A finales de esta semana nos ha dejado el mítico director cinematográfico David Lynch. Nacido en el estado norteamericano de Montana, Lynch creo un mundo onírico y surrealista con tintes bizarro que enamoró y cautivo a millones de personas. Por este motivo, y obras como ‘Mulholland Drive’ o ‘Terciopelo azul’ y series tan míticas y atrayentes como ‘Twin Peaks’ el director de cine ha pasado como uno de los directores de los últimos 50 años.
Y es que en el panorama cinematográfico de las últimas décadas hay pocos directores tan personales como él. Su manera personal de ver el cine, con una gran carga de atracción, inaccesible para el gran público y con un tremenda carga onírica hacen del cine de Lynch un manjar para elegidos. A veces complicado, el norteamericano tenía el poder de meter al público en un sueño a veces complicado de descifrar.
Hay que señalar que las películas de Lynch parten de lo cotidiano, pero poco a poco se va apoderando de ellas una atmósfera extraña. Claro está que la moraleja de su cine siempre es la misma. Bajo la aparente tranquilidad, late un mundo salvaje que a veces solo intuimos y nos acaba poseyendo.
La magia de universo de David Lynch reside en lo imprevisible de y en una interpretación personal de las cosas, no necesariamente igual a como han pasado, como señalaba el propio cineasta. Para Lynch la realidad nunca es lo que parece y su lógica es la de los sueños, donde lo inverosímil ocurre de la manera más natural. Para el director, muchas veces nunca sabe de donde le vienen las historias.
«Yo no sé de dónde vienen, pero me gusta pensar en ellas como si fueran peces. Están nadando en el agua del limbo y de vez en cuando consigo atrapar una al azar. Al principio no sé qué son, pero de repente explosionan en la mente consciente y lo explican todo. Es algo mágico», remarcaba Lynch en numerosas entrevistas.
INTERPRETACIÓN DE SU OBRA
Hay una máxima para interpretar su obra. Esa es que el espectador que trate de descifrar el sentido de cada escena en sus películas pierde el tiempo. Tratar de explicar racionalmente el cine de David Lynch es algo complejo y a veces imposible. En vez de eso, lo aconsejable es sumergirse en la experiencia sensitiva que propone el director. A veces gusta, otras veces no. Así de complejo era su obra.
Este cine tan personal le ha llevado a vivir siempre en la cuerda floja, entre el éxito y el fracaso. Pero para comprender el meollo de la obra de David Lynch hay que recordar que el autor proviene proviene del campo de la pintura. Pero a comienzos de los años 70 y tras rodar varios cortos artísticos, se embarcó en el rodaje de su primer largometraje.
‘Cabeza borradora’, un filme experimental que acabaría convirtiéndose en una de las películas de culto de aquella década y que fue, probablemente, uno de los rodajes más prolongados de la historia del cine. Nada menos que seis años tardaron Lynch y el actor Jack Nance en hacerla, debido, sobre todo, a los problemas de financiación.
La buena acogida de esta obra en círculos underground hizo que en 1980 le encargaran dirigir ‘El hombre elefante’, una película basada en un caso real, el de un hombre que sufría una rara enfermedad que le provocaba terribles malformaciones físicas. Rodada en blanco y negro, con una ambientación decimonónica muy conseguida y una gran interpretación de John Hart, El hombre elefante es una película sobre la dignidad humana y la crueldad que mostramos ante lo anormal.
Poco después, también por encargo, Lynch rodaría ‘Dune’, una fallida superproducción de ciencia ficción que resultó un fracaso. Y no sería hasta su cuarta película, ‘Terciopelo azul’, cuando el director encontró al fin su cine más personal. Una historia de orejas cortadas, gángsters medio locos y cantantes atormentadas. La década avanzaba y en 1990, David Lynch ganó la palma de oro en el Festival de Cannes con Corazón salvaje, una road movie violenta y cargada de sexo que protagonizaron Laura Verne y Nicolas Cage. Lynch llenó la película con su habitual galería de freaks, situaciones oscuras y delirantes y constantes referencias al ‘Mago de Oz’.
Y ya con la crítica ya de su lado, la popularidad con mayúsculas le llegó poco después, pero no gracias al cine, sino a la televisión gracias a ‘Twin Peaks’. La serie se convirtió en todo un fenómeno cultural a principios de los años 90 y en una de las series más míticas de la historia de ese medio. 30 episodios que fueron seguidos en todo el mundo al principio con pasión y más tarde con perplejidad, cuando Lynch decidió olvidar el suspense inicial para centrarse en personajes cada vez más extraños. De hecho, el director fue obligado a acelerar su final ante la alarmante bajada de audiencia.
CINE CADA VEZ MÁS PERTURBADOR
Tras ‘Twin Peaks’ su cine se volvió cada vez más perturbador. Títulos como Carretera marcaron el regreso a un cine cada vez más desasosegantes y enigmáticas del director. Para algunos, esta cinta fue una de sus mejores obras. Pero no duró mucho el idilio con la crítica y las siguientes obras fueron machacadas por los críticos cinematográficos. ‘Fuego camino conmigo’ e ‘Inland Empire’ no pasaron el corte.
Y llegó uno de sus grandes éxitos: ‘Mulholland Drive’. Con ella, Lynch ganó el premio al mejor director en Cannes, fue nominado al Oscar y en un ranking, elaborado por la BBC hace cuatro años a partir de los votos de críticos de todo el mundo, fue elegida la mejor película del siglo XXI hasta ese momento. Mulholland Drive comenzaba con una atractiva trama de intriga, pero llegado un momento, justo cuando el espectador reclamaba que le fueran encajando las piezas del misterio, todo cambiaba hacia la habitual lógica onírica de Lynch.
Pero también hubo un Lynch más humano y más formal, al que incluso se lo comparó con John Ford, por su sencilla emotividad. ‘Una historia verdadera’ fue una insólita road movie, en la que un anciano emprendía un viaje por la América profunda a bordo de un tractor pequeño para visitar a su hermano enfermo, con el que llevaba varios años sin hablar.
IMPORTANCIA DE LA BSO
Y siempre, ya sea con sus sinuosas aproximaciones al jazz, las melodías hipnóticas y atmosféricas o los aromas country de guitarra, el cine de Lynch se hace acompañar de la música de Angelo Badalamenti, su compositor fetiche.
Una de las razones por las que David utiliza tanta música y tantos efectos de sonido es porque en sus películas hay muchos tiempos sin diálogo. La música se convierte, entonces, en una especie de guía que te sumerge en la atmósfera adecuada y, sin necesidad de utilizar palabras, te transporta de una escena a otra.
«La música en sí misma es algo realmente bonito. El mundo de la música conecta con algo muy profundo que hay dentro de las personas. Es como una infección que se apodera de ti y va directamente a tu alma», explicaba el cineasta.
«El cine, para mí, es algo mágico que nos permite soñar despiertos en la oscuridad de la sala. Es fantástico poder perderse en los mundos cinematográficos», remarcó Lynch en una de sus últimas apariciones.