Aquel plan para acabar con la vida de Juan Carlos se fraguó en el silencio de un verano mallorquín aparentemente idílico, lejos de los titulares y el bullicio de las vacaciones. Mientras el país entero disfrutaba de una merecida calma estival, un comando terrorista había alquilado un apartamento con el único objetivo de ejecutar al monarca, una operación milimétrica que se topó con el azar a pocos días de su ejecución. ¿Qué fue lo que falló en su macabro engranaje?
La historia que nunca nos contaron es la de una España que contuvo la respiración sin siquiera saberlo, viviendo ajena a la cuenta atrás que se había activado en Palma. La banda terrorista ETA había puesto al entonces Jefe del Estado en el centro de su diana y, durante días, el destino de la Corona y del país pendió de un hilo finísimo, sostenido por la casualidad y una llamada desde el otro lado de la frontera. Una historia que merece ser contada.
UN VERANO DE APARIENCIA TRANQUILA
El mes de agosto de 1995 transcurría en Mallorca con la normalidad de siempre: el sol, la playa y la presencia de la familia real en el Palacio de Marivent. La rutina veraniega de Juan Carlos era conocida por todos, especialmente sus salidas a navegar a bordo del yate Fortuna, un momento de asueto que se convirtió en la ventana de oportunidad perfecta para los terroristas. Nadie imaginaba que, mezclados entre los turistas, tres miembros de ETA ya se movían por la isla con una misión mortal.
La calma chicha que se respiraba en la bahía de Palma era, en realidad, la antesala de la tormenta. Mientras el rey disfrutaba de las regatas y la vida social, el comando etarra realizaba vigilancias exhaustivas desde un piso con vistas directas al embarcadero real, esperando pacientemente el momento preciso para apretar el gatillo. Lo más escalofriante es que durante días, convivieron con la normalidad de una isla que les era completamente ajena a su propósito.
EL APARTAMENTO DE LA MUERTE: A 300 METROS DEL REY
El cerebro de la operación eligió un inmueble en el edificio Porto Pi, en la avenida Joan Miró, un lugar aparentemente anodino pero estratégicamente perfecto. Desde su terraza, la visibilidad sobre el embarcadero de Marivent era total y el blanco, en este caso Juan Carlos, quedaba a una distancia de tiro factible para un francotirador experimentado. La sencillez del método resulta hoy espeluznante; bastó con un contrato de alquiler para colocar a la muerte a escasos metros de su majestad.
Dentro de aquel apartamento se escondía un fusil de alta precisión con mira telescópica, el arma que debía cambiar el curso de la historia. El plan para atentar contra Juan Carlos era simple y directo: un único disparo certero en el momento en que se dispusiera a subir al Fortuna. Para la huida, contaban con lanchas rápidas y motos acuáticas para desaparecer en el mar tras cometer el magnicidio. Un plan sin fisuras aparentes que solo esperaba la orden final.
LA CUENTA ATRÁS: DÍAS, HORAS, MINUTOS
Los días previos al 13 de agosto fueron un juego de nervios y observación. El comando etarra tenía vigilados todos los movimientos de Juan Carlos, estudiando sus horarios y rutinas para no dejar ningún cabo suelto. Cada vez que el monarca se acercaba al embarcadero, la tensión en el apartamento se podía cortar con un cuchillo, pues los terroristas sabían que el momento de actuar se aproximaba inexorablemente. La vida del rey, sin él saberlo, estaba en sus manos.
La ejecución del atentado contra Juan Carlos estaba programada para coincidir con la celebración de la Copa del Rey de Vela, un evento que garantizaba la presencia del emérito en el club náutico. Los terroristas solo aguardaban la confirmación de que el rey acudiría, como cada año, a la entrega de trofeos para activar la fase final. La maquinaria de la muerte estaba engrasada y la fecha marcada en rojo en su calendario era el domingo 13 de agosto.
UN CHIVATAZO DESDE FRANCIA QUE LO CAMBIÓ TODO
La clave que desarticuló el plan contra Juan Carlos surgió, de forma casi providencial, en Francia. La detención de varios miembros de la cúpula logística de ETA proporcionó a las autoridades galas una información de oro: un hilo del que tirar que conducía directamente a Mallorca. Fue entonces cuando la Guardia Civil recibió un aviso urgente sobre la posible presencia de un comando activo en la isla, activando todas las alarmas en un tiempo récord.
Con esa información fragmentaria pero vital, los investigadores españoles iniciaron una carrera contrarreloj para localizar al comando antes de que fuera demasiado tarde. La operación se centró en localizar a los terroristas, que fueron finalmente detenidos el 9 de agosto. Al registrar el apartamento, los agentes encontraron el rifle montado y apuntando hacia Marivent, confirmando la inminencia del atentado y lo cerca que se estuvo de la tragedia. La vida de Juan Carlos se había salvado por apenas cuatro días.
LOS AGUJEROS DE SEGURIDAD QUE PUSIERON EN JAQUE AL ESTADO
El éxito policial no pudo ocultar una realidad incómoda y aterradora: la seguridad en torno a la figura del rey había fallado estrepitosamente. La facilidad con la que un comando terrorista pudo establecer una base de operaciones con línea de tiro directa al rey Juan Carlos desató una enorme polémica interna. Aquel episodio dejó en evidencia que el círculo de protección del rey tenía brechas de seguridad impensables, obligando a una revisión completa de todos los protocolos de vigilancia y prevención.
Lo cierto es que aquel verano de 1995 queda en la memoria como el verano en que todo pudo saltar por los aires. El atentado fallido contra Juan Carlos no solo fue la crónica de un magnicidio evitado en el último suspiro, sino también un amargo recordatorio de la fragilidad de la historia. Aquel disparo que nunca se produjo sigue resonando como un eco de lo que pudo haber sido, una prueba de que a veces el destino de un país se decide en un instante, en un balcón anónimo frente al mar Mediterráneo.