Madrid aún recuerda aquella noche de febrero de 2005 como una herida abierta en su memoria, cuando el incendio del Windsor dibujó una antorcha macabra en el corazón financiero de la ciudad. Lo que empezó como un suceso impactante, pronto se convirtió en un laberinto de preguntas sin respuesta. Todos vimos las imágenes, pero, la versión oficial de un accidente por una colilla nunca convenció a nadie, dejando un rastro de sospechas que apuntaban mucho más alto, hacia las altas esferas del poder económico español. ¿Y si las llamas no fueron un accidente, sino la herramienta de un crimen perfecto?
La historia del coloso de Azca no es solo la de un rascacielos devorado por el fuego, es la crónica de una duda que se niega a extinguirse con el paso de los años. Detrás del humo y los escombros se esconde una trama digna del mejor guion de suspense, con todos los ingredientes necesarios: una guerra empresarial sin cuartel, documentos que valían millones y que ardieron en el momento justo, y unas misteriosas figuras humanas grabadas en vídeo moviéndose dentro del infierno. ¿Casualidades? Demasiadas. Porque en este caso, lo que se quemó en la torre madrileña era mucho más que acero y hormigón, eran las pruebas de un escándalo que, convenientemente, se hicieron cenizas.
¿UN CIGARRILLO MAL APAGADO O LA MECHA DE UN ESCÁNDALO?
La investigación judicial se cerró apuntando a una colilla mal apagada o un cortocircuito en un despacho de la planta 21 como la causa más probable del desastre. Una empleada de la consultora Deloitte, que ocupaba varias plantas del edificio, admitió haber estado fumando horas antes, pero siempre mantuvo que apagó bien los cigarrillos. Sin embargo, esa explicación parecía un débil cortafuegos para las llamas de la sospecha, porque la justicia archivó el caso sin encontrar indicios suficientes de responsabilidad penal, dejando un vacío que las teorías alternativas no tardaron en llenar. ¿De verdad un rascacielos moderno y equipado con sistemas de seguridad podía arder hasta los cimientos por un descuido tan banal?
El verdadero epicentro del misterio no estaba en la colilla, sino en los archivos que custodiaba precisamente esa consultora. En aquellos días, Deloitte estaba en el centro de una auditoría crucial para dirimir una batalla por el control del BBVA, en la que la constructora Sacyr intentaba hacerse con el poder del banco. La firma guardaba en el Windsor documentación muy sensible sobre la venta de la sociedad FG Valores, propiedad del entonces presidente del BBVA, Francisco González, a Merrill Lynch. Justo un día antes del incendio, la Fiscalía Anticorrupción había solicitado formalmente esos papeles para investigar posibles irregularidades contables. El fuego los devoró antes de que pudieran llegar a manos del juez.
LAS SOMBRAS DE LA DISCORDIA: ¿QUÉ SE VIO AQUELLA NOCHE?
Las imágenes, emitidas hasta la saciedad, mostraban con una claridad escalofriante dos siluetas humanas moviéndose con calma en una de las plantas inferiores, horas después de que los bomberos hubieran evacuado por completo el inmueble ante el riesgo de colapso. No parecían víctimas atrapadas ni personal de emergencias. Se movían con determinación, como si tuvieran una misión. Aquellas figuras fantasmales, bautizadas como "los fantasmas del Windsor", se convirtieron en el símbolo de la teoría del sabotaje, alimentando la idea de que alguien entró deliberadamente en el edificio en llamas.
La controversia sobre las sombras nunca se resolvió del todo. Mientras algunos informes periciales de los bomberos sugirieron que podrían ser reflejos de los propios equipos de extinción trabajando desde el exterior, otros análisis de la Policía Científica dieron verosimilitud a la presencia de personas dentro del edificio. La justicia, aunque reconoció la existencia de las sombras en el vídeo, finalmente descartó que tuvieran relevancia para la causa del fuego. Pero la pregunta sigue en el aire, como el humo de aquella noche: ¿quiénes eran esas personas y qué hacían dentro del Windsor mientras el resto de Madrid miraba atónito cómo ardía?.
