Viven 980 personas al borde de un precipicio de 50 metros y sus casas son más antiguas que el propio pueblo

Un lugar donde el tiempo se detuvo sobre un acantilado de lava y cuyas casas son, literalmente, más antiguas que sus calles. Viven menos de mil personas en una de las postales más espectaculares y vertiginosas de toda España.

Hay un pueblo en Girona donde viven 980 personas al borde de un precipicio de 50 metros y, por increíble que parezca, sus casas son más antiguas que la propia villa. Esta aparente paradoja es la carta de presentación de Castellfollit de la Roca, un lugar que parece sacado de un cuento de fantasía medieval. La pregunta es inevitable: ¿cómo es posible que sus cimientos sean más viejos que la propia historia del asentamiento? La respuesta está escrita en fuego y piedra.

Esta maravilla geológica desafía todas las lógicas de la arquitectura y la supervivencia. Los habitantes de este singular pueblo han normalizado una vida suspendida en el aire, donde las ventanas de sus casas se asoman directamente al vacío. Su estampa es sobrecogedora, ya que la localidad entera se asienta sobre un risco de apenas dos calles de ancho. Es una convivencia milenaria con el vértigo que ha forjado un carácter único y una estampa que corta la respiración a cualquiera que la contempla por primera vez.

¿UN PUEBLO SOBRE UN VOLCÁN DORMIDO?

YouTube video

Lo que a simple vista parece un milagro es en realidad una lección magistral de geología. Castellfollit de la Roca no está construido sobre tierra común, sino sobre una imponente colada de lava basáltica. Hace miles de años, dos ríos de roca fundida procedentes de erupciones volcánicas cercanas confluyeron en este punto, y con el tiempo, la erosión de los ríos Fluvià y Toronell esculpió el terreno a su alrededor, dejando intacta la pared de basalto, mucho más resistente.

Publicidad

La historia de este pueblo es, por tanto, la crónica de un aprovechamiento insólito del paisaje. Mientras que la roca tiene una antigüedad de miles de años, el asentamiento humano data de la Edad Media. Sus primeros pobladores encontraron en este risco inexpugnable una defensa natural perfecta contra cualquier amenaza, ya que sus murallas naturales lo convertían en una fortaleza casi inexpugnable. Por eso, aunque parezca mentira, las piedras sobre las que caminas son infinitamente más viejas que la iglesia que visitas.

LA VIDA A 50 METROS DEL VACÍO

Caminar por la calle principal de Castellfollit es una experiencia que acelera el pulso. A un lado tienes las fachadas de piedra de las casas centenarias; al otro, una barandilla que te separa de una caída vertical de 50 metros. Para sus vecinos, esta es la normalidad, un día a día donde el concepto de «terraza con vistas» adquiere una dimensión completamente nueva. Este singular pueblo demuestra una increíble capacidad de adaptación del ser humano a un entorno extremo.

Esta convivencia con el abismo ha moldeado una comunidad muy unida, consciente de la fragilidad y la fortaleza de su hogar. Los niños de este pueblo aprenden desde pequeños a respetar los límites que impone la geografía, desarrollando un sentido del espacio diferente al de cualquier otro lugar. Lejos de ser un inconveniente, los habitantes de esta localidad gerundense sienten un profundo orgullo por su singularidad, pues saben que viven en un lugar verdaderamente único en el mundo.

LA FOTOGRAFÍA QUE RECORRE EL MUNDO

YouTube video

Si buscas la imagen más famosa de este enclave, solo tienes que situarte en el puente que cruza el río a sus pies. Desde allí, la perspectiva es simplemente abrumadora: una hilera de casas colgantes que culminan en el campanario de la antigua iglesia de Sant Salvador, todo ello encaramado sobre la oscura pared de columnas basálticas. Esta es la fotografía que ha dado la vuelta al planeta, convirtiendo a esta pequeña localidad en un icono de Cataluña.

El magnetismo de esta estampa ha hecho que el turismo sea hoy uno de los principales motores económicos del pueblo. Sin embargo, la fama también tiene su contrapartida. Los vecinos deben convivir con el flujo constante de visitantes que buscan capturar la foto perfecta, un desafío que requiere equilibrio para preservar la paz de sus calles sin renunciar a la oportunidad que supone ser uno de los lugares más fotogénicos de España, y es que el impacto visual de esta joya de la Garrotxa es innegable.

MÁS ALLÁ DE LA FACHADA DE PIEDRA

Aunque su perfil exterior es lo que atrae todas las miradas, adentrarse en sus callejuelas es descubrir un alma diferente. El casco antiguo de este pueblo es un laberinto de pasajes estrechos, arcos de piedra y rincones con un encanto medieval que te transporta a otra época. Aquí, lejos del bullicio del mirador principal, se respira una calma que contrasta con la vertiginosa imagen que proyecta hacia el exterior, y es que el corazón de la villa late a un ritmo mucho más pausado.

Pasear por su interior permite apreciar los detalles de una arquitectura popular que ha sabido optimizar cada centímetro cuadrado disponible. No hay grandes plazas ni avenidas, solo un trazado orgánico que se adapta a la forma caprichosa de la roca. Este pueblo es mucho más que una fachada espectacular; es un organismo vivo, un testimonio de la historia y la cultura de la comarca de La Garrotxa, famosa por su gastronomía y sus paisajes volcánicos.

Publicidad

UN LEGADO ESCRITO EN ROCA Y TIEMPO

YouTube video

Visitar este pueblo es contemplar un monumento doble: uno natural, esculpido por el fuego y el agua durante milenios, y otro humano, construido con esfuerzo y audacia sobre un lienzo imposible. Es la prueba de que, a veces, los lugares más inhóspitos pueden convertirse en los hogares más queridos y protegidos, porque su valor no reside en la comodidad, sino en su carácter irrepetible y en la historia que cada una de sus piedras cuenta en silencio.

Es un lugar que te obliga a reflexionar sobre el tiempo, la perspectiva y la resiliencia. Sentir el viento en el mirador mientras observas el paisaje a tus pies es comprender por qué sus habitantes han elegido quedarse, generación tras generación, en este balcón al infinito. Al final, este pueblo no es solo un lugar para visitar, sino una experiencia que se queda grabada en la memoria, tan sólida y perdurable como la roca basáltica que lo sostiene.

Publicidad