Pocos son conscientes de que la llegada de Mazinger Z a nuestras vidas, aquel robot que nos hizo soñar con batallas épicas, estuvo a un paso de ser fulminada por una intensa polémica. Aquella serie no era solo un conjunto de dibujos animados, sino el reflejo de un cambio social, y por eso la controversia sobre su emisión generó un cisma en la España de 1978 que enfrentó a padres, educadores y a la propia televisión pública. ¿Estaba preparado nuestro país para un héroe de metal tan diferente?
La respuesta a esa pregunta se convirtió en un auténtico campo de batalla mediático que casi nos priva del fenómeno. Mientras miles de niños quedábamos hipnotizados frente al televisor, se libraba una guerra silenciosa en los despachos, y es que la presión de ciertos sectores conservadores calificó a Mazinger Z como una amenaza para la infancia por su supuesto contenido belicista. Lo que vino después fue una decisión drástica que dejó una cicatriz imborrable en la memoria de toda una generación.
UN GOLPE DE ACERO EN LA PARRILLA DE TVE
Imaginen la España de 1978. Una televisión en blanco y negro, con solo dos canales, donde la programación infantil estaba dominada por la dulzura de Heidi o el drama de Marco. En ese contexto tan apacible, el estreno de Mazinger Z fue un auténtico meteorito. De repente, la pantalla se llenó de explosiones, rayos láser y monstruos mecánicos, y muchos se preguntaron si aquella ficción japonesa no era un contenido demasiado rompedor para la mentalidad de la época, acostumbrada a relatos mucho más inocentes y didácticos.
El impacto fue inmediato y arrollador, un fenómeno sin precedentes que paralizaba el país cada sábado por la tarde. El grito de "¡Puños fuera!" se convirtió en el himno no oficial de los patios de colegio, y es que la fascinación por el robot pilotado por Koji Kabuto trascendió la pantalla para instalarse en el imaginario colectivo de millones de niños. Nadie podía anticipar que aquel éxito masivo sería, precisamente, la mecha que encendería la mayor de las polémicas de la televisión de entonces.
¿DEMASIADO VIOLENTO PARA LOS NIÑOS DEL 78?
La pregunta que flotaba en el aire no tardó en convertirse en una acusación formal por parte de los sectores más críticos. La violencia explícita, los combates sin tregua y la destrucción constante eran elementos inéditos en un producto dirigido al público infantil. Para muchos, Mazinger Z había cruzado una línea roja, y por eso la principal queja se centraba en que la serie normalizaba la agresividad como método para resolver conflictos, un mensaje que se consideraba pernicioso para los más pequeños y que chocaba frontalmente con los valores tradicionales.
Esta corriente de opinión encontró su altavoz en influyentes asociaciones de telespectadores y grupos de padres, que iniciaron una cruzada sin cuartel. No se trataba de una simple pataleta, sino de una campaña organizada con cartas a los periódicos y protestas formales, ya que estos colectivos argumentaban que el anime de Go Nagai exaltaba la guerra y carecía de cualquier propósito educativo. La presión sobre los directivos de Televisión Española comenzó a ser asfixiante, llevando el debate a la primera plana mediática.
LA GUERRA SE LIBRABA EN LOS DESPACHOS DE TVE
Mientras en la calle el merchandising del gigante de acero arrasaba, en los despachos de Prado del Rey la situación era crítica. La dirección de TVE se vio atrapada en una encrucijada, pues tenía que equilibrar las cifras de audiencia estratosféricas de Mazinger Z con el creciente malestar social que estaba provocando. No era una decisión fácil, ya que la serie era un producto rentable y un éxito incontestable, pero el ruido mediático amenazaba con convertirse en una crisis institucional para el ente público.
La polémica sobre Mazinger Z escaló hasta convertirse en un símbolo del choque entre la vieja y la nueva España. Por un lado, los defensores de la modernidad y la apertura a nuevas culturas; por otro, los que veían en el robot japonés una influencia extranjera perniciosa. En medio de este fuego cruzado, la televisión pública se vio forzada a tomar una determinación sobre la continuidad de la serie, una resolución que no solo afectaría a su parrilla, sino que lanzaría un mensaje claro sobre su línea editorial.
LA CANCELACIÓN QUE DEJÓ A UNA GENERACIÓN HUÉRFANA
Y entonces, sin previo aviso, ocurrió. Tras la emisión del episodio 26, Mazinger Z desapareció de la programación. No hubo despedida ni explicación alguna, simplemente dejó de emitirse, dejando la historia de Koji Kabuto y su lucha contra el Doctor Infierno completamente inacabada. Para miles de niños, aquello fue un trauma, ya que la abrupta cancelación se sintió como una traición incomprensible por parte de la cadena, que les arrebató a su héroe de la noche a la mañana y sin dar explicaciones.
Aquel final abrupto convirtió a Mazinger Z en una leyenda urbana, un mito que se alimentó durante años con la incertidumbre y el anhelo de saber cómo terminaba la historia. La decisión de TVE no solo silenció los motores del robot, sino que provocó que la serie se transformara en un objeto de culto para toda una generación, que creció con la sensación de que algo les había sido arrebatado injustamente. La ausencia del gigante de acero dejó un vacío que ninguna otra serie pudo llenar durante mucho tiempo.
EL REGRESO DEL MITO: UN ICONO INDESTRUCTIBLE
Tuvieron que pasar casi quince años para que la justicia poética se abriera paso. A principios de los noventa, con la llegada de las televisiones privadas, Telecinco recuperó la serie y, por fin, emitió todos los episodios. El regreso de Mazinger Z fue un acontecimiento, pues permitió que los niños de los setenta, ya adultos, pudieran cerrar el círculo y completar la historia que les fue negada. Esta vez, la sociedad española, mucho más madura y abierta, recibió al robot con los brazos abiertos, sin polémicas ni debates morales.
Hoy, la figura de Mazinger Z es mucho más que un simple recuerdo nostálgico; es un icono cultural que demuestra cómo la televisión puede marcar la infancia de un país. Aquella batalla en los despachos, que casi nos impide conocerlo, no hizo más que engrandecer su leyenda, y es que el legado del primer robot gigante pilotado sigue presente en la cultura popular como símbolo de resistencia. Al final, ni la censura ni las polémicas pudieron con la fuerza de un gigante de acero que llegó para enseñarnos a luchar por nuestros sueños.