En el complejo panorama espiritual del siglo XX, marcado por profundas transformaciones sociales y un creciente secularismo, surgieron figuras que ofrecieron nuevas luces para vivir la fe cristiana con autenticidad y coherencia en medio de las realidades temporales. Estos individuos, a través de su vida y enseñanzas, recordaron a la Iglesia la llamada universal a la santidad, una vocación no reservada a unos pocos elegidos, sino extendida a todos los bautizados, independientemente de su estado de vida o profesión. Su importancia radica en haber sabido traducir el mensaje perenne del Evangelio a un lenguaje comprensible y atractivo para el hombre contemporáneo, demostrando que la búsqueda de Dios puede y debe integrarse plenamente en las ocupaciones ordinarias, convirtiendo el mundo en lugar de encuentro con el Creador.
Entre estas personalidades insignes, San Josemaría Escrivá de Balaguer, cuya festividad la Iglesia celebra cada 26 de junio, emerge con una particular fuerza profética, al ser el fundador del Opus Dei, un camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes cotidianos del cristiano. Su mensaje central, que resuena con especial vigor en nuestra sociedad actual, es que cada persona puede encontrar a Dios en su quehacer diario, transformando las actividades más comunes en oración, servicio y medio de apostolado. La vida de San Josemaría y la difusión de su espíritu, han impulsado a innumerables fieles laicos y sacerdotes a tomar conciencia de su propia vocación a la santidad en medio del mundo, ofreciendo una espiritualidad sólida y accesible para quienes buscan vivir su fe con plenitud en el siglo XXI.
El Germen de una Vocación Universal: Los Primeros Pasos de un Santo Moderno

Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás vio la primera luz el 9 de enero de 1902 en Barbastro, Huesca, en el seno de una familia profundamente cristiana que le inculcó desde temprana edad los valores de la fe y la piedad. La infancia del futuro santo estuvo marcada por las alegrías y dificultades propias de cualquier hogar, incluyendo la pérdida de varias hermanas y reveses económicos que templaron su carácter y le enseñaron el valor del trabajo y el sacrificio. Según biógrafos y testigos de su vida, fue en este ambiente familiar donde se sembraron las primeras semillas de una profunda vida interior y una sensibilidad especial hacia las cosas de Dios. Estas experiencias formativas iniciales resultarían fundamentales para comprender la espiritualidad que posteriormente predicaría.
Un episodio singular, acaecido en Logroño durante el invierno de 1917-1918, se considera un punto de inflexión en su juventud y un atisbo de su futura vocación sacerdotal. Al observar las huellas descalzas de un religioso carmelita sobre la nieve, sintió una profunda conmoción interior, una inquietud divina que le llevó a preguntarse qué podría ofrecer él a Dios si otros hacían tales sacrificios. Este «toque» divino, como él mismo lo describiría, le impulsó a intensificar su vida de oración y a considerar seriamente el sacerdocio como camino para responder a esa llamada aún imprecisa pero insistente. Se estima que esta experiencia fue el catalizador que orientó definitivamente sus pasos hacia el seminario, buscando discernir con mayor claridad la voluntad de Dios para su vida.
Tras cursar estudios eclesiásticos en el seminario de Logroño y posteriormente en el de San Francisco de Paula en Zaragoza, donde también estudió Derecho Civil por consejo de su padre, Josemaría Escrivá fue ordenado sacerdote el 28 de marzo de 1925. Sus primeros años de ministerio los desarrolló en diversas parroquias rurales y luego en Zaragoza, dedicándose con celo a la atención pastoral, la catequesis y el cuidado de los enfermos y necesitados. En 1927 se trasladó a Madrid para obtener el doctorado en Derecho, y fue allí, en la capital española, donde su contacto directo con la pobreza, la enfermedad y las diversas realidades sociales maduraría en él la inspiración fundacional. Este período de intenso trabajo sacerdotal y estudio académico configuró al pastor y al hombre de Dios que estaba a punto de recibir una misión trascendental.
Opus Dei: La Obra de Dios en el Corazón del Mundo a través de San Josemaría Escrivá de Balaguer
El 2 de octubre de 1928, durante unos ejercicios espirituales en Madrid, San Josemaría Escrivá de Balaguer recibió la iluminación divina que le hizo «ver» el Opus Dei, una institución dentro de la Iglesia Católica destinada a promover la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado a través de la santificación del trabajo profesional y de las realidades ordinarias de la vida. Esta visión fundacional no proponía un nuevo camino de perfección reservado a religiosos, sino que abría un horizonte de plenitud cristiana para personas de toda condición social y profesional, invitándolas a convertir su quehacer cotidiano en ofrenda agradable a Dios y en servicio a los demás. Desde aquel momento, su vida se consagró por entero a llevar adelante esta tarea, con la convicción de que era una voluntad expresa de Dios.
