Especial 20 Aniversario

El pulpo a la gallega perfecto exige este ritual previo para que no quede duro como una piedra

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El pulpo a la gallega es mucho más que una simple receta, se ha convertido en un auténtico emblema de nuestra gastronomía y en la vara de medir de muchísimos bares y restaurantes a lo largo y ancho del país. Es un plato que representa la esencia misma de Galicia, una experiencia que une a familias y amigos en torno a una mesa, y cuya preparación roza lo sagrado para los puristas. La búsqueda del punto de cocción perfecto, esa textura que se deshace en la boca sin resultar chiclosa, es una verdadera odisea culinaria que separa a los iniciados de los meros aficionados. Conseguirlo no es fruto de la casualidad, sino de seguir un método casi litúrgico.

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El éxito o el fracaso de este manjar reside en detalles que a menudo se pasan por alto, pequeños gestos heredados de generaciones que marcan la diferencia. No basta con tener un buen producto, aunque es el punto de partida indispensable. Hay que conocer los secretos que transforman un cefalópodo robusto en una delicia sublime. Sin este conocimiento previo, el riesgo de enfrentarse a un pulpo duro y gomoso es demasiado alto. Detrás de su aparente sencillez se esconde un abismo, la delgada línea que separa una tapa memorable de una decepción gomosa, un secreto que los maestros pulpeiros guardan con celo y que hoy desvelamos para alcanzar la perfección en casa.

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EL RITUAL DEL SUSTO: TRES INMERSIONES PARA UNA PIEL PERFECTA

Fuente: Freepik

Una vez descongelado el pulpo, llega el momento de uno de los rituales más icónicos y fotogénicos de esta preparación: el arte de «asustarlo». Este paso es fundamental para la estética del plato final y tiene un propósito muy concreto. Consiste en sumergir y sacar el pulpo de una olla con agua hirviendo tres veces consecutivas, un gesto que garantiza que la piel no se desprenda durante la larga cocción posterior. Gracias a este procedimiento, se consigue que la piel se fije al músculo y no se desprenda durante la cocción posterior, manteniendo ese color violáceo tan característico y apetecible del pulpo a la gallega perfecto.

La técnica es sencilla pero requiere seguir el tempo adecuado. Se coge el pulpo por la cabeza y se introduce en el agua hirviendo durante unos segundos hasta que los tentáculos se ricen, se saca, se espera a que el agua recupere el hervor y se repite la operación dos veces más. No es un capricho folclórico, sino una respuesta del producto al cambio brusco de temperatura. En este baile de entradas y salidas, el choque térmico es el verdadero protagonista de este paso, contrayendo la piel y asegurando que llegue intacta al plato, lo que demuestra un profundo respeto por el producto.

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