Pocas frutas tienen el poder refrescante, ligero y saludable que ofrece la sandía, especialmente en los meses más calurosos del año. Con su sabor suave, su abundante contenido de agua y su perfil nutricional casi perfecto, se ha ganado el corazón —y la mesa— de muchos hogares españoles. Sin embargo, no todas las sandías que vemos en los estantes del supermercado son igual de seguras.
El nutricionista y divulgador Pablo Ojeda lanzó recientemente una advertencia contundente. Su mensaje fue claro: evitar comprar sandía ya cortada si no se encuentra perfectamente refrigerada, ya que su consumo podría suponer un riesgo real para nuestra salud. A continuación, te contaremos qué ocurre exactamente con estas piezas partidas y por qué deberías pensarlo dos veces antes de llevarte una a casa.
1La falsa comodidad de la sandía cortada: un peligro invisible

Cada vez más supermercados optan por ofrecer sandías ya partidas, listas para consumir. Es una propuesta pensada para facilitar la vida al cliente: menos peso, menos trabajo, más practicidad. Sin embargo, bajo esa aparente comodidad se esconde un problema de higiene y conservación que puede convertirse en un verdadero dolor de cabeza.
Como explicó Pablo Ojeda, una vez que la sandía se abre, pierde su protección natural: la cáscara. Esta corteza no solo funciona como barrera física, sino que también impide que bacterias externas contaminen el interior. Al cortarse, el alimento queda expuesto al calor, al contacto humano y, en muchos casos, a la manipulación indebida de otros clientes.
Y lo que parece un gesto inocente, como apretar una pieza o pinchar con el dedo para comprobar si está madura, puede contaminarla por completo. Lo más alarmante es que muchas de estas sandías se exhiben sin refrigeración, colocadas en bandejas envueltas en film transparente, pero sin la temperatura adecuada para preservar su seguridad.