El venerable y mítico Gran Teatro Pavón de Madrid se ha rendido a las fuerzas del caos, pero un caos desternillante. La compañía Yllana ha vuelto a demostrar su maestría en la comedia física y el teatro sin palabras con el estreno y las diversas funciones que durante estas últimas semanas está realizando en la capital de su última locura: 666, una obra que transforma las butacas en un portal dimensional hacia el humor más irreverente y el espectáculo más trepidante y gamberro, muy gamberro. Donde avisamos, si es vergonzoso evite las primeras filas.
Yllana, conocida por su sello inconfundible que mezcla el clown, la pantomima y una energía que desafía las leyes de la física, no defrauda en este nuevo ejercicio de estilo. 666 es, en esencia, una oda a lo prohibido, un carnaval de despropósitos orquestado por un elenco de actores poseídos por el ritmo y la vis cómica. Desde el primer minuto, la obra establece su código: la lógica ha sido sacrificada para la carcajada y la irreverencia. El público no asiste a una representación, sino a una locura que tiene lugar en una especie de corredor de la muerte de Estados Unidos.
El hilo conductor, tan delgado como el de todas las producciones de la compañía, se centra en un grupo de presidiarios y su "dura vida penitenciaria" que se ve representada por cuatro componentes de la compañía a través de rutinas acrobáticas y gags que rozan lo absurdo. El sexo, la amistad, la pena de muerte, la religión y la dura convivencia en un centro penitenciario sirve para que la mítica compañía teatral de una vuelta a una vida tan dura que acabe convirtiéndose en un divertido infierno.

La fuerza de la compañía reside, una vez más, en la potencia visual y la sincronía de sus intérpretes. Los juegos de luces, la sordidez del escenario y la potencia de los icónicos monos naranjas con los que se visten los protagonistas acompañan la vertiginosa coreografía de los actores. Las risas no provienen tanto del diálogo (casi inexistente) como del timing perfecto de las caídas, las miradas asesinas y las transformaciones corporales que solo el entrenamiento extremo de Yllana puede lograr. Es un teatro que se ve, se siente y se escucha en el eco de las carcajadas.
Uno de los momentos cumbre de la noche es el final demoniaco del espectáculo que sorprende y divierte a todos. Es aquí donde el número 666 deja de ser un simple guiño demoníaco para transformarse en un símbolo del caos moderno y la deshumanización. La velocidad a la que se suceden los sketches es agotadora para el espectador, pero al mismo tiempo hipnótica; es imposible despegar la mirada del escenario por miedo a perderse el siguiente salto o el próximo golpe de efecto.

La música, que oscila entre el rock, el punk, las melodías sensuales y los ritmos electrónicos más frenéticos, actúa como un motor constante, impulsando la acción y subrayando cada gag con precisión de cirujano. El público del Gran Pavón se entrega sin reservas a la propuesta, aplaudiendo con fervor cada proeza física y cada guiño a la cultura pop que, como es tradición en Yllana, siempre se cuela en sus obras.
666 no busca la trascendencia, sino la catarsis. Es un espectáculo que invita a dejar la seriedad en la puerta y a abrazar el lado más oscuro de la risa. La compañía Yllana ha logrado una vez más crear un producto teatral de altísima calidad técnica y humor explosivo, consolidando su estatus como una de las compañías fundamentales en la comedia española contemporánea. Una hora y media de pura adrenalina y carcajadas que confirman que, a veces, el camino al infierno y la "vida taleguera" está pavimentado con excelentes intenciones cómicas. Es una cita obligada para quienes busquen una evasión teatral que combine el virtuosismo interpretativo con la máxima diversión y no tengan miedo a las gamberradas de la compañía.







