"Viven con miedo e inquietud": 4.000 jóvenes extutelados, el colectivo con mayor riesgo de pobreza y exclusión social en España

El grupo presenta una tasa de riesgo de pobreza y exclusión social del 40,9 %, frente al 24,5 % de la población general.

Cumplir la mayoría de edad suele ser sinónimo de independencia, nuevas oportunidades y libertad. Pero para unos 4.000 jóvenes en España cada año, alcanzar los 18 años marca el inicio de una etapa de incertidumbre y desamparo. Son los llamados jóvenes extutelados, aquellos que han crecido bajo el sistema de protección —en centros de acogida o familias tutoras— y que, al alcanzar la mayoría de edad, deben abandonar el amparo institucional y enfrentarse solos a la vida adulta.

Según el informe Condiciones de vida tras salir del sistema de protección en España, elaborado por Aldeas Infantiles SOS, este grupo presenta una tasa de riesgo de pobreza y exclusión social del 40,9 %, frente al 24,5 % de la población general. Estas cifras sitúan a los jóvenes extutelados por encima de otros colectivos tradicionalmente vulnerables, como las mujeres, las personas con discapacidad o quienes viven en zonas rurales.

Desde Aldeas Infantiles SOS lanzan una llamada de atención sobre una realidad tan persistente como invisible: la precariedad que afecta a quienes deben emanciparse sin red familiar ni recursos mínimos. La organización subraya que el acompañamiento más allá de los 18 años es clave para romper la transmisión intergeneracional de la pobreza y garantizar que estos jóvenes puedan construir un futuro digno.

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Un salto a la adultez sin red

Mientras la edad media de emancipación en España ronda los 30 años, los jóvenes extutelados deben hacerlo a los 18. A esa edad, muchos carecen de vivienda, ahorros o apoyo emocional. La mayoría sale del sistema sin una red estable que los respalde, lo que los deja expuestos a la precariedad laboral, la inestabilidad residencial y el aislamiento social.

"Para ellos, la mayoría de edad no representa libertad, sino el inicio de una etapa de incertidumbre y responsabilidad asumida en solitario", explican. El acceso a una vivienda digna se convierte en una odisea sin avales ni ingresos fijos, la continuidad educativa se interrumpe porque las urgencias económicas los empujan a aceptar empleos temporales y las trayectorias laborales quedan marcadas por la falta de estabilidad y oportunidades.

Dos jóvenes extutelados
Jóvenes extutelados | Fuente: Aldeas Infantiles SOS

Además, la fragilidad de los vínculos afectivos agrava el impacto emocional de esta transición. Los jóvenes nos trasladan que la salida del sistema se vive con miedo e inquietud, y con una presión constante por salir adelante sin apenas apoyos", señala la organización.

Pobreza heredada, pero no inevitable

Aldeas Infantiles SOS destaca que la pobreza tiene un fuerte componente intergeneracional. Las carencias que marcan la infancia de estos niños y niñas tienden a reproducirse en la edad adulta, condicionando incluso las oportunidades de sus propios hijos. El informe revela que el 43,5 % de las personas extuteladas con hijos e hijas están en riesgo de pobreza o exclusión social, mientras que el 56,5 % restante ha conseguido una situación más estable.

"La pobreza se hereda, pero no es un destino inevitable, se puede esquivar con apoyos adecuados", afirma la organización. Y recuerda que seis de cada diez jóvenes extutelados logran integrarse plenamente en la sociedad cuando disponen de acompañamiento prolongado, acceso a vivienda, formación y empleo.

Este acompañamiento más allá de la mayoría de edad —hasta los 25 años, como reclaman los propios jóvenes— puede marcar la diferencia entre la exclusión y la integración. Cuando se les ofrecen recursos y apoyo emocional, no solo logran desarrollar sus proyectos personales, sino también ofrecer a sus hijos entornos más estables y esperanzadores.

“Queremos ser visibles y tener oportunidades”

El informe recoge también las voces de casi un centenar de jóvenes que participaron en grupos de discusión junto a profesionales del sistema de protección. Todos coinciden en la necesidad de planificar su salida del sistema con al menos dos años de antelación y de prolongar el acompañamiento hasta los 25 años. Piden, además, ser reconocidos como colectivo vulnerable y dejar de ser invisibles en las estadísticas oficiales, para que las políticas públicas puedan diseñarse con datos reales y efectivos.

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Entre sus reivindicaciones destacan el acceso a una vivienda asequible, empleos estables y apoyo psicológico que les permita afrontar la independencia con seguridad. También reclaman una sociedad más empática que derribe los prejuicios que aún pesan sobre ellos. El estigma, explican, multiplica los obstáculos y mina la confianza necesaria para salir adelante.

Desde hace más de dos décadas, Aldeas Infantiles SOS acompaña a chicos y chicas que dejan el sistema de protección a través de sus Programas de Jóvenes, una red de recursos que combina apoyo educativo, orientación laboral, alojamiento y acompañamiento personalizado. En 2024, la organización atendió a 1.406 jóvenes en distintos proyectos de autonomía y emancipación, además de servicios de empleo y talleres profesionales.

Factorenergia
Jóvenes vulnerables | Fuente: Agencias

Pero más allá de los recursos materiales, el valor diferencial está en el vínculo humano. “No trabajamos para los jóvenes, sino con ellos”, subrayan desde Aldeas. “Les ayudamos a fortalecer su confianza, su resiliencia y sus redes de apoyo, para que puedan construir un futuro plenamente independiente”.

La situación de los jóvenes extutelados plantea un desafío que trasciende el ámbito de la protección infantil: habla de la capacidad de una sociedad para cuidar de quienes más lo necesitan. Cuando un menor entra en el sistema de protección, el Estado asume la responsabilidad de velar por su bienestar. Sin embargo, esta responsabilidad no debería extinguirse al cumplir 18 años.

El abandono institucional a esa edad multiplica el riesgo de exclusión social y perpetúa las desigualdades. Como recuerda Aldeas Infantiles SOS, se trata de una desigualdad estructural que se manifiesta en cada paso hacia la autonomía, como en la dificultad para alquilar una vivienda, encontrar un trabajo digno o continuar los estudios.

Reconocer esta realidad y garantizar acompañamientos prolongados no es un acto de caridad, sino una inversión en cohesión social. Reconocen que cada joven que logra salir adelante rompe una cadena de vulnerabilidad que, de otro modo, podría transmitirse a las siguientes generaciones.

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