La figura de San Matías Apóstol, aunque quizás menos prominente en la narrativa popular que otros miembros del colegio apostólico original, posee una significación teológica y eclesial de primer orden para la Iglesia Católica. Su incorporación al grupo de los Doce, tras la defección de Judas Iscariote, no solo restableció la integridad numérica simbólica de los apóstoles, representando a las doce tribus de Israel en el nuevo Pueblo de Dios, sino que también subrayó un principio fundamental: la continuidad de la misión apostólica bajo la guía del Espíritu Santo. Este acto, narrado en los Hechos de los Apóstoles, constituye un testimonio temprano de la Iglesia naciente organizándose y asegurando la transmisión fidedigna del Evangelio.
En la vida del creyente contemporáneo, San Matías emerge como un modelo de disponibilidad ante la llamada divina y de fidelidad en el cumplimiento de la misión encomendada, aun cuando esta surja en circunstancias imprevistas y dolorosas. La elección de Matías, un discípulo que había acompañado a Jesús desde el bautismo de Juan hasta la Ascensión, resalta la importancia de la perseverancia en el seguimiento del Señor y la preparación constante para el servicio. Su ejemplo nos recuerda que cada cristiano, en virtud de su bautismo, está llamado a ser testigo de la Resurrección y a participar activamente en la edificación del Reino de Dios, respondiendo con generosidad a las necesidades de la Iglesia y del mundo.
EL DISCÍPULO SILENCIOSO: ANTECEDENTES DE UN APÓSTOL INESPERADO
Antes de ser elevado al rango apostólico, Matías formaba parte del círculo más amplio de los discípulos que siguieron a Jesús de Nazaret durante su ministerio terrenal, un período crucial de formación y testimonio directo. Las Sagradas Escrituras, específicamente el libro de los Hechos de los Apóstoles, lo describen como uno de aquellos que “habían acompañado” al Señor y a los Doce durante todo el tiempo que Jesús convivió con ellos, desde el bautismo administrado por Juan en el Jordán hasta el día de su gloriosa Ascensión a los cielos. Esta prolongada convivencia sugiere una adhesión temprana y constante a la persona y al mensaje de Cristo, absorbiendo sus enseñanzas y siendo testigo ocular de sus milagros y de su pasión. Dicha experiencia lo cualificaba de manera especial para la tarea que le sería encomendada.
La tradición eclesiástica, aunque parca en detalles biográficos precisos sobre sus primeros años, concuerda en señalarlo como uno de los setenta o setenta y dos discípulos que el Señor envió de dos en dos a predicar y preparar su llegada a diversas localidades. Esta misión preparatoria, descrita en el Evangelio de Lucas, implicaba un compromiso activo con la evangelización y una participación directa en la difusión de la Buena Nueva, incluso antes de la Pascua. Se estima que esta experiencia forjó en Matías un carácter apostólico, acostumbrándolo a las fatigas del camino y a la urgencia del anuncio del Reino. Su nombre, de origen hebreo y que significa «don de Yahvé», parece prefigurar el don que él mismo recibiría y transmitiría.
La vida de Matías previa a su elección apostólica se caracterizó, por tanto, por una fidelidad discreta pero firme, un aprendizaje continuo a los pies del Maestro y una participación activa en la misión evangelizadora inicial. No buscó el protagonismo ni los primeros puestos, sino que se mantuvo constante en el seguimiento, una cualidad esencial que San Pedro destacaría al proponer candidatos para suceder a Judas. Este período de discipulado silencioso, lejos de ser un tiempo perdido, fue una preparación providencial para el trascendental ministerio que asumiría. Según expertos en patrística, esta etapa formativa fue fundamental para la madurez espiritual requerida para el apostolado.
SAN MATÍAS APÓSTOL: LA ELECCIÓN DIVINA PARA COMPLETAR EL COLEGIO APOSTÓLICO
El momento crucial en la vida de San Matías Apóstol llega tras la Ascensión de Jesús, cuando la comunidad cristiana primitiva, reunida en oración, enfrenta la necesidad de cubrir el vacío dejado por Judas Iscariote. San Pedro, asumiendo su rol de liderazgo, se dirige a los aproximadamente ciento veinte discípulos congregados, recordando las profecías sobre la deserción de Judas y la necesidad de que otro ocupara su ministerio y apostolado. Este discurso, recogido en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles, establece los criterios para el candidato: debía ser uno de los varones que habían estado con ellos todo el tiempo que el Señor Jesús convivió entre ellos, desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue llevado al cielo. Esta condición garantizaba que el nuevo apóstol fuera un testigo cualificado de la vida, muerte y, fundamentalmente, de la Resurrección de Cristo.
Se presentaron dos candidatos que cumplían con estos requisitos: José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías, lo que indica que ambos gozaban de gran estima y reconocimiento dentro de la comunidad primitiva por su fidelidad y conocimiento del Señor. La elección no se dejó al arbitrio humano, sino que se encomendó a la decisión divina mediante la oración y la suerte, una práctica común en la tradición judía para discernir la voluntad de Dios. La comunidad oró diciendo: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en este ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse a su propio lugar». Este acto de profunda fe subraya la convicción de que era Dios mismo quien constituía el colegio apostólico.
