El día que España entera dijo «¿Pero esto qué es?»: la historia de Cobi, la mascota que aprendimos a amar a la fuerza (y ahora echamos de menos)

El día que un dibujo 'feo' y rompedor dividió a todo un país. La genialidad oculta tras un diseño que nadie entendió al principio.

Pocos recuerdan el shock inicial que provocó Cobi cuando fue presentado en sociedad, un murmullo de incredulidad que recorrió el país de punta a punta. Aquel perro de trazos infantiles y aspecto deforme no se parecía a nada que hubiéramos visto antes; era una mascota que rompía con todas las reglas establecidas hasta la fecha, un desafío a la estética tradicional que dejó a España entera con la boca abierta y una pregunta en el aire.

La polémica estaba servida y el debate en la calle era inevitable, con muchísimas más voces en contra que a favor de aquel extraño personaje. Y es que el diseño de la mascota de Barcelona 92 generó un rechazo casi unánime, un sentimiento de extrañeza que tardaría en desaparecer; su diseño vanguardista fue una apuesta arriesgada que desafió el gusto popular, pero que escondía una genialidad que solo el tiempo, y un verano inolvidable, lograrían desvelar.

¿UN PERRO, UN GARABATO O UNA GENIALIDAD?

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El día de su puesta de largo, la reacción fue un silencio incómodo seguido de una oleada de chistes y críticas feroces en todos los medios. El creador de Cobi, el diseñador Javier Mariscal, tuvo que aguantar un chaparrón de críticas por haber parido un ser que parecía más un garabato que un símbolo olímpico, ya que su aspecto se alejaba por completo de las figuras amables y redondeadas de sus predecesores, como el osito Misha de Moscú 80.

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Pero detrás de aquella aparente simpleza había un concepto muy meditado. Mariscal se inspiró en un perro pastor catalán (gos d'atura) para darle forma, pero lo pasó por el filtro de la vanguardia y el cubismo que tanto admiraba. Su creación no era un dibujo fallido, al contrario, Mariscal se inspiró en las vanguardias de Picasso y Miró para crear una figura moderna, un emblema que hablara el lenguaje de una Barcelona cosmopolita y de una España que se abría al mundo.

JAVIER MARISCAL: EL HOMBRE QUE SE ATREVIÓ A DIBUJAR EL FUTURO

La elección de Mariscal no fue casual. El Comité Organizador buscaba romper moldes y enviar un mensaje al mundo. Él era la persona perfecta para hacerlo. La España de finales de los 80 era un hervidero creativo, un país que salía de décadas de grises y abrazaba el color y la modernidad con la Movida como telón de fondo. El diseño de Cobi era un hijo de su tiempo; era el reflejo de una España que quería ser moderna y romper con su pasado gris, y Mariscal encarnaba ese espíritu a la perfección.

La organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 tuvo claro que no quería una mascota convencional, previsible y aburrida. Querían algo que generara debate, que representara el diseño y el arte español. Por eso, al final, la elección de su propuesta fue una declaración de intenciones para mostrar al mundo un país innovador, capaz de reírse de sí mismo y de liderar la vanguardia cultural. Eligieron el riesgo frente a la comodidad y la historia les dio la razón.

LA SERIE DE DIBUJOS QUE LO CAMBIÓ TODO

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El punto de inflexión, el momento en que el rechazo empezó a convertirse en cariño, llegó con la televisión. La serie de dibujos animados ‘The Cobi Troupe’ fue una jugada maestra que le dio vida, voz y amigos a aquel perro que nadie entendía. De repente, Cobi dejó de ser un simple logo para convertirse en un personaje entrañable que vivía aventuras, y la serie de animación lo humanizó y lo acercó al público infantil y familiar, que empezó a verlo con otros ojos.

A partir de ahí, la maquinaria del merchandising hizo el resto, inundando el país con su imagen. Cobi estaba en camisetas, tazas, llaveros, y sobre todo, en forma de peluche, convirtiéndose en el compañero inseparable de miles de niños. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, la mascota pasó de ser un diseño polémico a un objeto de deseo coleccionable, y su omnipresencia lo convirtió en un miembro más de la familia, en un rostro familiar y querido.

DEL RECHAZO AL ORGULLO: EL VERANO QUE NOS UNIMOS A COBI

Cuando llegó el verano del 92, el ambiente había cambiado por completo. La polémica era ya un recuerdo lejano. El país entero vibraba con la inminencia de los Juegos, contagiado por un optimismo desbordante que se respiraba en cada rincón. Y allí estaba Cobi, en todas partes, sonriendo desde carteles y vallas publicitarias; se convirtió en el anfitrión sonriente de unos Juegos Olímpicos que fueron un éxito rotundo y que cambiaron para siempre la imagen de España.

Durante aquellas dos semanas mágicas de julio y agosto, su figura se fusionó con los éxitos de nuestros deportistas y con la impecable organización del evento. El perro cubista ya no era el ‘dibujo feo’, era nuestro talismán, el símbolo de nuestro éxito colectivo. El cariño hacia Cobi creció en paralelo al orgullo que sentíamos como país, y su imagen quedó ligada para siempre a la memoria colectiva de un momento irrepetible, un verano de ensueño que todos recordamos.

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POR QUÉ SEGUIMOS ECHANDO DE MENOS A UN DIBUJO DE TRAZO SIMPLE

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Hoy, más de tres décadas después, ver una imagen de Cobi provoca una punzada de nostalgia instantánea en toda una generación. No echamos de menos solo a la mascota, sino todo lo que representó en aquel momento. Porque Cobi es el símbolo de una España que se atrevía, que creía en sí misma y que miraba al futuro sin complejos; nos recuerda una época en la que el país sentía que podía conseguir cualquier cosa que se propusiera, un sentimiento de euforia colectiva que parece haberse desvanecido.

Quizá por eso nos sigue generando tanto cariño. Porque aquel perro de diseño imposible encapsula la banda sonora de nuestro mejor verano, el recuerdo de una felicidad compartida, de un país unido remando en la misma dirección. En el fondo, Cobi no es solo el recuerdo de unos Juegos Olímpicos, sino la prueba de que a veces, lo que al principio parece extraño y diferente, puede acabar convirtiéndose en lo que más amamos; su simple silueta evoca la alegría y el optimismo de aquel verano mágico del 92.

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