Iñaki ‘El Bermeano’ (69 años), cocinero jubilado: «El marmitako solo tiene un mandamiento: el bonito se echa con…»

El mandamiento inquebrantable que diferencia un guiso marinero sublime de un auténtico desastre culinario. Descubre por qué el secreto de este plato icónico de Bermeo no está en la cocción, sino en apagar el fuego a tiempo.

El marmitako es mucho más que una simple receta, es el alma de la cocina marinera vasca embotellada en una cazuela, pero ¿y si te dijera que un solo gesto, repetido en miles de cocinas, lo arruina por completo? La diferencia entre un plato memorable y una decepción absoluta no está en los ingredientes, pues el secreto reside en un momento preciso, en un acto de fe que desafía todo lo que creías saber sobre guisar pescado. Sigue leyendo y nunca volverás a mirar este plato de la misma manera.

Esa tradición de chup-chup lento que asociamos a los grandes guisos es, paradójicamente, el peor enemigo de este tesoro gastronómico. Nos han enseñado a cocer, a dar tiempo, pero en este caso la prisa, o más bien la ausencia de fuego, lo es todo, ya que la textura jugosa y delicada del bonito del norte solo se consigue con una técnica ancestral que los arrantzales conocían bien, un secreto a voces que estás a punto de descubrir y que cambiará para siempre tu forma de preparar este guiso de Bermeo.

LA PACIENCIA ESTÁ EN EL SOFRITO, NO EN EL PESCADO

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Todo gran marmitako nace de un sofrito humilde pero poderoso, cocinado a fuego muy lento hasta que la cebolla y el pimiento verde estén casi caramelizados. Es un paso que muchos se saltan por impaciencia, pero es aquí donde reside el alma del guiso, porque la base de verduras pochadas lentamente es la que aportará el dulzor y la profundidad de sabor que equilibrará la intensidad del resto de ingredientes. No tengas ninguna prisa en este primer acto.

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Junto al sofrito, la patata es la otra gran protagonista de la base de esta caldereta de bonito. Pero no vale cualquier corte. Hay que «chascarla» o «triscarla», rompiéndola en lugar de cortándola con el cuchillo para que libere su almidón durante la cocción. Es un gesto rústico pero fundamental, ya que es precisamente ese almidón el que ligará la salsa de forma natural, dándole esa textura trabada y melosa tan característica sin necesidad de añadir harinas ni espesantes artificiales.

EL SECRETO ROJO: LA CARNE DE PIMIENTO CHORICERO ES INNEGOCIABLE

Si quieres que tu marmitako sepa a tradición y a Cantábrico, olvídate del tomate frito o de otros sucedáneos. El color y el sabor inconfundible de la receta auténtica provienen de un solo lugar: la pulpa o carne del pimiento choricero. Es un ingrediente que requiere un poco de trabajo previo, pero su aportación es insustituible, puesto que su sabor ahumado, ligeramente amargo y profundo, es la firma de la auténtica cocina vasca y lo que eleva el plato a otra categoría.

Para extraer su esencia, solo tienes que hidratar los pimientos en agua tibia durante unas horas y luego, con la punta de un cuchillo, raspar con cuidado su interior para obtener una pasta de un rojo intenso. Esta pulpa, añadida al guiso junto al caldo, es pura magia. No caigas en la tentación de atajos, porque la pureza de esta carne de pimiento es lo que garantiza un sabor limpio y potente, la verdadera columna vertebral de este plato de cuchara.

EL ÚNICO MANDAMIENTO: «NO COCERÁS EL BONITO SOBRE TODAS LAS COSAS»

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Y aquí llega el momento cumbre, el secreto que Iñaki ‘El Bermeano’ y todos los cocineros de puerto guardan como un tesoro. Justo cuando las patatas están tiernas y el guiso ha llegado a su punto, se apaga el fuego. Sí, has leído bien: se apaga. Es entonces, y solo entonces, cuando se añaden los dados de bonito a la cazuela, ya que el pescado se cocina únicamente con el calor residual del guiso, tapando la cazuela durante cinco minutos exactos.

Cocer el bonito, aunque sea solo un par de minutos, es el pecado capital. El calor directo y prolongado del fuego contrae sus proteínas, seca sus jugos y lo convierte en una masa estropajosa y sin vida, el temido «scombro». Por el contrario, la cocción pasiva lo confita suavemente, porque esta técnica mantiene el bonito increíblemente tierno y jugoso por dentro, con una textura que se deshace en la boca. Es la diferencia entre un marmitako sublime y, como dice Iñaki, «comida para gatos».

EL CALDO Y EL REPOSO: LOS ACTORES SECUNDARIOS QUE SE LLEVAN EL OSCAR

Un buen caldo de pescado, o fumet, es el líquido que dará vida a tu marmitako, pero debe ser un actor secundario con clase. Su misión es aportar sabor a mar sin eclipsar a los protagonistas. Un caldo demasiado potente podría enmascarar el delicado sabor del bonito y la personalidad del choricero, por lo que el equilibrio es la clave: el caldo debe complementar, nunca dominar, creando una armonía perfecta en la cazuela.

Una vez que el bonito ha reposado sus cinco minutos mágicos con el fuego apagado, no tengas prisa por servirlo. Déjalo reposar otros cinco o diez minutos más fuera del fuego. Este último paso, a menudo olvidado, es crucial. Durante este tiempo, los sabores se asientan, se fusionan y se profundizan, y la salsa termina de ligar. Es un gesto de paciencia que transforma un conjunto de ingredientes en un guiso cohesionado y lleno de matices.

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EL PLACER DE UN GUISO QUE SABE A VERDAD Y A CANTÁBRICO

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El resultado de seguir estos pasos es una experiencia que va mucho más allá de una simple comida. Es encontrar en el plato un dado de bonito rosado y jugoso, una patata que es pura mantequilla impregnada de sabor y una salsa roja, densa y brillante. Este marmitako es un homenaje al producto, ya que cada cucharada es un equilibrio perfecto entre la delicadeza del pescado y la potencia de la tierra, una conversación entre el mar y la huerta.

Entender la naturaleza de este plato es entender que no es una receta de fuerza, sino de inteligencia y de tiempos. La próxima vez que te enfrentes a un taco de bonito del norte, recuerda el mandamiento sagrado: el fuego, cuanto más lejos, mejor. Porque el verdadero secreto de un marmitako memorable no está en lo que haces, sino en lo que dejas de hacer.

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