El espía que engañó a Hitler con un cadáver de un ahogado: la increíble ‘Operación Mincemeat’ que cambió el rumbo de la II Guerra Mundial

La historia real de cómo el cadáver de un sintecho se convirtió en el arma secreta que cambió el curso de la mayor guerra de la historia. Un plan tan audaz y rocambolesco que parecía sacado de una novela, pero que funcionó a la perfección.

El espía que engañó a Hitler en el momento más crítico de la II Guerra Mundial no era un agente doble ni un comando de élite, ni siquiera estaba vivo. Fue una de las mayores y más extrañas operaciones de desinformación jamás concebidas, un ardid tan teatral como macabro. La mente pensante fue el servicio de inteligencia británico, pero su protagonista involuntario fue un muerto, porque el arma secreta de los Aliados fue el cadáver de un vagabundo anónimo vestido como un oficial de la Marina Real.

Aquella estratagema, bautizada como ‘Operación Mincemeat’ (Carne Picada), es la prueba de que en la guerra la imaginación puede ser tan letal como un batallón. Fue una apuesta desesperada, un órdago lanzado sobre el tablero de Europa con la esperanza de salvar miles de vidas en el inminente desembarco aliado. La pregunta que flotaba en el aire era si el alto mando nazi mordería el anzuelo, ya que se trataba de una operación tan audaz y rocambolesca que nadie en su sano juicio la creería posible. Y precisamente por eso, funcionó.

¿CÓMO SE ENGAÑA A UN TIRANO?

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Corría el año 1943 y los Aliados preparaban el siguiente gran golpe contra la fortaleza nazi: la invasión del sur de Europa. El punto más obvio, el llamado «vientre blando» del Eje, era la isla de Sicilia. Su proximidad a las costas de Túnez, ya en manos aliadas, la convertía en el objetivo más lógico. El problema era que el alto mando alemán también lo sabía, y el propio Hitler había ordenado fortificar la isla hasta convertirla en un bastión inexpugnable, ya que la isla de Sicilia era el paso más lógico y vulnerable para atacar la fortaleza europea del Eje.

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Atacar de frente habría supuesto una masacre. Hacía falta un engaño, una distracción a gran escala que desviara la atención y las tropas alemanas a otro lugar. Pero la inteligencia nazi era eficaz y el Führer, un paranoico. ¿Cómo convencerles de una mentira tan monumental? El desafío era mayúsculo, porque la única opción era fabricar una mentira tan grande y detallada que hasta el más escéptico la creyera y obligara a Hitler a cambiar sus planes. La respuesta estaba en la mente de dos oficiales de inteligencia: Ewen Montagu y Charles Cholmondeley.

NACIMIENTO Y MUERTE DEL COMANDANTE MARTIN

La idea, digna de una novela de Ian Fleming (quien, de hecho, trabajaba para la inteligencia naval por entonces), era sencilla en su planteamiento: arrojar al mar un cadáver con un maletín que contuviera documentos falsos. El primer paso era encontrar «al hombre que nunca existió». Lo hallaron en una morgue de Londres: el cuerpo de Glyndwr Michael, un sintecho galés que había muerto por ingerir veneno. Era el candidato perfecto. Para engañar a Hitler no bastaba con un cuerpo, había que darle un alma, pues le inventaron una vida entera: una novia, cartas de amor, deudas y hasta entradas de teatro.

Lo bautizaron como Comandante William Martin, de los Royal Marines. Le crearon un pasado, una personalidad y, lo más importante, un futuro truncado. En el maletín, atado a su muñeca, colocaron el cebo. No eran órdenes de batalla, algo demasiado sospechoso. Eran cartas personales entre generales que, como quien no quiere la cosa, revelaban el «verdadero» plan aliado: un ataque inminente sobre Grecia y Cerdeña. Cada detalle fue cuidado con una precisión obsesiva, ya que la pieza clave era una carta personal entre altos mandos que revelaba falsos planes de invasión en el III Reich.

HUELVA, EL ESCENARIO IMPROBABLE PERO PERFECTO

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¿Dónde arrojar el cuerpo para asegurar que cayera en manos alemanas? El lugar elegido fue la costa de Huelva. La España de Franco era oficialmente neutral, pero sus simpatías por el Eje eran bien conocidas y el sur del país era un nido de espías y colaboradores nazis. Era el escenario perfecto para que la información fluyera rápidamente hacia Berlín. El plan dependía de la red de agentes del Führer en la península, dado que España era un hervidero de espías alemanes que operarían con rapidez y eficacia para hacerse con cualquier información valiosa.

En la madrugada del 30 de abril de 1943, el submarino británico HMS Seraph emergió en silencio frente a la playa de La Bota, en Punta Umbría. La tripulación depositó con cuidado el cuerpo del «Comandante Martin» en el agua para que la marea lo arrastrara hasta la orilla. Horas después, un pescador local lo encontró. La maquinaria se puso en marcha tal y como los británicos habían previsto. La noticia llegó a las autoridades franquistas y, de ahí, al espionaje alemán. Se aseguró de que el descubrimiento pareciera completamente fortuito para no levantar sospechas y que el engaño para Hitler funcionara.

EL ANZUELO, EL SEDAL Y EL TIRANO

La autopsia realizada en España dictaminó, erróneamente, muerte por ahogamiento. El cónsul alemán movió todos los hilos para acceder al contenido del maletín. Con una habilidad pasmosa, los agentes de la Abwehr (la inteligencia militar alemana) lograron abrir los sobres, fotografiar los documentos y volver a sellarlos sin dejar rastro. La eficiencia alemana, su propia soberbia técnica, se convirtió en su perdición, ya que los técnicos nazis certificaron que los documentos eran auténticos y no habían sido manipulados antes de devolverlos a los británicos a través de los canales diplomáticos.

Las copias de los documentos falsos volaron de Madrid a Berlín y aterrizaron directamente en el Wolfsschanze, el cuartel general del Führer. Los generales de Hitler analizaron la información y, aunque algunos mostraron dudas, el propio dictador nazi cayó en la trampa por completo. La información parecía tan genuina, tan «accidentalmente» obtenida, que disipó cualquier recelo. La mentira había completado su viaje, y el propio Hitler se convenció de que la invasión principal sería en Grecia y Cerdeña, y no en Sicilia.

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LA MENTIRA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

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La decisión de Hitler fue inmediata y catastrófica para sus ejércitos. Ordenó el traslado de tropas de élite, incluyendo divisiones Panzer completas, desde Francia y la propia Sicilia hacia Grecia y los Balcanes para repeler la invasión fantasma. El 10 de julio de 1943, cuando los Aliados lanzaron la ‘Operación Husky’, la verdadera invasión, se encontraron con una Sicilia sorprendentemente debilitada. El desembarco aliado fue un éxito rotundo, lo que provocó el traslado de divisiones enteras de tanques y tropas de élite a Grecia, debilitando fatalmente Sicilia.

La isla cayó en poco más de un mes, con un número de bajas aliadas mucho menor del previsto. El éxito abrió las puertas de Italia, provocó la caída de Mussolini y asestó un golpe moral y estratégico devastador al Eje. En un pequeño cementerio de Huelva yace hoy una tumba con el nombre de William Martin y una inscripción: «El hombre que nunca fue». Es el último homenaje a Glyndwr Michael, y el cuerpo de un hombre que no fue nadie en vida se convirtió en el héroe anónimo que salvó a miles de personas de la locura de Hitler.

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