Mientras los titulares celebran el descenso histórico del paro en España durante el mes de mayo, conviene mirar más allá del optimismo oficial (del Gobierno) que se intenta transmitir a través de los principales medios de comunicaciones oficiales o no. Las cifras, aunque positivas en apariencia, esconden matices que merecen atención, explican los expertos, o en palabras más simples, “no hay que dejarse llevar por la euforia de lo superficial”. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de paro bajó al 11,7 % en el primer trimestre de 2025, su nivel más bajo en este periodo desde 2008.
También se alcanzaron los 21,3 millones de afiliados a la Seguridad Social en mayo, una cifra récord según el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Sin embargo, ese avance convive con una realidad menos visible: “la precariedad y la temporalidad siguen marcando el mercado laboral”, ambos datos que, aunque son públicos, no se difunden. De los contratos firmados en abril, el 57 % fueron temporales, y muchos de los indefinidos pertenecen a la modalidad “fijo discontinuo”, que no garantiza estabilidad ni continuidad efectiva.
Buena parte del empleo generado, además, se concentra en sectores estacionales como la hostelería y el turismo, cuya sostenibilidad a largo plazo es incierta. Además, la tasa de actividad se sitúa en el 58,6 %, apenas una décima por encima de la registrada hace un año, lo que indica que miles de personas han dejado de buscar trabajo o directamente no están en condiciones de hacerlo. La caída del desempleo, en parte, se debe también a ese fenómeno silencioso: “menos gente compitiendo en el mercado laboral, no necesariamente más puestos disponibles”. Este contexto obliga a matizar los discursos triunfalistas y a preguntarse qué calidad tiene el empleo que estamos creando.
Detrás del optimismo en las cifras del paro: la precariedad laboral persiste pese a la caída del desempleo

Aunque las cifras oficiales celebran una disminución del desempleo que no se registraba desde hace décadas, la realidad del mercado laboral español sigue marcada por la precariedad. La mayoría de los nuevos contratos, si bien se firman bajo la apariencia de indefinidos, incorporan cláusulas que permiten su rescisión en pocas semanas o incluso días, y estos son los datos que no cuentan con el mismo apoyo mediático.
De hecho, el repunte de la contratación no se traduce automáticamente en estabilidad, ni mucho menos en mejoras salariales. Muchos trabajadores encadenan empleos breves, mal remunerados y sin perspectiva de consolidación. El cambio en la estructura contractual, promovido por las últimas reformas laborales, ha maquillado parcialmente los datos y vaya de qué manera, el tema de la temporalidad puede llegar a convertirse en un verdadero problema para la economía.
Pero un análisis más profundo revela que la rotación de personal sigue siendo elevada y que buena parte del tejido productivo continúa optando por fórmulas que reducen costes a costa de la seguridad del trabajador. En este contexto, hablar de “pleno empleo” o de “recuperación sólida” sin matices supone ignorar las condiciones reales en las que se está generando ese empleo.
Menos paro, pero también menos activos: el efecto silencioso de la desmotivación laboral

La reducción del paro también obedece a una realidad menos visible, pero igualmente preocupante: “el abandono del mercado laboral por parte de miles de personas que, desalentadas, han dejado de buscar empleo activamente” y la peor parte de esta historia, es que son personas jóvenes. Este fenómeno, que afecta especialmente a mayores de 50 años, jóvenes sin cualificación y mujeres con cargas familiares, reduce la tasa de actividad sin que exista necesariamente una alternativa laboral sólida detrás.
En otras palabras, el desempleo baja en parte porque hay menos personas dispuestas o en condiciones de trabajar. Este efecto estadístico distorsiona el análisis general y dibuja una situación más frágil de lo que reflejan los grandes titulares. Cuando un país presenta cifras históricas de empleo, pero al mismo tiempo ve cómo se reduce su población activa, y además surge el término “precariedad” unido a los trabajadores, surgen dudas legítimas sobre la sostenibilidad de ese avance.
Es esencial que el debate público incluya esta variable, porque la salida silenciosa del mercado laboral implica una pérdida de capital humano y un síntoma claro de desconfianza estructural en el sistema.
Contratos temporales y empleo estacional: el lado frágil del repunte en la afiliación

Una gran parte del crecimiento reciente en la afiliación a la Seguridad Social se concentra en sectores especialmente expuestos a la estacionalidad, como la hostelería, el turismo y la agricultura. Si bien estos sectores tiran del empleo en determinados momentos del año, también son los primeros en prescindir de trabajadores cuando baja la demanda.
Esta dependencia de ciclos cortos y previsibles “impide consolidar un empleo estructural” que pueda sostener la economía más allá de las campañas puntuales. La estadística de afiliados aumenta, sí, pero lo hace a costa de una temporalidad encubierta que impide que el crecimiento se perciba como duradero. Muchos contratos se formalizan para cubrir apenas unas semanas de actividad, y aunque formalmente sean “indefinidos”, están vinculados a necesidades claramente temporales y esta dura realidad no se expone.
Esta práctica, tolerada y en cierta forma incentivada, alimenta una sensación de inestabilidad crónica que, evidentemente, contradice el mensaje de recuperación robusta que se proyecta desde las instituciones.