La espeluznante figura de Manuel Romasanta demuestra que a veces los monstruos de los cuentos infantiles caminan entre nosotros, ocultos a plena vista. Aquella advertencia que nos hacían de niños sobre «el hombre del saco» no era solo una fábula para que nos acabáramos la cena, sino el eco de un terror muy real. Según los anales de la criminología española, su caso documenta al primer asesino en serie del que se tiene constancia en el país y que sembró el pánico en la Galicia profunda.
El terror que desató Manuel Romasanta no era el de una bestia surgida de la noche, sino el de un vecino, un conocido que usaba su amabilidad como un arma letal. Su historia nos obliga a preguntarnos qué se esconde detrás de la normalidad. La clave de sus crímenes residía en una doble vida aterradora, transformando la confianza de sus víctimas en la antesala de su brutal final, un modus operandi que lo convertiría en el auténtico Sacamantecas de Ourense.
EL VENDEDOR AMABLE QUE OCULTABA UN MONSTRUO
En la Galicia rural de mediados del siglo XIX, la figura del vendedor ambulante era esencial. Manuel Romasanta encajaba a la perfección en ese rol, moviéndose entre aldeas con sus mercancías y, sobre todo, con una labia que inspiraba confianza. Era educado, sabía leer y escribir —algo poco común— y se ganaba el afecto de las familias. Sin embargo, su reputación como buhonero le abría las puertas de cualquier aldea, una confianza que él explotaba metódicamente para elegir a sus víctimas, principalmente mujeres y niños.
Su método era tan sencillo como macabro. Identificaba a mujeres solas, a menudo con hijos, y les prometía un futuro mejor lejos de la miseria del campo, ofreciéndose a guiarlas hasta la ciudad para encontrar trabajo. El viaje con Manuel Romasanta era una promesa de esperanza que se truncaba en la espesura de los montes gallegos. El asesino del unto ofrecía acompañarlas, pero el viaje se convertía en una trampa mortal en la soledad de los bosques gallegos donde nadie podría oír sus gritos.
LICANTROPÍA O ASTUCIA: EL JUICIO QUE PARALIZÓ ESPAÑA
Cuando finalmente fue capturado, el juicio a Manuel Romasanta no fue un proceso corriente. Se convirtió en un espectáculo que sacudió los cimientos de la sociedad española, un circo mediático decimonónico donde la razón se enfrentaba a la superstición más arraigada. Su increíble confesión de que sufría una maldición que lo convertía en lobo, una estrategia de defensa que buscaba eludir la pena de muerte apelando a la locura, dejó a jueces, médicos y al público completamente atónitos.
La alegación de licantropía no fue tomada a la ligera. El caso del licántropo gallego atrajo la atención de la mismísima reina Isabel II, quien pidió que se estudiara el caso antes de ejecutar la sentencia. El debate fue feroz, con médicos y frenólogos de la época examinando al reo, generando una discusión nacional entre la superstición popular y el incipiente pensamiento científico. ¿Era un enfermo mental, una bestia maldita o, simplemente, un manipulador extraordinariamente inteligente y cruel?
EL ‘UNTO’: LA MACABRA LEYENDA HECHA REALIDAD
El apodo de «Sacamantecas» no nació de la nada. La parte más terrible de la historia de Manuel Romasanta es la acusación de que no solo mataba, sino que aprovechaba los cuerpos de una forma espeluznante. Se le acusó de extraer la grasa de sus víctimas para venderla como «unto» o ungüento medicinal en los mercados de Portugal, una práctica que alimentó directamente la leyenda del ‘Hombre del Saco’ en el imaginario colectivo y dio forma al monstruo que aterrorizaría a generaciones de niños.
Este detalle macabro es lo que fusionó para siempre al hombre con el mito. Los actos de Manuel Romasanta dieron un rostro y un nombre a un miedo ancestral que flotaba en el ambiente, a la figura del extraño que se lleva a los niños. El buhonero maldito consiguió lo impensable, convirtiendo un vago temor folclórico en una amenaza tangible y cercana para la sociedad de la época, demostrando que la realidad puede ser mucho más aterradora que cualquier cuento de miedo.
¿QUÉ FUE REALMENTE DE SUS VÍCTIMAS?
Más allá de la fascinación por el monstruo, queda la tragedia silenciosa de sus víctimas. Manuel Romasanta dejó un reguero de dolor y desapariciones en una Galicia donde la vida ya era suficientemente dura. Aunque confesó trece asesinatos, la justicia de la época solo pudo probar fehacientemente nueve de ellos, dejando tras de sí un rastro de familias rotas y un misterio que aún hoy perdura en los montes de Ourense. Mujeres y niños que simplemente se desvanecieron tras confiar en la persona equivocada.
La investigación fue un rompecabezas casi imposible de armar. La dispersión de las aldeas, la falta de comunicación y la ausencia de medios forenses modernos convirtieron la tarea de los investigadores en una auténtica odisea. En el terror de Galicia, la dispersión de las aldeas y la falta de medios del siglo XIX dificultaron enormemente la investigación y el recuento exacto de sus crímenes, dejando un margen de duda sobre el alcance real de su carnicería.
EL LEGADO MALDITO: CUANDO LA REALIDAD SUPERA AL CUENTO
El verdadero legado del asesino en serie de Allariz no está en los archivos judiciales, sino en la memoria colectiva. La historia de Manuel Romasanta trascendió la crónica de sucesos para instalarse en el folclore más oscuro de nuestro país, convirtiéndose en el arquetipo del monstruo con apariencia humana que acecha donde menos te lo esperas. Su caso es la prueba de que el mal no necesita colmillos ni garras, a veces solo necesita una sonrisa amable y una promesa falsa.
Hoy, más de un siglo y medio después, la sombra del licántropo de Esgos sigue proyectándose sobre los bosques gallegos. El nombre de Manuel Romasanta resuena no solo como el de un asesino, sino como el recordatorio de una verdad incómoda. Incluso ahora, el eco de sus crímenes pervive en las historias que se cuentan en voz baja, recordándonos que el verdadero horror no siempre viene de la fantasía, sino de la oscuridad que anida en el ser humano.