El sabor de nuestros veranos que se esfumó de los bares tiene un nombre propio que resuena con eco en la memoria de muchos: Mirinda. ¿Qué fue de aquella bebida que acompañó nuestras meriendas y aperitivos? Aquella pregunta flota en el aire cada vez que alguien evoca los sabores de su niñez, porque la marca se desvaneció de las estanterías sin hacer ruido, dejando un vacío que ninguna otra ha logrado llenar por completo en las terrazas de verano. La historia de este refresco es un viaje a una España que ya no existe, una crónica de un éxito que se apagó.
Recordar su botella de cristal, con esas serigrafías inconfundibles, es casi un ejercicio de arqueología sentimental para quienes crecieron en los 70, 80 y 90. Era la alternativa perfecta en cualquier tasca, la elección casi obligada cuando querías algo diferente. La Mirinda no era solo una bebida, era el símbolo de los recreos y las tardes de piscina, un pequeño placer que marcaba el ritmo de nuestros mejores momentos. Pero, ¿por qué desapareció de los bares de nuestro país si su sabor nos conquistó a todos? La respuesta se esconde tras una compleja guerra comercial.
¿QUIÉN SE ACUERDA DE AQUEL LOGO INCONFUNDIBLE?
Mirinda irrumpió en el mercado español con una identidad visual potente y un nombre sonoro, fácil de recordar y pedir en cualquier chiringuito. Su envase de vidrio retornable, pesado y con el logo serigrafiado a todo color, era un objeto cotidiano en todos los hogares y, por supuesto, en los frigoríficos de los bares. Aquel diseño transmitía una sensación de autenticidad y cercanía, convirtiéndose en un icono de la cultura popular de la época. Era más que un simple refresco; era parte del paisaje de nuestras ciudades.
La competencia en el sector de las bebidas era feroz, pero Mirinda supo hacerse un hueco con una estrategia publicitaria directa y familiar. Sus anuncios en televisión y prensa conectaban con un público que buscaba sabores genuinos para consumir en las vermuterías y locales de moda. El característico sonido al abrir el botellín era la antesala de un momento de disfrute, porque la marca representaba los valores de una España optimista y en pleno desarrollo. Su popularidad creció como la espuma, convirtiéndola en la bebida indispensable de cualquier celebración familiar o encuentro en los bares.
LA BATALLA DE LAS BURBUJAS: MIRINDA CONTRA FANTA
El cara a cara entre Mirinda y Fanta fue una de las grandes guerras comerciales que se libraron en las neveras de los bares españoles. Ambas marcas luchaban por el trono del refresco de naranja, un sabor que dominaba el mercado y el gusto de los consumidores. En cada bar, la pregunta era casi un ritual: "¿Qué tienes, Fanta o Mirinda?". Y la elección, a menudo, definía lealtades casi tan fuertes como las de los equipos de fútbol. Esta rivalidad marcó a toda una generación de consumidores, que veían en cada marca una forma diferente de entender el ocio y el tiempo libre.
La estrategia de Mirinda se centró en potenciar su origen español, aunque la marca fue creada por un valenciano, pronto pasó a manos de la multinacional PepsiCo. A pesar de ello, durante años se percibió como un producto "de casa", un valor añadido para muchos clientes de las tabernas. Fanta, por su parte, contaba con el respaldo global de The Coca-Cola Company, lo que le otorgaba una maquinaria de marketing y distribución casi imbatible. La lucha en los bares no era solo por el sabor, era una batalla por la visibilidad en el punto de venta y los acuerdos de exclusividad, un terreno donde el poder de la multinacional estadounidense empezó a decantar la balanza.
EL SABOR QUE NOS LLEVABA DIRECTOS A LA INFANCIA
El refresco Mirinda tenía un gusto particular, un equilibrio entre el dulzor y el punto cítrico que muchos todavía hoy intentan describir con nostalgia. No era tan ácido como otras propuestas del mercado, y su burbuja parecía más fina, más amable al paladar. Para muchos, ese primer sorbo era sinónimo de la llegada del buen tiempo y las vacaciones escolares, porque su sabor encapsulaba la esencia despreocupada del verano y los planes improvisados en las terrazas. Pedir una Mirinda en un bar era invocar una sensación de felicidad inmediata.
El de limón, aunque menos popular, también tenía su legión de fieles seguidores que lo defendían a capa y espada en cualquier tasca. Era más seco, más refrescante si cabe, y se convirtió en la alternativa perfecta para aquellos que huían del dulzor predominante en otras bebidas. Este sabor complementaba a la perfección la oferta de la marca, demostrando que Mirinda entendía la diversidad de gustos del público español. La dualidad de sabores, naranja y limón, fue una de las claves de su éxito y el motivo por el que se ancló tan profundamente en la memoria colectiva de los que frecuentaban los bares.
¿POR QUÉ DESAPARECIÓ DE NUESTROS BARES?
La retirada de Mirinda del mercado español no fue un evento abrupto, sino un lento y silencioso fundido a negro que muchos apenas notaron al principio. La razón principal reside en una decisión estratégica de su propietaria, PepsiCo. La compañía norteamericana decidió unificar su portfolio a nivel global y apostar por una única marca para competir en el segmento de los sabores cítricos. En la mayoría de los mercados internacionales, la elegida para competir contra Fanta fue Kas, otra marca de origen español que PepsiCo también había adquirido.
La canibalización entre marcas de la misma empresa era inevitable, y la balanza se inclinó a favor de Kas, que gozaba de un fuerte arraigo en el norte de España y una imagen de marca muy consolidada. Poco a poco, Mirinda fue perdiendo presencia en los canales de distribución y en la publicidad, cediendo su espacio en las neveras de los bares. Esta estrategia provocó que la marca se fuera diluyendo en el mercado hasta su práctica extinción, una decisión puramente empresarial que dejó huérfanos a miles de consumidores que habían crecido con su sabor.
EL LEGADO DE UN ICONO QUE VIVE EN EL RECUERDO
Hoy, encontrar una botella de Mirinda de la época es casi una pieza de coleccionista, un objeto de culto para los nostálgicos. En plataformas de segunda mano y mercadillos de antigüedades, estos envases se han convertido en un tesoro que evoca un tiempo pasado. Su legado no es solo el de un refresco, es el de un icono de la cultura pop española de la segunda mitad del siglo XX, un símbolo que nos recuerda cómo eran nuestros veranos y los momentos compartidos en las cafeterías. La marca se ha transformado en un mito, alimentado por el recuerdo.
Aunque pueda parecer increíble, Mirinda no ha desaparecido del todo a nivel mundial; de hecho, sigue siendo un éxito de ventas en algunos países de Latinoamérica, Asia y Oriente Medio, donde PepsiCo sí mantuvo la marca. Saber que todavía se disfruta en otros rincones del planeta añade una capa de melancolía a su historia en España. Quizás, su desaparición de nuestros bares fue lo que la convirtió en leyenda, porque a veces el mejor sabor es el de un recuerdo que no se puede volver a probar, una memoria dulce y efervescente que permanece intacta, como el último sorbo de aquel verano que se fue para no volver.