Preparar un cocido madrileño que sepa a gloria ha sido siempre sinónimo de paciencia, de mañanas enteras dedicadas al ritual del fuego lento y el aroma que inunda la casa. Es una promesa que parece desafiar las leyes sagradas de la cocina de la abuela, donde el ‘chup-chup’ a fuego lento durante horas es un dogma innegociable. Sin embargo, la vida moderna y sus prisas han empujado a los cocineros más ingeniosos a buscar atajos. Y lo han encontrado. Existe una forma de engañar al paladar y conseguir ese sabor profundo y ancestral en un tiempo récord.
La clave no está en ingredientes mágicos ni en aditivos artificiales, sino en una vuelta de tuerca a la técnica tradicional, un par de trucos que intensifican y aceleran los procesos químicos que otorgan al plato su carácter inconfundible. Es la alquimia culinaria que permite condensar ocho horas de paciencia en apenas noventa minutos, un atajo que no sacrifica el alma del plato sino que la concentra inteligentemente. Una solución para quienes se niegan a renunciar a uno de los grandes placeres de nuestra gastronomía, el auténtico sabor de un buen cocido madrileño, por falta de tiempo.
DESAFIANDO AL ‘CHUP-CHUP’: LA HEREJÍA QUE FUNCIONA
Para los puristas, la idea de un cocido madrileño rápido es poco menos que una profanación. Este plato es un monumento al tiempo, un plato que es más una liturgia que una simple receta, cuyo sabor se construye lentamente, capa sobre capa, con el paso de las horas. La cocción pausada permite que los huesos, las carnes y los embutidos liberen su colágeno y su gelatina, creando un caldo denso, sabroso y reconfortante. Es un proceso que parece imposible de replicar en un suspiro, pero la ciencia de la cocina tiene respuestas para casi todo.
La realidad es que en el siglo XXI, muy pocas personas disponen de una mañana completa para vigilar una olla. Esta necesidad ha agudizado el ingenio, dando lugar a métodos que, sin traicionar la esencia del plato, lo adaptan a nuestro ritmo de vida. No se trata de una versión descafeinada o un sucedáneo, sino de una adaptación inteligente que utiliza el conocimiento de las reacciones químicas de los alimentos para lograr un resultado sorprendentemente fiel al original. La clave está en saber cómo y dónde aplicar el calor para simular el paso del tiempo, consiguiendo un gran cocido madrileño sin la espera.
EL SECRETO ESTÁ EN EL HUESO: EL TOSTADO QUE LO CAMBIA TODO

El primer gran truco, y quizás el más importante, reside en un paso previo que la mayoría de recetas rápidas ignora: tostar los huesos. En un cocido madrileño tradicional, el hueso de jamón y el hueso de espinazo de cerdo se añaden directamente al agua y van soltando su sabor de forma gradual. Para acelerar este proceso, el secreto es introducirlos en el horno a alta temperatura, unos 200 grados, durante 15 o 20 minutos hasta que estén bien dorados. Este simple gesto desencadena la reacción de Maillard, un proceso que carameliza las proteínas y los azúcares de la superficie del hueso, creando compuestos aromáticos increíblemente complejos y profundos.
Al añadir estos huesos tostados a la olla, el sabor que liberarían en horas se extrae en minutos. El dorado exterior aporta notas ahumadas y de frutos secos que enriquecen el caldo de una forma extraordinaria, dándole un color y una profundidad que normalmente solo se consiguen con una cocción muy prolongada. Es, en esencia, un atajo químico para construir la base de sabor del cocido, un fundamento robusto sobre el que se asentarán el resto de los ingredientes. Este paso, por sí solo, ya eleva un cocido madrileño de olla a presión a una categoría superior.
LA OLLA A PRESIÓN, TU ALIADA SECRETA CON UN AS BAJO LA MANGA

El segundo pilar de esta receta exprés es, inevitablemente, la olla a presión. Denostada por muchos para este tipo de guisos, es una herramienta imprescindible si queremos acortar los tiempos. El truco aquí no es simplemente cerrar la tapa y ponerla a máxima potencia, lo que resultaría en carnes deshechas y verduras pasadas. La clave es aplicar una temperatura escalonada. Una vez introducidos todos los ingredientes y cerrado el recipiente, se lleva la olla a máxima potencia hasta que la válvula de seguridad sube y empieza a liberar vapor.
En ese preciso instante, se baja el fuego al mínimo necesario para mantener la presión, dejando que la olla trabaje durante unos 60-70 minutos. Este calor suave y constante bajo presión simula las condiciones de una cocción lenta, permitiendo que las carnes se ablanden y los sabores se fusionen sin la agresividad del fuego alto. De esta manera, se consigue la ternura de una cocción de horas en una fracción del tiempo, respetando la integridad de cada ingrediente y evitando que el cocido madrileño se convierta en un puré informe.
LOS TRES VUELCOS EN TIEMPO RÉCORD: EL ORDEN SÍ ALTERA EL PRODUCTO

A pesar de la velocidad, este método respeta la liturgia sagrada de los tres vuelcos que define a un auténtico cocido madrileño. Una vez finalizada la cocción y liberada la presión de forma natural, se procede como manda la tradición. Primero se cuela el caldo, ahora oscuro y lleno de sabor gracias a los huesos tostados, para servirlo como una sopa reconfortante con fideos finos. Este primer vuelco ya delata la calidad del guiso, con un sabor que engaña al paladar y le hace creer que ha estado horas al fuego.
A continuación, se sirven en una fuente los garbanzos, tiernos pero enteros, junto a las verduras: la patata, la zanahoria y el repollo, que se pueden cocer los últimos 15 minutos en la misma olla o por separado para un mayor control. Finalmente, en el tercer vuelco, se presentan las carnes y los embutidos: el morcillo tierno, el chorizo, la morcilla y el tocino. El resultado final es indistinguible del método tradicional para la mayoría de los comensales, una prueba de que la técnica puede emular a la paciencia cuando se aplica con inteligencia y conocimiento de causa.
MANUAL DEL COCINERO EXPRÉS: ERRORES A EVITAR PARA UN ÉXITO GARANTIZADO

Para que este cocido madrileño exprés sea un éxito rotundo, es fundamental no escatimar en la calidad de la materia prima. Unos buenos garbanzos de Fuentesaúco, un hueso de jamón ibérico y carnes de primera son la base sobre la que se asientan los trucos. Ninguna técnica puede obrar el milagro con ingredientes mediocres. Otro error a evitar es sobrecargar la olla a presión, ya que necesita espacio para que el vapor circule y cocine los alimentos de manera uniforme. Es mejor quedarse corto que pasarse con la cantidad.
Es igualmente crucial desespumar bien el caldo justo antes de cerrar la olla. Aunque sea una cocción rápida, los primeros minutos a fuego fuerte liberarán impurezas de las carnes que enturbiarán el sabor y el aspecto del caldo si no se retiran con una espumadera. Por último, hay que tener confianza en el método y no caer en la tentación de abrir la olla a mitad de cocción. La magia de este cocido madrileño acelerado reside en la combinación de un sabor profundo, generado por el tostado previo, y una ternura perfecta, lograda gracias a una cocción a presión controlada y escalonada.