La ropa que dejamos en los contenedores de segunda mano podría desaparecer pronto de las calles. Lo que para muchos es un gesto cotidiano de solidaridad y reciclaje y para otros un verdadero alivio ante la crisis económica que enfrentan, pero más allá del significado, el reciclaje se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para organizaciones como Cáritas y Deixalles.
Desde el 1 de enero de 2025, una reforma de la Ley de Residuos obliga a los ayuntamientos a encargarse de la recogida selectiva de ropa usada. Pero mientras la ley ha entrado en vigor, la financiación no ha llegado, dejando almacenes colapsados, contenedores en riesgo de desaparecer y programas de inserción laboral amenazados. Lo que evidencia la falta de planificación en la ejecución de una Ley, que para muchos no es tan importante como otras.
El coste invisible de las prendas de vestir usadas

Recoger un kilo de ropa cuesta 0,46 euros, pero venderlo apenas genera 0,27. La cuenta no sale, y desde Cáritas advierten: «O nos pagan, o estamos muertos». En Mallorca, la mitad de toda la ropa usada se recoge en Palma, donde los convenios actuales no incluyen remuneración. La caída del precio de la ropa usada se ha acelerado por conflictos internacionales y la saturación de mercados extranjeros, llegando a pérdidas de casi 10.000 euros al mes solo en Mallorca.
La caída del precio de la ropa usada se ha acelerado por los conflictos internacionales y la saturación de mercados extranjeros, llegando a perder casi 10.000 euros al mes solo en Mallorca. Por estas y otras razones, antes de donar ropa, revisa su calidad. Lo que para ti es “viejo” puede no tener salida comercial ni reciclaje, pero sigue siendo un residuo que alguien tendrá que gestionar.
La montaña de ropa y la historia detrás de cada bolsa

En los almacenes de Cáritas, montañas de bolsas rozan el techo. Cada camiseta, vaquero o vestido tiene su historia, personas que tienen mucho y deciden compartir y otras que tienen poco o nada y sobreviven con este tipo de ayuda. Además, hay una gran cadena involucrada en el proceso, desde los conductores, que mueven 800 kilos por viaje, hasta las mujeres separan prendas con precisión.
Las prendas de vestir que se encuentran buen estado van a tiendas de segunda mano, la otra se recicla en hilado, mantas o aislantes, y la que no sirve termina como combustible. Solo el 54% de la ropa recogida en España se puede recuperar, y solo un 37% se recicla realmente. El resto termina incinerado. Donar solo ropa que realmente se pueda usar aumenta la eficiencia del sistema y evita que tu contribución termine como residuo.
Fast fashion y responsabilidad: la cuenta pendiente

El problema no es solo local, es decir, no estamos hablando de una sola región de España, estamos hablando de Europa y el mundo en general. El auge del ultra fast fashion ha inundado el mercado mundial con ropa de baja calidad, difícil de revender y sobre todo reciclar. La implantación de la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), que debería ordenar el flujo de residuos textiles, no entrará en vigor hasta 2027.
¿La parte positiva? Detrás de cada contenedor hay vidas intentando reconstruirse. Los programas de inserción laboral de Cáritas dan empleo a personas en situación de vulnerabilidad, formándolas para que puedan mantener un trabajo y recuperar autonomía. Algunos trabajadores han pasado de situaciones extremas a cotizar lo suficiente para jubilarse gracias a estos programas.
La historia de la ropa usada nos recuerda que el reciclaje no es solo ecológico, también es social. Cada prenda donada protege el planeta y da una segunda oportunidad a quien lo necesita. Sin financiación y coordinación, este sistema podría colapsar, afectando tanto al medio ambiente como a las personas que dependen de él.