La recomendación que te dio tu pediatra sobre la alimentación de tu hijo probablemente esté desfasada, y es una realidad que cada vez más padres empiezan a sospechar. Lo afirma con rotundidad el nutricionista pediátrico Andrés Roche, quien asegura que muchos consejos se quedaron anclados en 1995, y esa aparente inocencia tiene consecuencias directas en la salud metabólica de los más pequeños que nadie se atreve a contar en voz alta. ¿Y si esa galleta que ofreces con tanto amor fuera en realidad un enemigo silencioso?
Esta incómoda advertencia abre una brecha en la confianza que depositamos en el especialista en salud infantil, una figura casi sagrada para cualquier familia. Roche no duda en señalar directamente a los cereales azucarados y las galletas «de toda la vida», y es que según él, estos productos ultraprocesados están destrozando el metabolismo de los niños mientras muchos profesionales miran hacia otro lado, perpetuando un mito. La pregunta es inevitable: ¿estamos realmente cuidando de su futuro o solo seguimos una inercia peligrosa?
LA VERDAD INCÓMODA QUE TU MÉDICO INFANTIL NO TE CUENTA

Cuando una madre o un padre acude a la consulta, asume que la persona que tiene delante posee la información más actualizada sobre la salud de su hijo. La realidad, sin embargo, puede ser muy distinta, especialmente en el campo de la nutrición, y es que según expertos como Roche, la formación en dietética durante la carrera de medicina es sorprendentemente escasa y a menudo no se recicla con los años. Tu pediatra es un experto en patologías, pero no necesariamente en nutrición moderna.
Este desfase provoca que muchos profesionales de la pediatría sigan recomendando pautas que hoy la evidencia científica pone en entredicho, como el consumo de cereales refinados o galletas para el desayuno. No se trata de mala fe, sino de una alarmante falta de actualización, ya que muchos sanitarios repiten los mismos mantras nutricionales que aprendieron en la universidad hace décadas, sin cuestionar la influencia que la industria alimentaria ha tenido en esos antiguos planes de estudio.
¿QUIÉN ESTÁ DETRÁS DE LAS GALLETAS DEL DESAYUNO?
A nadie se le escapa que ciertas marcas de galletas, lácteos azucarados y cereales de desayuno llevan décadas asociándose a una imagen de «energía para el cole» y «crecimiento saludable». Esta idea no nació de la evidencia científica, sino de potentes campañas de marketing, pues la industria alimentaria ha invertido millones en posicionar sus productos como imprescindibles en la dieta infantil, creando una percepción de alimento saludable que ha calado hondo en la sociedad y en no pocas consultas pediátricas.
El problema es que esta influencia ha sido tan persistente que ha llegado a formar parte del argumentario de salud que maneja más de un pediatra. Se perpetúa así un ciclo difícil de romper, donde la recomendación del profesional refuerza el mensaje de la publicidad, y es que los padres confían en el criterio de su médico sin saber que ese consejo puede estar indirectamente influenciado por una visión de la nutrición que beneficia más a las grandes corporaciones que a la salud real de sus hijos.
EL METABOLISMO DE TU HIJO, UNA BOMBA DE RELOJERÍA SILENCIOSA

Cuando un niño desayuna galletas o cereales azucarados, su cuerpo recibe una descarga de azúcar y harinas refinadas que provoca un pico de glucosa e insulina desmedido. Aunque tu pediatra no te hable de ello, este ciclo de subidas y bajadas de azúcar continuadas es la antesala de la resistencia a la insulina, un trastorno metabólico que afecta silenciosamente a cada vez más niños y adolescentes y que compromete gravemente su salud a largo plazo.
El resultado de mantener estos hábitos durante años es una generación de niños con un metabolismo dañado, lo que dispara el riesgo de desarrollar problemas serios en el futuro. Estamos normalizando una alimentación que es la mecha de la obesidad, la diabetes tipo 2 y otras enfermedades crónicas, y esto sucede porque el consejo bienintencionado pero desactualizado de algunos profesionales está fallando en la prevención primaria, que es la más importante de todas durante la infancia.
DESMONTANDO EL MITO: ¿QUÉ ES UN DESAYUNO REALMENTE SALUDABLE?
Frente a la comodidad de abrir una caja de cartón, la solución pasa por volver a la comida real, esa que no necesita un listado de ingredientes incomprensibles ni personajes de dibujos animados en su envoltorio. Un desayuno saludable no tiene secretos, pues unos huevos revueltos, una pieza de fruta, un yogur natural o un puñado de frutos secos ofrecen los nutrientes necesarios sin alterar el equilibrio hormonal del niño, proporcionando energía estable y saciedad real.
Este cambio no requiere ser un chef ni dedicar horas a la cocina, sino simplemente desaprender lo que nos han contado durante años y perder el miedo a ofrecer alimentos de verdad. Muchos padres temen que sus hijos rechacen estas opciones, pero la clave está en la perseverancia y en entender que el paladar de un niño es educable, y que ofrecer comida sana desde pequeños es el mejor seguro de vida que cualquier pediatra podría recomendar si estuviera realmente actualizado en nutrición.
CÓMO «ACTUALIZAR» A TU PEDIATRA SIN MORIR EN EL INTENTO

La próxima vez que acudas a la revisión, no tienes por qué aceptar una pauta nutricional sin más si algo no te convence. Puedes y debes preguntar desde la curiosidad y el respeto, ya que plantear dudas sobre el azúcar en las galletas o el bajo aporte nutricional de los cereales puede abrir un debate enriquecedor con tu pediatra. No se trata de un enfrentamiento, sino de una colaboración donde los padres asumen un rol activo e informado en las decisiones.
Al final del día, la máxima responsabilidad sobre lo que comen nuestros hijos recae sobre nosotros, los padres, no sobre el sistema sanitario. Un buen profesional de la pediatría debería ser un aliado, un guía dispuesto a escuchar y a razonar sus recomendaciones, no una figura de autoridad incuestionable. Y es que el mejor pediatra no es el que más sabe, sino el que tiene la humildad de reconocer que la ciencia avanza y que lo que era válido en 1995 hoy puede ser, simplemente, un peligroso error.