Lograr que los niños coman verdura a menudo se siente como una de esas batallas perdidas antes de empezar, un desafío culinario que desespera a padres y abuelos por igual ante la resistencia frontal a cualquier cosa que no sea pasta, arroz o, si hay suerte, alguna patata frita camuflada. Esta reticencia infantil no es capricho, sino que responde a factores que van desde la neofobia alimentaria propia de la infancia hasta una mayor sensibilidad a los sabores amargos presentes en muchas hortalizas, haciendo que el simple acto de ofrecer un plato lleno de color verde se convierta en una negociación agotadora con pocas probabilidades de éxito para el lado adulto de la mesa.
A pesar de esta resistencia casi universal, la necesidad de incluir la verdura en la dieta infantil es innegable para garantizar un crecimiento sano y el aporte de vitaminas y minerales esenciales para su desarrollo, lo que nos obliga a buscar estrategias más allá del «cómetelo porque es bueno». La frustración surge al ver cómo se rechazan esfuerzos y creatividad en la cocina, donde muchos hemos intentado camuflar brócoli o espinacas con resultados más bien pobres, o directamente contraproducentes, porque los pequeños detectan el engaño a la primera cucharada, cerrándose aún más a futuras incursiones vegetales en su plato.
4ASÍ CAMBIA LA ACEPTACIÓN DE LA VERDURA

La adición de queso crema a la tradicional crema de calabacín no es solo un truco para disimular el sabor de la verdura; es una sinergia de texturas y sabores que eleva el plato a una categoría diferente, pasando de ser un simple puré de hortalizas a una crema untuosa y deliciosa que recuerda a los sabores lácteos y cremosos que tanto gustan a los niños en salsas o rellenos, haciendo que la transición de la neofobia a la aceptación sea mucho más fluida y natural, porque lo que antes identificaban como «sabor a verde» ahora se camufla bajo una capa de cremosidad y un toque lácteo que resulta mucho más familiar y reconfortante para su paladar, disminuyendo la barrera inicial al probarlo.
El efecto del queso crema va más allá del simple enmascaramiento; mejora la textura, haciéndola más densa y suave, y aporta una profundidad de sabor que hace que la crema de calabacín sea más interesante y menos «plana», estimulando así el interés del niño por un plato que de otra manera rechazarían de plano, abriendo la puerta a que prueben y descubran que la verdura en esta presentación no es tan mala como pensaban, e incluso, con el tiempo y la repetición, lleguen a disfrutarla, creando una asociación positiva con un alimento que antes veían como un enemigo, sentando las bases para una relación más saludable con las hortalizas en general.