La teoría de que la joven tuviera un amante sobrevoló el caso. Esta hipótesis se disparó cuando su compañera de piso Sharon comentó que se había arreglado demasiado como para ir a consultar un libro.
La teoría del amante se fue desvaneciendo tras leer las cartas que la joven escribía todos los días a David, su novio. Además, nunca nadie la vio a solas con otro hombre que no fuera Wright.
David quedó descartado tras demostrar que había pasado el día 28 en compañía de otros estudiantes realizando un trabajo para la carrera.
A través del testimonio, de entre otros Erdley y Brugant, los ilustradores realizaron un retrato robot de los hombres que fueron vistos junto a la estantería y quienes dieron aviso de que había una chica herida. Sus facciones eran tan comunes que los agentes perdieron cualquier esperanza de lograr identificarles.
Uno de los primeros sospechosos fue Robert Durgy, un profesor de 27 años que había llegado Penn aquel otoño procedente de la misma universidad donde había estudiado Betsy, a la que conocía desde hacía años. Tras someterle a infinitos interrogatorios, los agentes le dejaron en libertad. Durgy falleció tres semanas después que Betsy en un accidente de tráfico.
El asesino en serie Ted Bundy también estuvo en la lista de sospechosos. Bundy había seleccionado a muchas de sus víctimas, muy parecidas fisicamente a Aardsma, en diferentes bibliotecas del país, lo que podía relacionarle con el caso. Quedó descartado. Por la precisión de la herida, varios veteranos de la Guerra de Vietnam también fueron investigados. Los agentes no consiguieron nada.
Pasado un tiempo y ante la ausencia de pistas, el caso se enfrió.
La policía del campus recibió en 1970 una carta enviada desde Atlanta en la que se podía leer: “Nunca encontraréis a quien mató a esa puta en la biblioteca”. Los investigadores no le dieron credibilidad por considerar que cualquiera podía haber escrito la nota.
El 28 de noviembre de 1994, cuando se cumplió el 25 aniversario del asesinato de Betsy, un trabajador de la universidad encontró en el lugar de los hechos una vela encendida junto a un mensaje escrito en color rojo en el suelo: “RIP. Betsy Aardsma, nacida el 11 de julio de 1947, murió el 28 de noviembre. Estoy de vuelta”. Junto al mensaje se encontraron diferentes recortes de prensa con noticias relacionadas con al muerte de Betsy. En 1999 apareció el mismo mensaje en otro lugar de la universidad. La policía nunca hizo caso de estas señales.
Su caso continúa abierto.