"¡Al Ataque!": el programa de Alfonso Arús que hoy sería cancelado (y denunciado) en su primer minuto

El programa que paralizaba a España en los 90 y que hoy no sobreviviría ni a su primer bloque de anuncios. Los personajes y sketches concretos que pasarían de la parrilla televisiva al juzgado de guardia en cuestión de horas.

Pocos se atreverían a emitir hoy un programa como Al Ataque, el legendario formato de Alfonso Arús que reventó las audiencias a principios de los noventa. Aquel torbellino de sketches, imitaciones y vídeos caseros se convirtió en una cita ineludible para millones de espectadores, pero ¿qué pasaría si se estrenara mañana? Probablemente, el show de Arús sería cancelado antes de que pudiéramos aprendernos el nombre de sus personajes, generando un incendio en redes sociales de proporciones épicas.

La sola idea de trasplantar aquel formato televisivo a la actualidad produce vértigo y nos obliga a plantearnos una pregunta incómoda. Imaginen la escena: un programa en prime time donde los chistes sobre acentos, físicos o estereotipos campan a sus anchas, y es que aquel humor sin filtros sería denunciado en su primer minuto de emisión por decenas de colectivos. Prepárense para un viaje a una televisión que ya no existe, a un tiempo donde la ofensa no se medía en tuits.

UN FENÓMENO TELEVISIVO QUE ROMPIÓ MOLDES

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Corría el año 1992 y España entera se preparaba para unos Juegos Olímpicos que nos cambiarían para siempre. En ese caldo de cultivo, un programa de humor irrumpió con la fuerza de un huracán, colándose cada semana en los hogares de todo el país. Al Ataque se convirtió en un fenómeno social que definía las conversaciones del día siguiente, un espacio donde la actualidad era triturada sin piedad por un equipo de cómicos en estado de gracia.

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El formato era tan sencillo como efectivo: una sucesión de parodias, vídeos de primera y doblajes gamberros que no dejaban títere con cabeza. Era una televisión artesanal, casi punk, que conectaba con el público por su descaro y su falta de complejos, ya que el programa de humor se nutría de un ritmo frenético y un atrevimiento que hoy resultan inconcebibles. Nadie estaba a salvo de sus dardos, y precisamente esa era la clave de su arrollador éxito.

LOS PERSONAJES QUE HOY ESTARÍAN EN EL BANQUILLO

La galería de imitados y personajes propios que poblaban Al Ataque era tan extensa como polémica. Desde figuras públicas de primer nivel hasta secundarios que se hicieron increíblemente populares, todos eran caricaturizados hasta el extremo. Pensemos en Pepe Gáfez, el inolvidable "gafe" de la coletilla "¡Jaaarl!", cuya gracia residía exclusivamente en su estrabismo, y es que una imitación basada en un defecto físico sería motivo de una inmediata cancelación en la actualidad. No hay duda de que provocaría un debate nacional.

Pero la lista de damnificados no terminaba ahí, ni mucho menos. El humor de Arús y su equipo también ponía en su diana a figuras como Jesús Gil y Gil, Ruiz-Mateos o el torero "Er Cordobés", a quienes se imitaba de forma mordaz y, a menudo, cruel. Aquellas parodias, que entonces se veían como parte del espectáculo, hoy serían analizadas con lupa por sus posibles connotaciones ofensivas y humillantes, llevando a sus responsables a pedir disculpas públicas casi con total seguridad.

¿ERA MACHISMO O SIMPLEMENTE "HUMOR DE LA ÉPOCA"?

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Uno de los aspectos más controvertidos de Al Ataque, visto con los ojos de hoy, es sin duda el papel que se le otorgaba a la mujer. Las azafatas, conocidas como las "mamachichos" en su versión italiana original, eran presentadas como meros objetos decorativos, con una presencia puramente estética y pasiva. Aquel modelo de mujer, siempre sonriente y con poca ropa, sería tachado de machista y cosificador por perpetuar estereotipos profundamente denigrantes. El exitoso programa no pasaría el filtro actual.

Es fácil caer en la tentación de justificarlo todo con un "eran otros tiempos", pero el debate es más profundo. ¿Reflejaba este tipo de comedia simplemente la sociedad del momento o contribuía activamente a normalizar actitudes que ya entonces eran cuestionables? La respuesta no es sencilla, pero lo que es innegable es que la sensibilidad social ha evolucionado enormemente en estas décadas, y lo que antes era aceptado como parte del show, hoy es visto como una línea roja inaceptable.

LA LÍNEA ROJA: CUANDO LA PARODIA SE CONVIERTE EN OFENSA

El debate sobre los límites del humor es tan antiguo como el propio humor, pero programas como Al Ataque lo llevaban a otro nivel. El show televisivo no tenía reparos en hacer chistes sobre cualquier tema, por espinoso que fuera, desde la política hasta la religión, pasando por los acentos regionales o las minorías. Aquella filosofía del "todo vale" era su seña de identidad, pero esa ausencia total de filtros lo convertiría hoy en un producto tóxico e inasumible para cualquier cadena.

Hoy vivimos en la era de la viralidad y la indignación instantánea. Un solo sketch polémico de aquel programa de los noventa sería suficiente para desatar una tormenta perfecta en redes sociales que duraría semanas. La cultura de la cancelación, con sus luces y sus sombras, actuaría de forma implacable, ya que la presión de los usuarios y los anunciantes provocaría la retirada inmediata del programa de la parrilla. El juicio popular sería mucho más rápido y severo que cualquier veredicto judicial.

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EL LEGADO DE ARÚS Y LA NOSTALGIA DE UN HUMOR PERDIDO

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Resulta curioso observar cómo Alfonso Arús, el artífice de Al Ataque, ha sabido reciclarse y mantenerse en la cresta de la ola durante más de tres décadas. Su programa actual, "Aruser@s", es un magacín de éxito que, aunque conserva un tono desenfadado, se mueve en unas coordenadas de corrección política a años luz de su mítica creación. El mítico espacio le coronó, pero su evolución profesional demuestra una gran inteligencia y capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.

Quizá la historia de un formato como el de Arús nos sirva como espejo de nuestros propios cambios como sociedad. Recordar Al Ataque nos sumerge en una inevitable nostalgia por una época aparentemente más sencilla, pero también nos obliga a preguntarnos si cualquier tiempo pasado fue realmente mejor. ¿Hemos perdido la capacidad de reírnos de nosotros mismos o, por el contrario, hemos ganado en empatía y respeto? La respuesta, probablemente, sigue en el aire, flotando junto al eco de un lejano "¡Jaaarl!".

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