Carlos Horno (65), Maestro Asador en Sepúlveda: «El lechazo en casa casi nunca sale bien por un error. El secreto está en la bandeja y en este ingrediente»

La simpleza es la clave de un sabor auténtico: al lechazo solo se le añade agua en el fondo de la cazuela y sal gorda por encima, nunca aceite ni manteca. El control del horno es fundamental: cocina a baja temperatura durante la mayor parte del tiempo y dale un golpe de calor fuerte al final para conseguir una piel crujiente sin sacrificar la jugosidad interior.

El lechazo es mucho más que una simple receta; es el aroma de los domingos en familia, el sonido crujiente que promete una fiesta y el sabor de la tradición castellana en su máxima expresión. Casi todos hemos soñado con replicar en casa esa magia del asador, pero la realidad suele ser tozuda, y es que la piel no queda crujiente y la carne se seca con una facilidad pasmosa. ¿Qué demonios estamos haciendo mal si seguimos la receta al pie de la letra?

La frustración de un buen producto echado a perder es inmensa, sobre todo cuando se trata de un manjar castellano tan reverenciado. Gastamos dinero en una pieza de primera y nos esmeramos en el horno, pero el resultado es decepcionante, y es que a menudo el secreto no está en añadir, sino en quitar todo lo que le sobra. Un maestro asador de Sepúlveda, de los que guardan el conocimiento de generaciones, nos desvela por fin ese detalle que lo cambia absolutamente todo.

¿POR QUÉ ESE ASADO SOÑADO SE CONVIERTE EN PESADILLA?

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El primer impulso, casi un acto reflejo, es coger la bandeja metálica del horno, esa que usamos para todo, desde galletas hasta una lasaña. Sin embargo, para este cordero lechal, ese es el primer paso hacia el desastre, ya que el metal conduce el calor de forma muy agresiva y desigual, creando puntos de cocción excesiva. Lo que parece una elección sin importancia acaba saboteando por completo la jugosidad de la carne desde el minuto uno.

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Luego viene el festival de los aderezos, esa costumbre tan nuestra de pensar que «más es más». Un chorro generoso de aceite de oliva, unas pelotillas de manteca de cerdo, unas hierbas aromáticas… Creemos que estamos mejorando el asado de cordero, pero en realidad lo estamos ahogando, ya que la propia grasa del animal es más que suficiente para darle sabor y jugosidad. Todos esos añadidos no hacen más que enmascarar su delicadeza.

EL GRIAL DE TODO ASADOR: NO ES EL HORNO, ES LA BANDEJA

La Clave Fundamental Para Un Lechazo Perfecto No Reside En La Potencia De Tu Electrodoméstico, Sino En El Recipiente Donde Se Cocina La Magia. Fuente: Freepik
La Clave Fundamental Para Un Lechazo Perfecto No Reside En La Potencia De Tu Electrodoméstico, Sino En El Recipiente Donde Se Cocina La Magia. Fuente: Freepik

El verdadero secreto, la herramienta indispensable que utilizan los maestros asadores desde hace siglos, es la cazuela de barro. Este material, humilde y ancestral, es la primera gran clave del éxito para esta joya de nuestra gastronomía, porque el barro distribuye el calor de una forma lenta, suave y extraordinariamente homogénea. No cuece, no fríe; asa lentamente, permitiendo que cada fibra de la carne se cocine en su punto justo.

A diferencia del metal, la arcilla cocida tiene una porosidad que juega un papel crucial durante todo el asado, como parte de la mejor tradición culinaria. Esta característica permite que el recipiente «respire» y gestione la humedad del ambiente, y por eso la cazuela crea un microclima perfecto que mantiene la carne tierna por dentro. Es un sistema de cocción que funciona casi de manera mágica, perfeccionado por generaciones de asadores.

MENOS ES MÁS: EL SECRETO ESTÁ EN LA SAL Y EL AGUA

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Aquí llega la gran revelación, el «ingrediente secreto» que mencionaba el maestro asador y que nos deja boquiabiertos por su insultante sencillez: agua. Nada más. Un dedo de agua en el fondo de la cazuela de barro es todo lo que necesita este asado castellano, ya que el agua genera un vapor constante que hidrata la carne durante toda la cocción. Este gesto tan simple es el que garantiza una jugosidad que parece imposible de lograr en un horno casero.

El otro único ingrediente permitido es la sal, y nada de aceite ni manteca. ¿Por qué esta prohibición tan estricta? La explicación es pura lógica, y es que la propia grasa del lechazo se irá derritiendo lentamente, regando y confitando la carne en sus propios jugos. Añadir una grasa externa es redundante, solo aporta pesadez y enmascara el sabor limpio y delicado que define a un producto de esta categoría.

EL BAILE DEL CALOR: TIEMPO Y TEMPERATURA SIN PRISAS

La Paciencia Es La Virtud Que Separa Un Asado Correcto De Un Lechazo Memorable; El Horno No Debe Ser Un Enemigo, Sino Un Aliado Que Trabaje A Nuestro Ritmo. Fuente: Freepik
La Paciencia Es La Virtud Que Separa Un Asado Correcto De Un Lechazo Memorable; El Horno No Debe Ser Un Enemigo, Sino Un Aliado Que Trabaje A Nuestro Ritmo. Fuente: Freepik

El dominio del horno comienza mucho antes de meter la carne. Es fundamental precalentarlo a la temperatura adecuada, que para un exquisito cordero no debe ser excesivamente alta, porque una temperatura inicial suave, de unos 170 grados, permite que el calor penetre lentamente hasta el hueso. Empezar con el horno a máxima potencia es el camino más rápido para quemar la piel y dejar el interior completamente crudo.

La prisa es el gran enemigo a la hora de cocinar el lechal, un plato que exige calma y observación atenta. El tiempo total de horneado dependerá del tamaño de la pieza, pero la norma es clara, y es que la cocción debe ser larga y a baja temperatura para que el colágeno de la carne se deshaga poco a poco. Este proceso es el que convierte la textura en algo increíblemente tierno y meloso.

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EL REPOSO DEL GUERRERO: EL SECRETO FINAL ANTES DE SERVIR

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La ansiedad por llevarlo a la mesa puede arruinarlo todo en el último momento. Sacar el asado y trincharlo inmediatamente es un error fatal para esta delicia castellana, puesto que un reposo de al menos diez minutos fuera del horno es esencial para que los jugos se reasienten en el interior de la carne. Si lo cortamos al instante, todo ese líquido tan valioso se desparramará por la fuente y nos quedará más seco.

El acompañamiento también sigue la ley del menos es más, una norma de oro para este plato de celebración. Olvídate de patatas fritas pesadas o guarniciones complejas que compitan por el protagonismo, ya que la tradición manda servirlo con una simple ensalada de lechuga y cebolleta aliñada con vinagre. Su frescor y acidez son el contrapunto perfecto para limpiar el paladar y equilibrar la untuosidad de la carne.

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