Mucha gente piensa automáticamente en Rumanía cuando busca un destino auténtico y barato en el este de Europa, pero existe una alternativa justo al lado que pasa desapercibida. Es curioso cómo se nos escapa esta pequeña joya escondida que comparte frontera y cultura, pero que aún mantiene ese aire inexplorado que tanto nos atrae a los viajeros veteranos. Hablamos de Moldavia, un rincón fascinante que empieza a despertar del letargo turístico con una propuesta irresistible para el bolsillo.
Los precios de otro siglo que ofrece este pequeño país vecino están provocando que cada vez más españoles se decidan a visitar sus tierras en busca de una experiencia genuina y sin masificar. No tiene la fama de su hermana mayor, esa tierra de los Cárpatos, pero su encanto rústico y sus tarifas irrisorias lo convierten en el secreto mejor guardado del continente actualmente para quienes buscan autenticidad. La sensación es la de viajar atrás en el tiempo sin perder comodidades.
UN VECINO INESPERADO QUE SORPRENDE A TODOS
Aterrizar en Chisinau supone un choque cultural positivo porque todo resulta familiar pero con un toque exótico, como si visitáramos una versión de la región vecina anclada en los noventa. Sorprende comprobar que es posible comer por menos de cinco euros en pleno centro de la capital, algo impensable ya en casi cualquier otro rincón del viejo continente hoy en día. La arquitectura brutalista soviética se mezcla aquí con parques inmensos y una limpieza inesperada.
Lo interesante es que la conexión histórica con el territorio al otro lado del río Prut es innegable, aunque aquí la influencia rusa sigue siendo muy palpable en las calles y mercados. Resulta fascinante ver cómo conviven dos mundos en perfecta armonía mientras paseas por sus bulevares anchos repletos de vida local y apenas ves turistas extranjeros con mapa en mano. Es esa autenticidad cruda lo que realmente engancha a los visitantes que cruzan desde Rumanía.
NATURALEZA SALVAJE Y PRECIOS DE OTRA ÉPOCA
Salir de la ciudad es adentrarse en un paisaje rural que recuerda poderosamente a la España de los años sesenta, con carros de caballos compartiendo carretera con coches modernos. Es increíble que todavía existan lugares tan puros en Europa donde la naturaleza sigue dictando el ritmo de vida de sus habitantes sin apenas interferencia industrial moderna ni masificación. Las colinas verdes se extienden hasta donde alcanza la vista sin vallas, muros ni complejos hoteleros.
Los monasterios excavados en la roca, similares a los que encontrarías cruzando la frontera norte, ofrecen una paz difícil de encontrar en destinos más saturados por el turismo de masas. No deja de sorprender que se pueda dormir en casas rurales auténticas por apenas quince euros la noche con desayuno casero incluido, una verdadera ganga impensable en nuestro país hoy en día. Es esa desconexión real y asequible lo que buscamos muchos ahora en estas tierras.
EL VINO QUE COMPITE CON LOS GRANDES
Si eres amante del buen vino, prepararte para una sorpresa mayúscula es obligatorio porque sus bodegas subterráneas son auténticas ciudades bajo tierra que recorres en tu propio coche. Resulta impresionante saber que albergan la mayor colección de botellas del mundo según el libro Guinness, un tesoro líquido escondido bajo kilómetros de túneles de piedra caliza que te dejan sin palabras. Miles de españoles ya han empezado a peregrinar a Cricova o Milestii Mici este año.
Aunque la fama internacional se la lleva a menudo la vecina Rumanía por sus vinos de Transilvania, el producto moldavo tiene una calidad superior que está empezando a ganar numerosos premios internacionales. Es una pena que no sea más conocido a nivel mundial todavía, aunque eso juega a nuestro favor manteniendo los precios de las catas a niveles ridículamente bajos para el visitante. Una degustación premium aquí cuesta lo que una copa de vino estándar en Madrid.
HISTORIA COMPARTIDA A UN LADO DEL RÍO
Caminar por el centro de Chisinau es toparse constantemente con estatuas de Esteban el Grande, el mismo héroe nacional que veneran al otro lado de la frontera occidental y que une a ambos pueblos. Se percibe claramente que comparten unas raíces culturales profundas que han sobrevivido a siglos de ocupaciones y divisiones políticas forzadas por potencias extranjeras vecinas. El idioma que escuchas en la calle es prácticamente idéntico, con ese deje latino tan familiar para nosotros.
Visitar la fortaleza de Soroca frente al río Dniéster te transporta directamente a las batallas medievales que moldearon esta región fronteriza, siempre disputada pero hermana de Rumanía. Es sobrecogedor pensar que esas piedras han resistido innumerables asedios y siguen ahí, imponentes, vigilando la frontera como lo han hecho durante siglos ante los distintos imperios invasores del este. El acceso es prácticamente gratuito y apenas te cruzarás con un par de visitantes locales.
EL FENÓMENO DE LOS VIAJEROS ESPAÑOLES
Las agencias de viaje han notado un incremento brutal en las reservas hacia esta zona porque el boca a boca entre españoles está funcionando a una velocidad de vértigo este año. Es evidente que buscamos destinos frescos y sin aglomeraciones donde nuestro dinero rinda mucho más y la experiencia sea genuinamente local, segura y sorprendente para el viajero. Ya no nos basta con lo típico; queremos ser pioneros explorando lugares poco trillados y auténticos.
Al final, cruzar la frontera desde Rumanía se convierte en el gran acierto del viaje para la mayoría, encontrando una hospitalidad genuina que creíamos perdida en el continente europeo. Te das cuenta de que la verdadera esencia del viaje permanece intacta aquí, lejos de las tiendas de souvenirs masificadas y los menús turísticos con fotos plastificadas en varios idiomas. Y aunque prometí no hacer spoiler, te aseguro que volverás planeando la siguiente visita de inmediato.










