Aquella noche de diciembre de 1983, España se enfrentaba a un desafío casi mitológico que mantenía en vilo a todo un país. La clasificación para la Eurocopa de 1984 dependía de una goleada histórica que nadie creía posible, un reto que paralizó a millones de personas frente al televisor, esperando un milagro futbolístico. ¿Sería capaz la selección de marcar los once goles que necesitaba para estar en Francia?
El Benito Villamarín fue el escenario de una hazaña que resonaría durante décadas en la memoria colectiva del deporte nacional. Millones de aficionados se unieron en un grito de júbilo, pero lo que comenzó como una fiesta del fútbol español pronto se vio empañado por graves acusaciones de la delegación maltesa, sembrando una duda que aún hoy, más de cuarenta años después, sigue generando debate.
UN MILAGRO CON SABOR A ÉPICA
El ambiente previo al partido era una mezcla de escepticismo y una esperanza casi irracional que flotaba en el aire de Sevilla. La selección española necesitaba ganar por una diferencia de once goles para superar a Holanda en la clasificación, una carambola matemática que parecía sacada de un guion de ficción y que muy pocos consideraban factible.
Pocos confiaban en la proeza, ni siquiera los más optimistas, pero la conjura en el vestuario era total y absoluta. El combinado nacional se jugaba su prestigio y su presencia en el torneo continental en noventa minutos que parecían una misión imposible, algo vital para España y su afición.
EL DÍA QUE SE DESATÓ LA FURIA GOLEADORA
El partido no empezó como se esperaba, con un gol en contra que heló la sangre a los aficionados y convertía la gesta en una utopía. A pesar de ese tropiezo inicial, España reaccionó con una determinación arrolladora que cambiaría el curso del encuentro y de la historia del balompié nacional, mostrando una fe inquebrantable.
Los goles comenzaron a caer uno tras otro, especialmente en una segunda parte de auténtica locura colectiva y éxtasis deportivo. El gol de Juan Señor en el minuto 84 desató una euforia colectiva pocas veces vista en un estadio de fútbol en España, culminando la remontada soñada por todo un país y sellando el pasaporte a la Eurocopa.
LA SOMBRA DE LA SOSPECHA CAE SOBRE LA ROJA
La alegría desbordante que inundó cada rincón de España duró poco, muy poco, antes de que surgiera la primera sombra. Las declaraciones de los jugadores y directivos malteses acusando al equipo español de prácticas antideportivas fueron un jarro de agua fría para una celebración que se presuponía inolvidable y limpia.
La noticia corrió como la pólvora por los medios internacionales, manchando una gesta heroica que había asombrado al mundo. La selección de Malta afirmaba que sus jugadores habían sido drogados durante el descanso, una denuncia de extrema gravedad que puso en tela de juicio la limpieza de la histórica victoria de La Roja.
¿LIMONES TRUCADOS O UNA EXCUSA POCO CREÍBLE?
El epicentro de la polémica fueron unos limones supuestamente ofrecidos por los españoles en el vestuario durante el intermedio del partido. El portero maltés, John Bonello, aseguró sentirse mareado y débil tras chupar uno de esos limones, lo que según él explicaría su bajo rendimiento y la catarata de goles encajados en la segunda mitad.
Desde España la respuesta fue contundente e inmediata: negación rotunda y acusaciones de mal perder por parte del rival. Los protagonistas de La Roja calificaron la historia de los limones como una excusa ridícula y una falta de respeto a su increíble esfuerzo sobre el terreno de juego, defendiendo el honor de su hazaña.
UN PARTIDO QUE MARCÓ LA HISTORIA DEL FÚTBOL ESPAÑOL
Más allá de la controversia, el 12-1 se convirtió en un hito imborrable para una generación de aficionados en España. Aquella hazaña demostró que en el fútbol todo es posible hasta el último segundo y fútbol español consolidó un espíritu de lucha conocido como la furia que acompañaría a la selección nacional en el futuro.
Hoy, ese partido sigue siendo un tema de conversación que divide opiniones en España y que genera nostalgia y suspicacias a partes iguales. Es un recuerdo imborrable de que la gloria y la sospecha pueden caminar de la mano en el deporte, dejando una leyenda con luces y sombras que el tiempo no ha logrado borrar del todo.