Para nadie es un secreto que la economía española se mueve en gran medida, gracias a la actividad turística y que mejor época para promocionar esta actividad que la Navidad, y esto ha sabido aprovecharlo al máximo la alcaldía de Vigo. ¿En qué momento Vigo pasó de ser “una ciudad más” del norte a convertirse en el epicentro navideño de España? ¿Cómo logró que su encendido se convirtiera en un acontecimiento que desborda hoteles, bloquea carreteras y genera titulares incluso fuera del país? Y, sobre todo, ¿por qué miles de personas están dispuestas a recorrer cientos de kilómetros solo para ver luces?
Lo que antes parecía una excentricidad municipal hoy es una estrategia económica afinadísima, una verdadera máquina de hacer dinero. Una que funciona, genera debate y, para bien o para mal, tiene a Vigo en todas las quinielas navideñas. Y mientras Madrid o Barcelona confían en su tamaño y sus agendas culturales, la ciudad gallega se ha apropiado del fenómeno con una contundencia difícil de discutir.
Porque, nos guste o no, la Navidad en España ya no empieza cuando el calendario lo dice, empieza cuando Abel Caballero pulsa el botón. Y eso tiene consecuencias sociales, económicas y turísticas que van mucho más allá de las bombillas.
Un imán turístico que supera a las grandes capitales

De esta manera, Vigo ya no compite con ciudades de su tamaño. Compite con destinos internacionales y, sorprendentemente, empieza a ganarle la partida. Cada campaña reúne a miles de visitantes que llenan calles, hoteles y restaurantes. En algunos días de diciembre, la ciudad registra picos de afluencia que multiplican por veinte su población, algo que Madrid o Barcelona solo alcanzan en eventos deportivos o grandes acontecimientos puntuales. La diferencia es que en Vigo sucede cada día durante casi dos meses.
Lo más llamativo es que el fenómeno se ha extendido más allá del propio municipio. Hoteles de Santiago, Pontevedra u Ourense reciben reservas de turistas que visitan Vigo para ver las luces, pero se alojan en otras ciudades por falta de disponibilidad o por precios disparados. La Navidad viguesa se ha convertido en un motor regional, arrastrando a toda la comunidad en una dinámica que parecía imposible hace una década.
Una economía local que vive su propia “segunda temporada alta”

En Vigo, diciembre ya no es la antesala tranquila de final de año. Es una segunda temporada alta. La hostelería trabaja a máximo rendimiento, los taxis alargan jornadas, los comercios duplican ventas y los parkings cuelgan el cartel de completo. La ciudad vibra, literalmente, a un ritmo que antes solo se veía en verano. Y eso explica por qué los ayuntamientos de media España han entrado en una guerra lumínica que deja cifras millonarias.
La inversión es tan grande como la recompensa. Con más de 12 millones de luces LED repartidas por 460 calles y figuras gigantes que se han vuelto icónicas, Vigo ha entendido que el espectáculo no es solo un adorno, es un reclamo económico. Y mientras los críticos cuestionan el coste o la sostenibilidad del modelo, los números del comercio, la ocupación y la hostelería hablan por sí solos.
El efecto contagio: otras ciudades copian, pero ninguna alcanza el mismo impacto

Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga, Badalona… todas quieren su propia “magia navideña”. Y todas han elevado presupuestos y ambición. Pero ninguna ha logrado todavía lo que Vigo ha puesto en marcha, un relato. El de ser “la ciudad con las mejores luces de España”, un título repetido por portales turísticos, agencias de viajes, rankings y, sobre todo, por los propios visitantes que comparten fotos en redes y convierten a Vigo en tendencia año tras año.
Lo curioso es que este éxito ha generado una competición silenciosa entre alcaldes que ven en las luces un arma política, un reclamo turístico y una forma rápida de poner su ciudad en el mapa. Pero, de momento, Vigo sigue marcando el ritmo, manteniendo un equilibrio entre espectáculo, promoción y repercusión mediática que ninguna otra ciudad ha conseguido replicar en la misma escala.
Y finalmente, Vigo es una ciudad que brilla con luz propia

Pero al final del día, muchos terminan reconocimiento que las luces de Navidad de Vigo son mucho más que un alumbrado espectacular. Son una lección de cómo una ciudad puede reinventarse, crear identidad y convertir un evento local en un fenómeno de impacto nacional e incluso internacional, porque Vigo ya ha pasado a protagonizar los titulares de grandes medios internacionales. Una demostración de que la economía también se mueve con emociones, experiencias y símbolos capaces de atraer a miles de personas.
Y quizá por eso Vigo sigue ganando. Porque, más allá de las cifras y los debates, ha logrado algo que vale más que cualquier contrato de iluminación, que todo el mundo quiera ver con sus propios ojos lo que allí está pasando.







