El Alzheimer golpea a más de 800.000 personas en España y se ha convertido en uno de los mayores retos sociales y sanitarios del país. Cada diagnóstico abre un drama silencioso que no solo afecta a la memoria y la autonomía del paciente, sino que también sacude de lleno a su entorno familiar.
Atender a una persona con esta enfermedad supone un coste económico medio de 42.000 euros al año, una cifra que puede duplicarse en fases avanzadas. Lo más preocupante es que el 86% de ese gasto lo asumen directamente las familias, mientras que la aportación del sistema sanitario apenas llega al 8%, una verdad incómoda para muchos, pero que lamentablemente afecta a muchas familias.
Una de las partes tristes y complejas que se esconde detrás de estas cifras, una “realidad invisible”, es decir, hijas, esposas y madres que dedican hasta 70 horas semanales al cuidado, sin apoyos suficientes y con un enorme desgaste físico y emocional. La falta de inversión pública y de formación especializada deja a miles de hogares desprotegidos, atrapados en un sistema que no está preparado para el impacto presente y futuro de las demencias. Este desequilibrio no solo pone en riesgo la salud de los cuidadores (madres, hijas y esposas, en la mayoría de los casos), sino que evidencia la necesidad urgente de un cambio en el modelo de atención.
Un gasto anual de 42.000 euros por paciente que apenas cubre el sistema sanitario

Atender a una persona con Alzheimer en España cuesta, de media, 42.000 euros al año, y puede superar los 77.000 en etapas avanzadas. Sin embargo, el sistema sanitario apenas cubre una fracción de este gasto, obligando a las familias a asumir tratamientos, terapias y adaptaciones en el hogar, y todos estos gastos con frecuencia no son asumibles por las familias, lo que afecta de manera significativa a los pacientes y al entorno.
Esta brecha deja a muchos pacientes sin acceso a recursos especializados que podrían mejorar su calidad de vida y ralentizar el avance de la enfermedad, y estos son datos que evidentemente no son del dominio público, se trata de un “secreto a voces”. El déficit en inversión pública también impacta directamente en la atención profesional.
España destina menos del 1% de su PIB a cuidados de larga duración, muy por debajo de la media europea. Esto significa que incluso los pacientes atendidos por profesionales reciben cuidados limitados (lo que nos da una idea de la importancia de esta enfermedad y de los gastos que requiere su atención adecuada), mientras las familias cargan con la responsabilidad económica y emocional de manera casi exclusiva.
El 86% de los costes recae directamente sobre las familias, que se sienten abandonadas

La realidad es abrumadora, el 86% del gasto por Alzheimer lo cubren las familias, en su mayoría mujeres y mientras más allegadas a la familia, más responsabilidades asumen, mientras el sistema sanitario apenas aporta un 8%. Esta carga financiera se suma al esfuerzo diario de cuidados, generando un desgaste físico y emocional que pocas veces recibe reconocimiento, porque suele manejarse con discreción entre las familias y es escasa la ayuda que se puede ofrecer. Muchas familias se sienten solas y desprotegidas ante un desafío que exige recursos, formación y tiempo.
Sin un respaldo institucional real, los familiares deben coordinar citas médicas, terapias y adaptaciones del hogar con recursos limitados, todas estas actividades que requieren del manejo de grandes cantidades de dinero. Esta presión constante afecta su salud, su economía y la capacidad de ofrecer un cuidado de calidad, consolidando un modelo informal que deja a pacientes y cuidadores en situación de vulnerabilidad extrema.
Cuidadores al límite: jornadas de hasta 70 horas semanales sin apoyo suficiente

Los cuidadores dedican hasta 70 horas semanales al cuidado de personas con Alzheimer, y en la mayoría de los casos con escasa formación específica y sin apoyos institucionales suficientes y no estamos hablando solo de los familiares allegados, sino al personal contratado para realizar estos trabajos. La mayoría son mujeres que combinan esta labor con responsabilidades familiares y laborales, enfrentándose cada día a conductas difíciles, desorientación y necesidades constantes de los pacientes.
El estrés, la ansiedad y el agotamiento físico son habituales entre quienes cuidan. Sin programas de respiro, orientación profesional o soporte económico, muchos sienten que la carga es insostenible. La falta de políticas públicas que reconozcan su trabajo hace que el esfuerzo de estos cuidadores pase desapercibido, a pesar de ser la columna vertebral del cuidado de miles de personas afectadas por Alzheimer en España, nunca mejor dicho, dada la importancia del papel que desempeñan en la vida de las personas afectadas.