Especial 20 Aniversario

La tarta de Santiago más jugosa no lleva harina, pero sí este ingrediente secreto gallego

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La tarta de Santiago es mucho más que un simple postre que se encuentra al final de una ruta de peregrinación; es un icono cultural, una bandera gastronómica de Galicia que ha trascendido fronteras para instalarse en el imaginario colectivo de toda España. Su inconfundible silueta, marcada por la Cruz de Santiago dibujada con azúcar glas, es la antesala de un sabor que promete historia y tradición en cada bocado. Sin embargo, no todas las elaboraciones consiguen hacer justicia a su legado, cayendo a menudo en una sequedad que desmerece la nobleza de sus ingredientes. La clave para evitar ese final decepcionante y alcanzar la perfección no reside en complicadas técnicas, sino en un secreto bien guardado que le confiere una jugosidad celestial.

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El debate sobre la receta auténtica ha generado ríos de tinta, con puristas defendiendo a ultranza la fórmula original de almendra molida, azúcar y huevo, sin aditivos que la desvirtúen. No obstante, la excelencia a menudo se esconde en los matices, en esos pequeños gestos que transforman algo bueno en algo sublime. La búsqueda de la tarta perfecta, esa que permanece jugosa durante días y cuyo sabor se intensifica con el reposo, nos lleva directamente al corazón de la despensa gallega. Es allí donde se encuentra, una revelación que reside en un único ingrediente inesperado, capaz de elevar la receta a una nueva dimensión de sabor y textura, un detalle que marca la diferencia entre una tarta correcta y una absolutamente inolvidable.

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EL SECRETO NO ESTÁ EN LA MASA, SINO EN LA ALMENDRA

El primer mandamiento para elaborar una tarta de Santiago excepcional es la reverencia por su ingrediente principal: la almendra. No vale cualquiera, y su calidad determinará de manera categórica el resultado final. La ausencia total de harina de trigo cede todo el protagonismo a este fruto seco, por lo que, la calidad y el tipo de almendra utilizada es el primer pilar fundamental para lograr un resultado memorable. Se recomienda el uso de variedades como la Marcona, apreciada por su mayor contenido graso y su dulzura sutil, que aporta no solo sabor, sino también una jugosidad natural que es imposible de conseguir con almendras de menor categoría o harinas de almendra demasiado procesadas y secas.

La textura es otro de los campos de batalla donde se distingue una preparación maestra de una mediocre. La almendra no debe estar pulverizada hasta convertirse en una harina fina, sino molida hasta obtener un grano perceptible. Este detalle, que puede parecer menor, es crucial para la estructura del postre. Al morder, debemos encontrar, una textura ligeramente granulada que es característica de la auténtica receta, y no un bizcocho fino y homogéneo. Ese punto de molido permite que los aceites naturales de la almendra se liberen durante el horneado de manera controlada, contribuyendo a la humedad interna y aportando ese carácter rústico que define a la verdadera tarta de Santiago.

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