Mucho es lo que se ha dicho sobre los inmigrantes en Europa, casi siempre se ha enfocado por el tema de las llamadas “pateras” y la gran cantidad de personas que arriesgan sus vidas para llegar a este continente, sin embargo, poco se ha dicho de las cosas positivas que aportan. ¿Y si te dijera que España va a necesitar más trabajadores de los que imaginas… y que no los tiene? Parece exagerado, pero es justo el escenario que dibujan todos los informes oficiales. Mientras el país envejece a toda velocidad, el mercado laboral se enfrenta a una simple realidad, no hay relevo suficiente.
Al mismo tiempo, cada vez dependemos más de la aportación de la población inmigrante, que sostiene buena parte del crecimiento económico, el empleo y hasta el propio sistema de pensiones. Pero ¿cuánto tiempo podemos mantener este equilibrio sin tomar decisiones valientes?
La próxima década será clave. Los datos del CES, del Banco de España, de la AIReF y de organismos internacionales coinciden, o España atrae más mano de obra extranjera o el sistema empezará a perder fuelle. Y no hablamos de dentro de 40 años. Hablamos de ahora.
El frenazo demográfico que viene (y no avisa)

España se acerca a un punto de inflexión, a partir de 2029 comenzará a caer la población en edad de trabajar. No es una previsión lejana, es un hecho que ya aparece en las proyecciones del INE y de la AIReF. La natalidad está en mínimos históricos y la generación del baby boom se jubila a un ritmo que no deja margen. Esto significa menos trabajadores activos y más personas dependiendo del sistema. Una ecuación que no cuadra por sí sola.
El CES calcula que en solo diez años necesitaremos incorporar 2,4 millones de personas al mercado laboral para mantener el nivel productivo actual. Y la mayoría de esos empleos, queramos o no, solo podrán cubrirlos personas migrantes. Hoy ya representan una quinta parte de la población y son responsables de gran parte del crecimiento económico reciente. El desafío no es si harán falta, sino cómo nos preparamos para integrarlos de forma realista y eficaz.
Los inmigrantes ya sostienen nuestras pensiones (aunque no lo veamos)

Mientras el debate político va por un lado, la economía va por otro completamente distinto. Tres de cada cuatro nuevos empleos creados desde 2019 han sido ocupados por personas migrantes. Sin ellos, España no habría batido récords de afiliación ni habría visto crecer su PIB como lo hizo tras la pandemia. Son quienes cuidan, quienes recogen cosechas, quienes trabajan en sectores que muchos locales ya no quieren. Y también quienes levantan negocios, porque casi medio millón de autónomos en España son de origen extranjero.
Los números son caprichosos. Los trabajadores extranjeros aportan el 10% de los ingresos de la Seguridad Social y apenas generan un 1% del gasto. Su presencia no “quita empleo”: lo genera. Pero incluso con todo ese esfuerzo, la AIReF admite que no será suficiente. Para mantener la tasa de dependencia y sostener el sistema, España debería atraer hasta un millón de personas al año. Ahora mismo estamos muy lejos de esa cifra. Y cuanto más tardemos en reaccionar, mayor será la factura.
Un país que necesita talento, manos y futuro

No se trata solo de cantidad. El Banco de España insiste en que el impacto de la inmigración depende de la edad, el nivel educativo y la integración laboral de quienes llegan. Hoy, gran parte de esta fuerza laboral ocupa empleos esenciales pero precarios, donde la rotación es alta y la productividad está limitada por las propias condiciones del mercado. Es el momento de mejorar esa integración, porque es una inversión directa en nuestro futuro.
Lo cierto es que muchos sectores (agricultura, transporte, construcción, cuidados) ya están en números rojos por falta de personal. En algunas regiones incluso han cerrado explotaciones agrarias porque no encuentran manos para seguir funcionando. Mientras tanto, informes como el del CES recuerdan que los territorios más envejecidos dependen cada vez más de la migración para mantener actividad, servicios y vida. Si no reforzamos esa base ahora, corremos el riesgo de quedarnos sin el impulso que sostiene nuestra economía.
España se juega mucho en los próximos diez años. No hablar de este tema con honestidad no lo frena; solo retrasa decisiones que ya llegan tarde. La inmigración no es un parche, ni un debate ideológico, es parte esencial del presente y del futuro del país. Y cuanto antes lo asumamos colectivamente, antes podremos construir un modelo capaz de sostener empleo, pensiones y crecimiento sin miedo al mañana.







