Los recientes enfrentamientos entre Irán e Israel, con la implicación directa de potencias como Estados Unidos, no solo han agitado el tablero geopolítico mundial, sino que ya comienzan a trasladar sus efectos a la economía global. El conflicto ha reavivado la incertidumbre en los mercados internacionales y amenaza con desestabilizar a aquellos países más vulnerables al vaivén del comercio exterior y España desafortunadamente se encuentra en este grupo de países.
España, altamente dependiente de las importaciones de materias primas y energía, (una realidad que durante años ha pasado desapercibida), empieza a sentir las primeras señales de alarma en sectores clave de su economía. Uno de los impactos más inmediatos se ha producido en los mercados de cereales y combustibles. La tensión creciente en Oriente Medio, especialmente en los mercados estratégicos de suministro, ha encarecido la logística y disparado los precios de referencia.
Esto afecta de lleno a productos básicos en la dieta española como el pan, la pasta o las galletas (estamos hablando de productos elaborados a base de cereales como el trigo), así como a los piensos para la alimentación animal. Si el conflicto se prolonga, no se descartan nuevas subidas en la cesta de la compra, ya de por sí presionada por una inflación persistente. En este escenario, la recuperación económica de los hogares españoles se enfrenta a un nuevo obstáculo, una crisis internacional que, aunque lejana en distancia, golpea muy cerca en lo cotidiano.
El trigo en el punto de mira: cómo el conflicto impacta en los mercados internacionales de cereales

El estallido de la violencia entre Irán e Israel ha intensificado la volatilidad en los mercados internacionales de materias primas, con el trigo como uno de los productos más afectados. Aunque ni Irán ni Israel figuran entre los principales exportadores mundiales de este cereal, el verdadero problema radica en que la región del Golfo y sus inmediaciones desempeñan un papel crucial en las rutas de transporte marítimo que conectan a grandes productores como Rusia, Ucrania o Kazajistán con los países del Mediterráneo.
La tensión militar y el riesgo de bloqueo (siempre daños colaterales de cualquier conflicto bélico) en estos corredores estratégicos ya han provocado una subida de los precios en los contratos de futuros de trigo, generando inquietud en los mercados europeos. España, que importa más del 70 % del trigo que consume, no es ajena a este escenario.
La industria alimentaria nacional depende en gran medida de la estabilidad de estos flujos internacionales para abastecer de harina a panaderías, fábricas de pasta y productores de piensos, aunque debido a la raíz del problema cualquier producto que requiera trasladarse por estas vías afectadas por el conflicto, desafortunadamente van a experimentar incrementos de precios. Cualquier interrupción o encarecimiento en la cadena de suministro repercute directamente en el coste final de los alimentos básicos, amenazando con trasladar la incertidumbre geopolítica a los lineales de los supermercados.
Del transporte al supermercado: el efecto dominó de la tensión en Oriente Medio

El conflicto además de elevar el riesgo en el transporte marítimo internacional, ha afectado a rutas clave como el estrecho de Ormuz y el canal de Suez. El temor a ataques o bloqueos en estas zonas ha disparado los seguros de carga y los costes del transporte, lo que complica la logística para las empresas importadoras.
En consecuencia, muchos operadores ya revisan sus tarifas y tiempos de entrega, lo que se traduce en una mayor presión sobre la cadena de distribución alimentaria en España. Esta subida en los costes logísticos se suma al encarecimiento de la energía, también vinculado al conflicto.
El transporte por carretera, necesario para llevar los productos desde los puertos a los puntos de venta, ya refleja un aumento en los precios de la gasolina, lo que repercute en el coste total de los alimentos, y es que cualquier incremento en los precios de los combustibles terminan afectando los precios de muchos productos. Desde la harina hasta los productos elaborados, el encarecimiento del transporte termina afectando a la cesta de la compra, en un momento en el que muchas familias aún no se han recuperado del último ciclo inflacionista.
Una inflación que no da tregua: el consumidor español ante una nueva presión externa

El consumidor español, que durante el último año ha tenido que ajustar su gasto ante una inflación persistente, vuelve a enfrentar un escenario de inestabilidad. La guerra entre Irán e Israel añade un nuevo elemento de presión sobre los precios, justo cuando los analistas preveían una moderación en el encarecimiento de los alimentos.
Productos básicos como el pan, la pasta o los cereales podrían registrar nuevas subidas si la tensión se prolonga y afecta de forma estructural a los flujos comerciales y energéticos. Esta situación coloca a los hogares en una posición delicada, especialmente a los más vulnerables, que tenemos que aceptar en los últimos años han tenido que enfrentar situaciones críticas en la economía.
El impacto de los conflictos internacionales, el encarecimiento de la energía y la dependencia de importaciones estratégicas genera lo que muchos economistas llaman una “inflación importada” que escapa del control interno. A corto plazo, el Gobierno y los agentes económicos deberán vigilar de cerca esta evolución, ya que cualquier alteración en el coste de los alimentos esenciales puede tener consecuencias sociales y políticas significativas.