DELOITTE Y EL BBVA: LAS CENIZAS DE UNA GUERRA FINANCIERA
El expresidente de Sacyr, Luis del Rivero, declaró años después en la Audiencia Nacional que su empresa desistió de la operación para tomar el control del BBVA justo después del incendio. Lo dijo sin rodeos: sintieron miedo. La destrucción de la documentación que guardaba Deloitte en el Windsor fue, para ellos, la señal definitiva de que la "guerra" había escalado a otro nivel. Esos papeles eran clave, ya que la auditoría investigaba un supuesto maquillaje contable en la venta de FG Valores que habría permitido a Francisco González obtener un beneficio millonario justo antes de ser nombrado presidente de Argentaria, el banco público que luego se fusionaría para crear el BBVA.
La "casualidad" de que las pruebas se quemaran justo cuando la fiscalía las reclamaba es, para muchos, el nudo gordiano de toda esta trama. La propia Deloitte comunicó oficialmente que todos los documentos originales se habían perdido en el siniestro y que no existían copias digitales. El caso judicial sobre FG Valores acabó archivado por falta de pruebas. El incendio del Windsor funcionó como un borrado perfecto, una pira funeraria para secretos financieros que podrían haber cambiado el destino de uno de los mayores bancos del país. Con las llamas se esfumó la única oportunidad de saber la verdad.
LAS PRUEBAS QUE NADIE ENCONTRÓ Y EL MISTERIO DEL BUTRÓN
Las altísimas temperaturas, que llegaron a fundir la estructura de acero del rascacielos, hicieron prácticamente imposible que los peritos encontraran pruebas concluyentes de un acelerante o cualquier otro indicio de intencionalidad. El amasijo de hierros retorcidos y hormigón calcinado en que se convirtió el esqueleto del Windsor era un campo estéril para los investigadores. A esto se sumaron detalles extraños, como que los sistemas antiincendios del edificio no funcionaron correctamente esa noche; la presión del agua era insuficiente y los rociadores automáticos nunca se activaron.
Pero hubo más. Durante las labores de desescombro, se descubrió un misterioso agujero, un butrón, en uno de los sótanos que conectaban el edificio con un aparcamiento adyacente. Este hallazgo añadió otra capa de sospecha al asunto. ¿Pudo ser esa una vía de entrada y escape para los supuestos saboteadores, las sombras de la ventana? Aunque nunca se pudo demostrar su relación directa con el fuego, la existencia de ese agujero reforzó la hipótesis de una operación planificada y ejecutada con precisión milimétrica, muy lejos de la simple negligencia de una colilla. El misterio del Windsor se hacía cada vez más profundo.
EL LEGADO DE HUMO: ¿QUÉ NOS QUEDA DEL WINDSOR?
El incendio del Windsor trascendió la categoría de suceso para convertirse en una leyenda urbana, un símbolo de las zonas grises donde el poder económico y la legalidad a veces se desdibujan. La versión oficial nunca apagó del todo el fuego de la conspiración, que se ha visto alimentada con el tiempo por la aparición de personajes como el excomisario Villarejo, cuyos informes apuntaban a un plan para eliminar los documentos del BBVA. El sobreseimiento judicial dejó un amargo sabor a impunidad, la sensación de que nunca conoceremos la verdad completa de lo que pasó en el corazón de AZCA.
Hoy, la Torre Titania se erige donde antes estaba el esqueleto calcinado, pero no ha logrado borrar la cicatriz. Cada aniversario del incendio reabre el debate y nos obliga a mirar de nuevo a esas imágenes hipnóticas del fuego y, sobre todo, a esas sombras esquivas. Quizás nunca se resuelva el enigma, y el caso del Windsor quede como una de esas historias incómodas que nos recuerdan que, a veces, el humo puede ser la coartada más eficaz para ocultar los crímenes más sofisticados, dejando tras de sí un frío legado de dudas y la certeza de que algunas cintas se quemaron para siempre.