El desarrollo inicial del Opus Dei no estuvo exento de dificultades, incomprensiones y una notable escasez de medios materiales, enfrentando además el convulso período de la Segunda República Española y la posterior Guerra Civil, que obligó al fundador a vivir en la clandestinidad y a sortear numerosos peligros. A pesar de estos obstáculos, el mensaje de la santificación del trabajo comenzó a calar en jóvenes profesionales y estudiantes, y el 14 de febrero de 1930, San Josemaría comprendió, también mediante una luz divina, que el Opus Dei debía extender su apostolado a las mujeres. Posteriormente, el 14 de febrero de 1943, fundaría la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, intrínsecamente unida al Opus Dei, para permitir la ordenación de sacerdotes provenientes de los miembros laicos de la Obra y la incardinación de otros sacerdotes diocesanos que desearan vivir este mismo espíritu.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, San Josemaría trasladó su residencia a Roma en 1946, buscando obtener el reconocimiento pontificio para el Opus Dei y asegurar así su universalidad y su plena inserción en la estructura jerárquica de la Iglesia. Este paso fue crucial para la expansión internacional de la Obra, que comenzó a establecerse en numerosos países de Europa, América, y posteriormente en otros continentes, siempre bajo el impulso personal y la dirección espiritual del fundador. Según expertos en movimientos eclesiales, la figura jurídica definitiva de Prelatura Personal, otorgada por San Juan Pablo II en 1982 (ya fallecido el fundador), fue la que mejor se adecuó a la naturaleza eminentemente secular y universal del carisma del Opus Dei, tal como lo había concebido San Josemaría.
La Santificación del Trabajo: Una Espiritualidad para el Laico del Siglo XXI

El núcleo de la espiritualidad predicada por San Josemaría Escrivá radica en la convicción de que el trabajo profesional, sea cual fuere su naturaleza, manual o intelectual, humilde o brillante, puede y debe ser un medio privilegiado de encuentro con Dios, de santificación personal y de apostolado cristiano. Este planteamiento revolucionario para muchos en su época, devolvía al laico su pleno protagonismo en la misión de la Iglesia, recordándole que no necesita abandonar el mundo para buscar la santidad, sino que debe santificar el mundo desde dentro. Para ello, es fundamental realizar el trabajo con la mayor perfección humana posible, por amor a Dios y con espíritu de servicio a la sociedad, ofreciéndolo como una oración continua.
Esta búsqueda de la santidad en la vida ordinaria exige, según las enseñanzas de San Josemaría, cultivar una profunda vida interior, ser «almas contemplativas en medio del mundo», capaces de encontrar a Dios en los acontecimientos de cada jornada y de mantener un diálogo constante con Él a través de la oración y los sacramentos. La Santa Misa, centro y raíz de la vida espiritual, la confesión frecuente, la lectura y meditación del Evangelio, la devoción a la Virgen María y la práctica de las normas de piedad tradicionales de la Iglesia, son herramientas indispensables para sostener este ideal. Este fenómeno de integrar una intensa vida de piedad con las exigencias de la vida profesional y familiar ha sido objeto de estudio por teólogos y pastoralistas, quienes reconocen su actualidad y eficacia.
Un pilar fundamental de la espiritualidad del Opus Dei, tal como la transmitió su fundador, es el sentido de la filiación divina: el cristiano, por el Bautismo, es verdaderamente hijo de Dios, y esta realidad debe impregnar todos los aspectos de su existencia, llenándola de confianza, alegría y audacia apostólica. Vivir como hijos de Dios implica abandonar preocupaciones excesivas, poner los medios humanos con diligencia y dejar el resto en manos de un Padre que nos ama infinitamente. Desde esta perspectiva, las contrariedades y dificultades se convierten en oportunidades para crecer en la fe y en el amor, y el apostolado surge como una necesidad natural de compartir con otros la alegría de saberse amado por Dios.
Un Legado Vivo: Canonización e Impacto Duradero
San Josemaría Escrivá de Balaguer falleció en Roma el 26 de junio de 1975, tras una vida enteramente dedicada a cumplir la misión que Dios le había encomendado: abrir un nuevo camino de santidad en la Iglesia a través de la santificación de la vida ordinaria. Su muerte provocó una honda conmoción entre los miembros del Opus Dei y entre miles de personas de todo el mundo que se beneficiaban de su espíritu y de sus enseñanzas. Inmediatamente después de su fallecimiento, comenzó a extenderse su fama de santidad, y fueron numerosos los favores y gracias celestiales atribuidos a su intercesión, testimoniando el arraigo popular de su figura.
El proceso de beatificación y canonización de Josemaría Escrivá fue notablemente rápido, impulsado por el fervor de innumerables fieles y la presentación de una ingente cantidad de documentación que avalaba la heroicidad de sus virtudes y la difusión universal de su devoción. Fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992, en una ceremonia multitudinaria en la Plaza de San Pedro, y diez años más tarde, el 6 de octubre de 2002, el mismo Pontífice lo inscribió en el catálogo de los santos. En la homilía de canonización, San Juan Pablo II destacó que San Josemaría fue un «maestro en la práctica de la oración» y un «santo de lo ordinario», cuyo mensaje sigue siendo de una actualidad apremiante.
El legado de San Josemaría Escrivá perdura vigorosamente en la Iglesia a través de la labor apostólica del Opus Dei en los cinco continentes, y mediante la difusión de sus escritos, como «Camino», «Surco», «Forja» o «Es Cristo que pasa», que continúan inspirando a millones de personas a buscar la santidad en sus circunstancias particulares. Su vida y enseñanzas ofrecen una respuesta luminosa a los desafíos del hombre contemporáneo, recordándole que la felicidad y la plenitud se encuentran en una vida de íntima unión con Dios, vivida con alegría y espíritu de servicio en el corazón del mundo. Se estima que su influencia en la espiritualidad laical del siglo XX y XXI ha sido profunda y transformadora, abriendo cauces de santidad accesibles para todos.