Existe una playa en la costa gallega que rompe todos los esquemas y redefine por completo la imagen que muchos tienen de esta verde y frondosa región del norte de España. Hablamos de un paraje donde la naturaleza exhibe su poder de una forma sobrecogedora, creando un paisaje casi extraterrestre que deja sin aliento a quien lo visita por primera vez. Es el Parque Natural de las Dunas de Corrubedo, un lugar donde el concepto tradicional de costa se desvanece para dar paso a la sensación de estar en dos mundos a la vez, un espejismo dorado que se funde con el azul intenso del Atlántico, creando una estampa de una belleza casi irreal. Este enclave no es solo un destino, es una experiencia sensorial completa que desafía las expectativas y se graba en la memoria de forma indeleble.
La magia de este rincón de Ribeira, en la provincia de A Coruña, reside en su capacidad para transportarnos a un escenario más propio del Sáhara que de las Rías Baixas. La experiencia de esta playa va más allá de un simple día de sol y mar; es una invitación a explorar un ecosistema vivo y en constante cambio, un monumento natural esculpido por el viento y el tiempo, donde el silencio solo es interrumpido por el rugido de las olas y el silbido del aire entre los juncos, invitando a una desconexión profunda. La promesa de caminar sobre kilómetros de arena fina, ascender una duna que parece no tener fin y contemplar un horizonte infinito es el poderoso imán que atrae a viajeros y amantes de la naturaleza a este tesoro gallego.
2LA GRAN DUNA MÓVIL: EL CORAZÓN VIVIENTE DEL PARQUE NATURAL
El verdadero protagonista de este ecosistema de playa es la duna móvil, un gigante vivo que respira y se mueve al compás que le marcan los vientos del suroeste. Su avance, lento pero constante, de uno a dos centímetros por día, va transformando el paisaje a su paso, sepultando la vegetación y creando un ciclo de vida, muerte y regeneración que define la ecología del parque. Este dinamismo la convierte en un laboratorio natural de un valor incalculable, un testimonio del poder implacable de los elementos naturales y de la fragilidad de los equilibrios del entorno, lo que obliga a una gestión y protección extremadamente cuidadosas.
La duna no es solo una acumulación de arena; es una entidad con su propia historia geológica, una narrativa escrita grano a grano a lo largo de los siglos. Cada visita a la playa es única, porque la duna nunca es la misma, su perfil cambia, sus crestas se afilan o se suavizan, ofreciendo siempre una nueva perspectiva. Observar su movimiento es asistir a un espectáculo de la naturaleza en estado puro, un proceso que nos recuerda la naturaleza efímera y cambiante de nuestro planeta, donde incluso las formaciones que parecen más sólidas y permanentes están en un perpetuo estado de flujo y transformación.