Especial 20 Aniversario

Por qué se te pega una canción y no puedes quitártela de la cabeza (y el truco definitivo para conseguirlo)

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Hay un tipo de canción que no se escucha con los oídos, sino que nace directamente en el cerebro y se niega a marcharse. Es un inquilino molesto, un disco rayado que se reproduce en un bucle infinito sin que le hayamos dado permiso. Todos hemos vivido esa extraña y a veces desesperante experiencia: un estribillo, una simple melodía o incluso un jingle publicitario se instala en nuestra mente y nos acompaña durante horas, a veces días. Lo más curioso es que no siempre es una pieza que nos guste. A menudo, es todo lo contrario. ¿Por qué ocurre? ¿Qué mecanismo neurológico se activa para convertir nuestra cabeza en una gramola averiada?

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La respuesta es mucho más fascinante de lo que imaginas y tiene que ver con la forma en que nuestro cerebro procesa la información y busca patrones. Esa canción pegadiza no es un fallo del sistema, sino más bien una peculiaridad de su funcionamiento, una prueba de que nuestra mente está constantemente trabajando en segundo plano, incluso cuando no somos conscientes de ello. La clave, según los expertos, es que el cerebro intenta completar un patrón que percibe como inacabado, repitiéndolo una y otra vez en un intento de encontrarle una resolución. Es un puzle musical que nuestra mente se empeña en resolver, y la única pieza que tiene es ese fragmento que se repite sin cesar.

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LA ANATOMÍA DE UNA CANCIÓN PEGAJOSA

Fuente Pexels

No todas las composiciones tienen el mismo potencial para convertirse en gusanos auditivos. Hay una serie de ingredientes que hacen que una canción sea especialmente «pegajosa». Los investigadores han descubierto que las melodías más infecciosas suelen tener un tempo rápido o moderado, contornos melódicos sencillos y predecibles, pero con algún intervalo o salto inesperado que sorprende al cerebro y lo hace memorable. Piensa en los grandes éxitos del pop o en los jingles publicitarios: su estructura está diseñada para ser recordada. Son piezas que, por su diseño, tienen todas las papeletas para convertirse en gusanos auditivos.

Pero no toda la culpa es de la canción. Nuestro estado mental también juega un papel fundamental. Somos mucho más vulnerables a los gusanos auditivos cuando nuestra mente está en un estado de baja carga cognitiva, es decir, cuando estamos aburridos, cansados, estresados o realizando una tarea automática que no requiere mucha concentración, como caminar o fregar los platos. En esos momentos, el cerebro tiene «espacio libre» y lo rellena con lo primero que encuentra en su archivo de memoria reciente. De esta forma, un cerebro cansado o poco estimulado es un terreno fértil para que estas melodías echen raíces y comiencen su interminable serenata.

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