Hay un tipo de canción que no se escucha con los oídos, sino que nace directamente en el cerebro y se niega a marcharse. Es un inquilino molesto, un disco rayado que se reproduce en un bucle infinito sin que le hayamos dado permiso. Todos hemos vivido esa extraña y a veces desesperante experiencia: un estribillo, una simple melodía o incluso un jingle publicitario se instala en nuestra mente y nos acompaña durante horas, a veces días. Lo más curioso es que no siempre es una pieza que nos guste. A menudo, es todo lo contrario. ¿Por qué ocurre? ¿Qué mecanismo neurológico se activa para convertir nuestra cabeza en una gramola averiada?
La respuesta es mucho más fascinante de lo que imaginas y tiene que ver con la forma en que nuestro cerebro procesa la información y busca patrones. Esa canción pegadiza no es un fallo del sistema, sino más bien una peculiaridad de su funcionamiento, una prueba de que nuestra mente está constantemente trabajando en segundo plano, incluso cuando no somos conscientes de ello. La clave, según los expertos, es que el cerebro intenta completar un patrón que percibe como inacabado, repitiéndolo una y otra vez en un intento de encontrarle una resolución. Es un puzle musical que nuestra mente se empeña en resolver, y la única pieza que tiene es ese fragmento que se repite sin cesar.
5EL TRUCO DEFINITIVO: CÓMO ‘ENGAÑAR’ A TU CEREBRO

Y aquí llega la solución que promete el título, un truco sorprendentemente sencillo y avalado por la ciencia para deshacerte de esa canción insistente. La clave no es luchar, sino distraer al cerebro con una tarea que compita por los mismos recursos neuronales. El bucle musical se mantiene gracias a un proceso llamado «ensayo subvocal», que es, básicamente, el acto de «cantar» la melodía mentalmente. Para romperlo, hay que ocupar esa parte del cerebro con otra cosa. Y el truco definitivo es… masticar chicle. Sí, así de simple. Al masticar, estás interfiriendo en el proceso de repetición subvocal, el ensayo mental de la melodía.
La articulación de la mandíbula activa las mismas áreas motoras del cerebro que se usan para el habla y el canto mental, creando una interferencia que debilita y finalmente rompe el bucle. Si no tienes chicle a mano, otras actividades pueden funcionar, como resolver un anagrama, un sudoku o leer algo complejo en voz alta. Otra estrategia es la del «antídoto»: escuchar una canción diferente, preferiblemente una que te guste y que tenga una estructura más compleja, para «expulsar» a la invasora. Al final, ese pequeño tirano musical no es más que un recordatorio de la increíble y, a veces, exasperante maquinaria que todos llevamos dentro de la cabeza.