La Expo '92 de Sevilla prometía ser el umbral hacia una nueva era de modernidad y prosperidad, un sueño de progreso que deslumbró al mundo entero. Pero, ¿qué sucede cuando las luces se apagan y la música deja de sonar? Aquella celebración fastuosa, que transformó la fisonomía de la ciudad para siempre, ocultaba una cara B mucho menos amable, un relato de despilfarro y expectativas rotas que muchos prefieren no recordar. Aquel verano inolvidable dejó una herencia económica envenenada que la ciudad arrastraría durante décadas, un lastre financiero monumental.
Pasear hoy por ciertos rincones de la Isla de la Cartuja es asomarse a un pasado de gloria efímera que el tiempo ha convertido en una postal melancólica. Aquella exposición universal fue una explosión de arquitectura vanguardista y optimismo desbordado, pero la resaca fue implacable. El proyecto, concebido como un trampolín hacia el futuro, se convirtió en una pesadilla urbanística para muchos sevillanos, porque el plan para el día después del evento era prácticamente inexistente, dejando un legado de esqueletos arquitectónicos y promesas incumplidas.
LA FIESTA INTERMINABLE QUE ACABÓ EN UNA FACTURA IMPAGABLE
La Expo fue una inyección económica sin precedentes, un torrente de inversión pública que modernizó infraestructuras clave y puso a Sevilla en la órbita internacional. Sin embargo, el grifo del dinero público se abrió sin control, en una espiral de gastos faraónicos para que todo brillara durante la muestra de 1992. La euforia colectiva silenció las voces que alertaban del peligro, ya que la deuda generada por la organización superó los 300 millones de euros de la época, una cifra astronómica que hipotecó el futuro de la sociedad estatal que la gestionaba.
El problema no fue solo el coste de la celebración, sino la ausencia total de un plan de viabilidad para el día después del cierre. Los organizadores se centraron tanto en el espectáculo que se olvidaron de lo más importante: la sostenibilidad del proyecto a largo plazo tras el evento de 1992. La sociedad estatal creada para gestionar el recinto entró en quiebra técnica, puesto que el mantenimiento de las infraestructuras vacías generaba unos gastos anuales millonarios que nadie sabía cómo afrontar, un sumidero de dinero público.
CURRO SE FUE A DORMIR Y NO VOLVIÓ A DESPERTAR
La imagen icónica de la Expo '92, la mascota Curro, simbolizaba la alegría y la bienvenida, pero tras la clausura, su sonrisa pareció congelarse en un rictus amargo. Lo que debía ser un parque tecnológico y empresarial de referencia, un motor de innovación para Andalucía, se convirtió durante años en una ciudad fantasma. Los pabellones, joyas arquitectónicas de un centenar de países, quedaron abandonados a su suerte, víctimas del expolio, el vandalismo y el inexorable paso del tiempo, un cementerio de la modernidad.
El sueño de una "Cartuja 93" próspera y llena de vida se desvaneció con una rapidez pasmosa, dejando un paisaje desolador. La falta de interés inversor y la crisis económica de principios de los noventa dieron la puntilla a un proyecto urbanístico que nació sobredimensionado y sin un rumbo claro para la etapa posterior a la Expo. El silencio se apoderó de las avenidas que meses antes bullían de gente, dado que muchos de los espectaculares pabellones se convirtieron en ruinas modernas, un recordatorio doloroso de lo que pudo ser y no fue.
EL MAPA DEL TESORO QUE ACABÓ EN UN SOLAR
La reconversión del legado de la Expo ha sido un camino lento, tortuoso y, en muchos casos, decepcionante. Algunos edificios icónicos, como el Pabellón de la Navegación o la Torre Schindler, lograron salvarse gracias a la iniciativa pública y privada, encontrando un nuevo uso. Sin embargo, otros no corrieron la misma suerte, transformándose en un símbolo del fracaso en la gestión del patrimonio que dejó la celebración de 1992. El espectacular Palenque, por ejemplo, pasó de ser un espacio para grandes conciertos a un almacén abandonado durante casi veinte años.
La lista de damnificados es larga y dolorosa, un catálogo de oportunidades perdidas y de patrimonio arquitectónico desaprovechado. El Auditorio de la Expo, un espacio al aire libre pensado para albergar a miles de personas, también sufrió un abandono incomprensible, quedando inutilizado durante lustros. La realidad es que el coste de adaptar y mantener muchos de aquellos edificios era tan elevado que resultaba inviable para la mayoría de empresas, condenándolos a un limbo administrativo y a una lenta decadencia.
¿APRENDIMOS REALMENTE LA LECCIÓN DE AQUEL VERANO?
La Expo '92 es el ejemplo perfecto de la dualidad de los grandes eventos: una herramienta de transformación urbana y proyección internacional, pero también una máquina de generar deuda y problemas a largo plazo. La experiencia sevillana sirvió, o debería haber servido, como una advertencia para futuras ciudades anfitrionas sobre los peligros de la improvisación y la falta de planificación post-evento. El modelo de la Expo demostró que el verdadero éxito no se mide por el número de visitantes, sino por la sostenibilidad del legado que se deja a las generaciones futuras.
Mirando con perspectiva, Sevilla ganó infraestructuras vitales como el AVE, nuevas rondas de circunvalación y un aeropuerto renovado, un salto de modernidad innegable. Sin embargo, la herencia de la Expo también dejó cicatrices profundas en forma de deuda y un desarrollo urbanístico caótico en la Isla de la Cartuja. Aquel verano de 1992 nos enseñó una lección crucial, ya que la planificación del día después es tan importante, o incluso más, que el propio evento en sí mismo, una lección que a menudo se olvida en el fragor de la celebración.
LA RESURRECCIÓN INCOMPLETA DE UN SUEÑO OLVIDADO
El Parque Científico y Tecnológico Cartuja es hoy una realidad que aglutina a cientos de empresas y a miles de trabajadores, un ecosistema de innovación que ha logrado revitalizar gran parte del recinto de la Expo. Este renacimiento, sin embargo, ha sido desigual y ha tardado más de un cuarto de siglo en consolidarse, un proceso lleno de altibajos. La Cartuja actual es la prueba de que la reconversión de un espacio de estas características es un desafío mayúsculo que requiere de una inversión constante y una visión estratégica a muy largo plazo.
A pesar de los avances, caminar por sus calles sigue siendo un ejercicio de nostalgia y melancolía, un viaje a un futuro que se imaginó de una manera muy diferente. Entre los modernos edificios de oficinas y los centros de investigación, todavía asoman las sombras de pabellones olvidados y esqueletos de hormigón que nos recuerdan la fragilidad de los sueños grandilocuentes. Aquel macroevento dejó una huella imborrable, pues el legado de la exposición universal sigue siendo una historia de luces brillantes y sombras muy alargadas que define una parte crucial de la Sevilla contemporánea.