San Cleofás, santoral del 25 de septiembre

La historia de San Cleofás es mucho más que un simple relato del santoral; es el eco de un corazón que pasó de la más absoluta desolación a la euforia de la fe en cuestión de horas. Su figura, a menudo eclipsada por los apóstoles más conocidos, representa un pilar fundamental en la transmisión del mensaje cristiano, es la crónica de una revelación que cambió el destino de la fe, ya que fue uno de los primeros testigos directos de la resurrección de Cristo. Es un testimonio que nos enseña sobre la duda, la esperanza y el reconocimiento de lo divino en lo cotidiano.

Su experiencia en el camino a Emaús nos interpela directamente, casi como un espejo de nuestras propias incertidumbres y anhelos espirituales. Todos, en algún momento, hemos recorrido nuestro propio camino de Emaús, cargados de preguntas y con la sensación de que el día declina, este episodio nos enseña que incluso en la más profunda desolación, el reconocimiento de lo divino puede surgir en el gesto más inesperado y cotidiano, transformando el abatimiento en una fe inquebrantable. Es la historia de cómo la luz puede abrirse paso en la oscuridad más densa.

UN ENCUENTRO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

San Cleofás, santoral del 25 de septiembre

Imaginen la escena: dos hombres caminan con el corazón roto, alejándose de Jerusalén, la ciudad donde todas sus esperanzas habían sido crucificadas. El viaje de San Cleofás y su compañero no era una huida, sino el reflejo de una desolación profunda, pues creían que con la muerte de Jesús todo había terminado para siempre. El polvo del camino se mezclaba con la amargura de sus conversaciones, repasando una y otra vez los acontecimientos que habían sacudido su mundo y les habían dejado sin rumbo.

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De repente, un desconocido se une a su conversación, preguntando con calma sobre la causa de su tristeza. Aquel hombre les habla con una sabiduría que les desarma, conectando las antiguas escrituras con el sufrimiento del Mesías. Aquellas palabras calaron hondo en el corazón del discípulo de Emaús, porque el misterioso viajero les desvelaba el sentido oculto de las profecías, y sus corazones, antes helados por el dolor, comenzaron a arder con una extraña y nueva calidez.

EL INSTANTE EN QUE LOS OJOS SE ABRIERON

Al caer la tarde, llegaron a su destino y San Cleofás, movido por la hospitalidad, insistió para que aquel enigmático compañero de viaje se quedara con ellos. Ese simple acto de generosidad fue el preludio del milagro, invitaron al forastero a compartir su mesa sin saber a quién acogían realmente. La normalidad de la escena —una mesa, un poco de pan, la luz tenue del atardecer— contrastaba con la trascendencia de lo que estaba a punto de suceder en aquella casa de Emaús.

Y entonces ocurrió el momento cumbre, el instante que quedaría grabado para siempre en la memoria de la cristiandad. El invitado tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Fue en ese gesto tan familiar y eucarístico cuando todo cobró sentido, reconocieron a Jesús resucitado justo en el instante en que partía el pan. En ese preciso momento, el Señor desapareció de su vista, pero su presencia real ya había transformado sus vidas para siempre.

DE LA TRISTEZA A LA PROCLAMACIÓN: LA CARRERA HACIA JERUSALÉN

DE LA TRISTEZA A LA PROCLAMACIÓN: LA CARRERA HACIA JERUSALÉN

El desconcierto inicial dio paso a una euforia incontenible. El cansancio del viaje de ida se desvaneció, reemplazado por una energía arrolladora que les impulsó a desandar el camino en plena noche. El viaje de vuelta de San Cleofás ya no era el de un hombre derrotado, sino el de un mensajero que portaba la noticia más importante de la historia. Ya no había dudas, solo la certeza ardiente de que la muerte no había tenido la última palabra y debían compartirlo.

Llegaron a Jerusalén de noche, con el alma en vilo, buscando a los apóstoles para contarles lo que habían visto y oído. El testimonio del peregrino de Emaús fue crucial para aquel grupo de apóstoles atemorizados y confundidos, ya que confirmaba lo que las mujeres habían anunciado y fortalecía una fe que aún vacilaba. La experiencia de este testigo de la resurrección se convirtió en una pieza clave para reconstruir la esperanza de la primera comunidad cristiana, demostrando que Cristo estaba vivo.

EL HOMBRE TRAS EL DISCÍPULO: SU FAMILIA Y SU FE

Pero, ¿quién era este hombre más allá del célebre episodio? La figura de San Cleofás está íntimamente ligada a otra mujer valiente que no se apartó de Jesús en su momento más terrible, pues se considera que su esposa era María de Cleofás, presente al pie de la cruz. Esta conexión nos habla de una familia profundamente comprometida con el proyecto de Jesús, una fe compartida en el hogar que se mantuvo firme incluso cuando todo parecía perdido. Su lealtad era un pilar en los cimientos del cristianismo.

Algunas tradiciones van incluso más allá, sugiriendo que este seguidor de Cristo podría haber sido hermano de San José, lo que le convertiría en tío carnal de Jesús. Esta conexión familiar con el Mesías le otorga una dimensión aún más humana y cercana, ya que sitúa al discípulo en el círculo más íntimo y personal de Jesús de Nazaret. No era solo un seguidor más, sino parte del tejido familiar y afectivo que sostuvo al Salvador durante su vida terrenal.

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UN LEGADO DE FE QUE PERDURA HASTA HOY

La historia de San Cleofás no termina con su regreso a Jerusalén. Su testimonio valiente le acompañó el resto de su vida, convirtiéndose en un faro para los primeros creyentes. Su vida es un testimonio completo de entrega y coherencia hasta el final, porque la tradición sostiene que fue martirizado por proclamar su fe en Cristo resucitado, sellando con su sangre el mensaje que había llevado desde Emaús. Su final fue el reflejo de una existencia entregada a la verdad que se le reveló en la fracción del pan.

Hoy, la figura de San Cleofás sigue recordándonos algo fundamental en un mundo a menudo cínico y apresurado. Su historia es una invitación a mirar más allá de lo evidente, a escuchar con el corazón y a ofrecer hospitalidad sin esperar nada a cambio. La experiencia de este santo del 25 de septiembre nos invita a mantener los ojos del alma bien abiertos, pues su legado es una llamada a encontrar lo sagrado en los encuentros fortuitos y en la sencillez de compartir la vida con los demás.

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