Hay un tipo de canción que no se escucha con los oídos, sino que nace directamente en el cerebro y se niega a marcharse. Es un inquilino molesto, un disco rayado que se reproduce en un bucle infinito sin que le hayamos dado permiso. Todos hemos vivido esa extraña y a veces desesperante experiencia: un estribillo, una simple melodía o incluso un jingle publicitario se instala en nuestra mente y nos acompaña durante horas, a veces días. Lo más curioso es que no siempre es una pieza que nos guste. A menudo, es todo lo contrario. ¿Por qué ocurre? ¿Qué mecanismo neurológico se activa para convertir nuestra cabeza en una gramola averiada?
La respuesta es mucho más fascinante de lo que imaginas y tiene que ver con la forma en que nuestro cerebro procesa la información y busca patrones. Esa canción pegadiza no es un fallo del sistema, sino más bien una peculiaridad de su funcionamiento, una prueba de que nuestra mente está constantemente trabajando en segundo plano, incluso cuando no somos conscientes de ello. La clave, según los expertos, es que el cerebro intenta completar un patrón que percibe como inacabado, repitiéndolo una y otra vez en un intento de encontrarle una resolución. Es un puzle musical que nuestra mente se empeña en resolver, y la única pieza que tiene es ese fragmento que se repite sin cesar.
4CUANDO LA MÚSICA SE CONVIERTE EN TORTURA

Aunque a veces puede resultar divertido o nostálgico que una vieja canción nos venga a la cabeza, en otras ocasiones el gusano auditivo puede convertirse en una verdadera fuente de malestar. Cuando el bucle es particularmente insistente y la melodía desagradable, la experiencia puede ser muy intrusiva y afectar a nuestra capacidad de concentración, a nuestro trabajo e incluso a nuestro descanso. Hay personas que reportan dificultades para conciliar el sueño porque su cerebro se niega a apagar la música. Esta impotencia, la incapacidad para controlar nuestros propios pensamientos, puede generar una sensación de agobio y estrés.
El problema se agrava por una ironía del funcionamiento cerebral: cuanto más intentas suprimir un pensamiento, con más fuerza vuelve. Es el famoso «efecto del oso blanco»: si te pido que no pienses en un oso blanco, será lo primero que te venga a la mente. Luchar activamente contra esa canción que te atormenta es contraproducente. Al tratar de silenciarla, le estás prestando más atención y, por tanto, reforzando las conexiones neuronales que la mantienen activa en tu cabeza. Intentar apagar el fuego con gasolina. Por eso, la solución no pasa por la fuerza de voluntad, sino por la astucia.