España es el país de las contradicciones económicas. ¿Puede una economía crecer al mismo tiempo que se frena? España está justo en ese punto extraño. Bruselas ha elevado las previsiones del PIB para los próximos años, pero también ha encendido una luz ámbar, el motor que ha impulsado el país últimamente empieza a perder fuerza. Y, sorprendentemente, no se trata de la industria, ni del turismo, ni siquiera del consumo. Es la vivienda.
La Comisión Europea lo dice claro; la falta de oferta (y los precios imposibles) amenazan el empleo, la llegada de nuevos trabajadores y, en consecuencia, el crecimiento económico. En un país donde cada trimestre se celebra que el PIB aguanta mejor que el de sus vecinos, este aviso no es menor. De hecho, es la primera vez que Bruselas señala directamente a la vivienda como uno de los factores que podrían frenar la recuperación.
El mensaje es simple, casi incómodo; sin casas, no habrá manos para sostener la economía. Y si los flujos migratorios se frenan, el país entrará en un periodo de moderación más rápido de lo previsto. Así que, aunque las cifras pinten bien, el horizonte viene cargado de desafíos que ya no se pueden ignorar.
La vivienda, el nuevo cuello de botella de la economía española

Bruselas reconoce que gran parte del empuje reciente del PIB español se explica por la inmigración, más gente trabajando, más consumo, más actividad. Pero ese flujo, según apunta la Comisión, va a desacelerarse de manera clara entre 2026 y 2027. No por falta de interés, sino por un bloqueo mucho más terrenal, no hay suficientes viviendas disponibles, y las que hay son demasiado caras para la mayoría de los recién llegados. Las grandes ciudades, donde suelen asentarse, están prácticamente agotadas.
Esto convierte la vivienda en un problema macroeconómico, no solo social. Sin oferta suficiente, España corre el riesgo de perder trabajadores justo cuando más los necesita. Y esto se traduce en menos empleo creado, menor dinamismo y un crecimiento más débil. Bruselas lo explica sin rodeos, si la fuerza laboral deja de aumentar, la economía no puede sostener el ritmo actual, por muy sólidos que parezcan los indicadores.
Un crecimiento que se mantiene… pero que se enfría

La Comisión Europea subraya que España seguirá liderando el crecimiento de la eurozona, con un avance del 2,9% en 2025 y del 2,3% en 2026. Son cifras mucho más optimistas que las de Italia, Francia o Alemania, que apenas rozan el 1%. El consumo interno, el empleo y la inversión (sobre todo la vinculada a los fondos europeos) seguirán tirando con fuerza. Sobre el papel, la fotografía es buena.
Pero debajo de esa imagen aparece la parte menos brillante. Bruselas prevé una moderación clara del crecimiento, arrastrada por la caída del empleo potencial, el menor ritmo migratorio y el impacto de un contexto internacional lleno de incertidumbre. El turismo puede verse afectado por la debilidad de los socios comerciales, las exportaciones se frenarán y el consumo podría resentirse si la creación de empleo pierde fuerza. No es una crisis, pero sí un frenazo que ya está dibujado.
El mercado laboral, entre récords y señales de alerta

España bajará del 10% de paro por primera vez en más de una década, algo que Bruselas destaca como un hito importante. Sin embargo, también aclara que este avance no se debe a una revolución productiva ni a un cambio estructural profundo, sino al mismo factor que ahora empieza a tambalearse, la inmigración. La llegada de nuevos trabajadores ha ampliado la fuerza laboral y ha permitido crear empleo a un ritmo superior al que la economía española produce de manera natural.
Pero si los flujos migratorios se reducen, el mercado laboral se moverá en otra dirección. La tasa de paro seguirá bajando, sí, pero más por una fuerza laboral que deja de crecer que por una economía que genera más oportunidades. Y eso, en términos de sostenibilidad, no es una buena noticia. Bruselas lo resume de forma cruda, sin más trabajadores, la economía tendrá menos gasolina para avanzar.
Un cierre para mirar hacia adelante

España encara los próximos años con una mezcla peculiar, buenas previsiones, mejores números que sus vecinos y, aun así, un aviso serio en el buzón. La vivienda, ese problema que parecía solo social, se ha convertido en el punto débil de un modelo económico que depende de atraer talento y mano de obra. Si no se amplía la oferta, si no se abaratan los precios y si no se facilita el acceso, el frenazo será inevitable.
Quizá este sea el momento de abrir un debate que lleva años aplazándose. Porque, si el país quiere mantener el ritmo, necesita algo tan básico como garantizar que la gente pueda vivir donde trabaja. Un reto enorme, pero también una oportunidad para repensarlo todo. Y, quién sabe, quizá sea esta la señal que faltaba para que por fin se tomen decisiones de fondo.







