Aunque muchas veces pase desapercibida en las góndolas del supermercado o en el fondo del cajón de las verduras, la acelga es uno de los alimentos más antiguos y completos que podemos incorporar a nuestra dieta diaria. Con más de seis mil años de historia a sus espaldas, ha sido protagonista en la alimentación de civilizaciones como la griega, la romana y la árabe. Hoy, la ciencia moderna confirma lo que la tradición ya sabía: es un aliado para combatir el cansancio y cuidar el sistema cardiovascular.
Gracias a su alto contenido en minerales esenciales como el magnesio y el potasio, y a su riqueza en fibra y vitaminas, la acelga sigue ocupando un lugar privilegiado en la cocina saludable. Según la Fundación Española de la Nutrición (FEN), no solo es un alimento nutritivo, sino también funcional, con beneficios concretos para la salud general del organismo.
1Un vegetal milenario con un presente más vigente que nunca

El recorrido histórico de la acelga es tan extenso como su valor nutricional. En la antigua Grecia ya se cultivaba como alimento medicinal, y los romanos la incluían en sus dietas por su capacidad de “limpiar la sangre”. Más adelante, los pueblos árabes la utilizaron para preparar caldos fortalecedores que se ofrecían en los días más fríos del desierto. Desde entonces y hasta nuestros días, la acelga ha mantenido su lugar en las huertas y en las mesas de quienes entienden que una buena alimentación es la base de una buena salud.
Actualmente, esta hortaliza de hojas grandes y tallos blancos se cultiva en todo el mundo. Es fácil de encontrar durante todo el año, aunque su mejor época es entre el otoño y el invierno. En estos meses de clima más riguroso, la acelga brinda un refuerzo nutritivo natural que ayuda a fortalecer el cuerpo, en especial en personas con necesidades aumentadas de energía o defensas.