Tras la oración, echaron suertes y esta cayó sobre Matías, quien fue agregado de esta manera al número de los once apóstoles, reconstituyendo así el grupo de los Doce. Este evento no es meramente administrativo, sino que posee una honda carga teológica, pues el número doce evoca a las doce tribus de Israel y simboliza la plenitud del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, fundada sobre el testimonio apostólico. San Matías Apóstol asumió entonces la misma misión que los otros apóstoles: ser testigo privilegiado de la Resurrección de Jesucristo y predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra, con la autoridad conferida por el mismo Señor. Se estima que este procedimiento sentó un precedente para la toma de decisiones importantes en la Iglesia primitiva.
LA MISIÓN EVANGELIZADORA: PREDICACIÓN Y TESTIMONIO EN TIERRAS LEJANAS
Una vez incorporado al colegio apostólico, San Matías se dedicó con fervor a la misión evangelizadora, compartiendo con los demás apóstoles la tarea de anunciar la Buena Nueva y establecer las primeras comunidades cristianas. Aunque el Nuevo Testamento no ofrece un relato detallado de sus viajes misioneros específicos, diversas tradiciones antiguas, recogidas por historiadores eclesiásticos como Eusebio de Cesarea y Nicéforo Calixto, lo sitúan predicando en regiones distantes. Se menciona Judea como uno de sus primeros campos de acción, donde habría trabajado incansablemente para convertir a sus compatriotas, enfrentando la resistencia de aquellos que no aceptaban a Jesús como el Mesías. Su predicación se habría centrado en el cumplimiento de las Escrituras en la persona de Cristo.
Algunas tradiciones, consideradas con mayor o menor grado de fiabilidad por los expertos, señalan que su celo apostólico lo llevó más allá de las fronteras de Palestina, llegando hasta Etiopía, una región que en la antigüedad abarcaba territorios más amplios que la nación actual. Allí, según estas fuentes, habría proclamado el Evangelio con valentía, enfrentándose a costumbres paganas y a la hostilidad de poderes locales, y logrando establecer núcleos de creyentes. Otras narraciones lo ubican en Capadocia y en las costas del Mar Caspio, en la tierra de los «antropófagos», lo que sugiere un ministerio arduo y lleno de peligros, característico de la expansión inicial del cristianismo. Estas tradiciones, aunque no verificables con exactitud histórica, reflejan la percepción de la Iglesia primitiva sobre la universalidad de la misión apostólica.
El núcleo de su mensaje, al igual que el de los demás apóstoles, habría sido el kerigma: el anuncio de la muerte y resurrección de Jesucristo como evento salvífico fundamental, y la llamada a la conversión y al bautismo. San Matías, como testigo directo de la vida del Señor y, sobre todo, de su Resurrección, pudo transmitir con convicción la transformación que este acontecimiento obraba en quienes lo acogían con fe. Su predicación, según se puede inferir del contexto apostólico, habría estado acompañada de la enseñanza de las palabras de Jesús y de la formación de comunidades estructuradas en la caridad y la fracción del pan. Este fenómeno ha sido objeto de estudio por su impacto en la consolidación de la identidad cristiana primitiva.
MARTIRIO Y LEGADO: LA CORONA DE LA FIDELIDAD HASTA EL FINAL
La tradición cristiana sostiene de manera prácticamente unánime que San Matías coronó su vida apostólica con el martirio, sellando con su sangre el testimonio que había dado de Jesucristo a lo largo de su ministerio. Aunque los detalles precisos sobre las circunstancias y el lugar de su muerte varían según las fuentes antiguas, la constante es el reconocimiento de su entrega suprema por amor al Evangelio y fidelidad al Señor. Algunas versiones lo sitúan muriendo en Jerusalén, apedreado y luego decapitado por las autoridades judías, debido a su firme predicación sobre la divinidad de Jesús y su Resurrección, lo que habría sido considerado una blasfemia. Esta versión enfatiza su confrontación final con el mismo ambiente que condenó a Jesús.
Otras tradiciones, vinculadas a sus misiones en tierras más lejanas como Etiopía o la Cólquida (actual Georgia), relatan que sufrió el martirio por crucifixión o mediante otros tormentos infligidos por pueblos paganos que se resistían a su mensaje. Independientemente de la forma exacta de su muerte, la Iglesia lo venera como mártir, reconociendo que su vida fue una oblación continua que culminó en la ofrenda final. Se estima que su ejemplo de perseverancia hasta el final fortaleció la fe de las primeras comunidades cristianas, que veían en el martirio la máxima expresión del seguimiento de Cristo. El hacha o la alabarda, con la que a menudo se le representa iconográficamente, simboliza el instrumento de su martirio.
El legado de San Matías Apóstol perdura en la Iglesia a través de su ejemplo de respuesta generosa al llamado de Dios, su fidelidad en la misión y su testimonio valiente hasta el extremo. Su elección divina subraya la soberanía de Dios en la guía de su Iglesia y la importancia de la sucesión apostólica para la transmisión auténtica de la fe, un principio que sigue siendo fundamental en la eclesiología católica. La festividad de San Matías, celebrada el 14 de mayo, es una ocasión para recordar la vocación universal a la santidad y al apostolado, invitando a los fieles a ser testigos creíbles de Cristo en el mundo actual, perseverando en la fe y en las buenas obras con la misma entereza que este apóstol elegido para completar el círculo de los Doce.