Especial 20 Aniversario

La tarta de Santiago más jugosa no lleva harina, pero sí este ingrediente secreto gallego

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La tarta de Santiago es mucho más que un simple postre que se encuentra al final de una ruta de peregrinación; es un icono cultural, una bandera gastronómica de Galicia que ha trascendido fronteras para instalarse en el imaginario colectivo de toda España. Su inconfundible silueta, marcada por la Cruz de Santiago dibujada con azúcar glas, es la antesala de un sabor que promete historia y tradición en cada bocado. Sin embargo, no todas las elaboraciones consiguen hacer justicia a su legado, cayendo a menudo en una sequedad que desmerece la nobleza de sus ingredientes. La clave para evitar ese final decepcionante y alcanzar la perfección no reside en complicadas técnicas, sino en un secreto bien guardado que le confiere una jugosidad celestial.

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El debate sobre la receta auténtica ha generado ríos de tinta, con puristas defendiendo a ultranza la fórmula original de almendra molida, azúcar y huevo, sin aditivos que la desvirtúen. No obstante, la excelencia a menudo se esconde en los matices, en esos pequeños gestos que transforman algo bueno en algo sublime. La búsqueda de la tarta perfecta, esa que permanece jugosa durante días y cuyo sabor se intensifica con el reposo, nos lleva directamente al corazón de la despensa gallega. Es allí donde se encuentra, una revelación que reside en un único ingrediente inesperado, capaz de elevar la receta a una nueva dimensión de sabor y textura, un detalle que marca la diferencia entre una tarta correcta y una absolutamente inolvidable.

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EL ALMA DE GALICIA EN UN POSTRE MILENARIO

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La historia de este dulce se hunde en las brumas del tiempo, con referencias que se remontan hasta bien entrada la Edad Media, vinculadas a la repostería de almendra que floreció en la península. Se trata de una elaboración de origen humilde en su concepción, pero rica en simbolismo, un dulce que ha viajado a través de los siglos, manteniendo su esencia casi intacta desde que se popularizó como ofrenda para los peregrinos que culminaban su largo viaje en la capital gallega. Su composición, libre de harina de trigo, la convertía en un manjar denso y energético, perfecto para reponer fuerzas y celebrar la llegada a la meta, consolidándose como un emblema de hospitalidad y recompensa.

Con el paso del tiempo, la popularidad de la tarta de Santiago creció exponencialmente, hasta el punto de ser reconocida con el sello de Indicación Geográfica Protegida (IGP). Esta certificación no solo delimita su zona de elaboración a la comunidad autónoma de Galicia, sino que también establece unos parámetros de calidad muy estrictos en cuanto a sus ingredientes y proporciones. Es precisamente este amparo legal, un sello que protege su autenticidad y su legado, garantizando que se elabore siguiendo los cánones tradicionales, lo que ha permitido preservar su identidad frente a imitaciones que no respetan la pureza de una receta tan emblemática y querida en todo el territorio nacional.

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