En el gran teatro de la santidad cristiana, hay figuras que irrumpen con la fuerza de un huracán, vidas marcadas por abismos de miseria y cumbres de heroísmo que revelan de manera sobrecogedora el poder transformador de la gracia divina. San Camilo de Lelis, cuya memoria la Iglesia nos propone celebrar cada 14 de julio, es sin duda uno de estos gigantes de la caridad, un hombre forjado en la violencia de los campos de batalla y en la degradación de la ludopatía, que se convirtió en el apóstol de los enfermos y en el fundador de una nueva escuela de misericordia. Su vida es un testimonio dramático de que no existe herida, ni física ni moral, que no pueda convertirse en una fuente de sanación para los demás cuando se pone al servicio de Dios. Camilo no solo cuidó a los enfermos; revolucionó la manera de entender la asistencia sanitaria, infundiendo en ella un alma y una dignidad hasta entonces desconocidas.
La relevancia de este santo para nuestra época, a menudo caracterizada por una medicina tecnificada que corre el riesgo de deshumanizarse, es inmensa y profundamente actual. San Camilo nos recuerda que el enfermo no es un número de cama o un caso clínico, sino un rostro sufriente de Cristo que exige no solo competencia profesional, sino ternura, paciencia y un amor que va más allá del simple deber. Su historia, la de un «sanador herido», nos enseña que nuestras propias fragilidades y experiencias de dolor pueden ser el canal a través del cual comprendemos y aliviamos el sufrimiento ajeno. Su legado, simbolizado en la cruz roja que portaban sus religiosos, se erige como un faro que ilumina la vocación de todo profesional de la salud y de toda persona que se acerca a un hermano que sufre, invitándolos a ser «ministros de los enfermos» con el corazón y las manos.
UN GIGANTE EN BUSCA DE RUMBO

Nacido en 1550 en Bucchianico, en la región italiana de los Abruzos, Camilo de Lelis heredó de su padre, un oficial al servicio de España, tanto su imponente estatura como su carácter impetuoso y su inclinación por la vida militar. Huérfano de madre a temprana edad y con un padre ausente por las campañas bélicas, su juventud fue desordenada y carente de una guía sólida, un camino que parecía la antítesis de cualquier aspiración espiritual, pero que forjaría en él una resistencia y un conocimiento de la miseria humana que resultarían cruciales. Con apenas diecisiete años, se enroló como mercenario al servicio de la República de Venecia, abrazando con entusiasmo la vida licenciosa, violenta y precaria de los soldados de fortuna de su tiempo.
Durante sus años como soldado, Camilo desarrolló una adicción patológica al juego, un vicio que se convertiría en su principal demonio y lo arrastraría a las más bajas humillaciones. Era capaz de apostar y perder todo lo que poseía en una sola noche, desde su paga y sus armas hasta la propia ropa que vestía, una espiral de autodestrucción que lo dejó en la más absoluta indigencia, obligándolo a mendigar para sobrevivir. Este descenso a los infiernos de la pobreza y la desesperación, sin embargo, le permitió experimentar en carne propia el abandono y la soledad que padecían los marginados de la sociedad, una lección brutal que se grabaría a fuego en su memoria. Su pasión por el juego era tan intensa que, según sus biógrafos, incluso después de su conversión, debía evitar la simple visión de unas cartas.
En medio de esta vida errante, una vieja herida en su pierna, contraída en una campaña militar, se reabrió convirtiéndose en una úlcera incurable que lo atormentaría durante el resto de su vida. Este mal lo obligó a buscar tratamiento en el Hospital de Santiago para Incurables en Roma, una úlcera purulenta que se convertiría paradójicamente en el instrumento de la Providencia, llevándolo por primera vez al umbral de los hospitales que un día transformaría. Su comportamiento en el hospital fue tan problemático y pendenciero que, tras un tiempo trabajando allí como criado para costear su estancia, fue expulsado por su carácter incorregible, regresando a la vida militar tan pronto como su herida se lo permitió.
LA HERIDA QUE SANA: EL NACIMIENTO DE UNA VOCACIÓN
El punto de inflexión definitivo en la vida de este gigante descarriado llegaría el 2 de febrero de 1575, mientras trabajaba como peón en la construcción de un convento de los Padres Capuchinos en Manfredonia. Aquel día, mientras transportaba materiales para la construcción del convento, escuchó un sermón que lo interpeló de manera tan directa y personal que se sintió fulminado por la gracia divina. Arrepentido de su vida de pecado, se arrojó a los pies del fraile predicador, protagonizando una conversión tan ruidosa y espectacular como lo había sido su vida anterior, un momento de quiebre que marcaría el inicio de su nueva andadura al servicio de Dios.
Movido por un fervor arrollador, Camilo decidió ingresar en la Orden de los Capuchinos, buscando en la vida austera de los frailes un camino de penitencia y consagración. Sin embargo, su vieja herida en la pierna volvió a manifestarse con virulencia, un obstáculo que la orden consideraba un impedimento canónico para la vida regular, lo que Camilo interpretó inicialmente como un doloroso rechazo por parte de Dios. Por dos veces intentó ser admitido y por dos veces fue despedido a causa de su enfermedad, una prueba que lo sumió en una profunda crisis, pero que lo recondujo providencialmente al Hospital de Santiago en Roma, el mismo lugar del que había sido expulsado.
Su regreso al hospital no fue como el de un paciente problemático, sino como el de un hombre transformado por la fe y con un propósito claro. Comenzó a servir a los enfermos con una dedicación y una ternura que asombraron a todos, pero lo que vio en aquel lugar lo horrorizó profundamente, donde la indiferencia y la negligencia del personal asalariado hacia los enfermos le causaron una profunda conmoción, despertando en su corazón un celo ardiente por transformar aquella casa de desesperación en un hogar de caridad. Comprendió entonces que su fracaso como capuchino no había sido un rechazo, sino una indicación divina de su verdadera vocación: su lugar no estaba en el coro, sino al lado de las camas de los moribundos.
LA OBRA DE SAN CAMILO DE LELIS: UNA NUEVA MILICIA PARA LOS ENFERMOS

El ejemplo de Camilo, que trabajaba sin descanso y trataba a cada enfermo como si fuera el propio Señor, pronto comenzó a atraer a otros hombres de buen corazón. Alrededor de él se fue formando un pequeño grupo de voluntarios, hombres que compartían su ideal de una caridad heroica y desinteresada, formando una compañía de voluntarios que revolucionaría el concepto de asistencia sanitaria en la ciudad. Juntos, se dedicaron a cuidar a los enfermos más abandonados del hospital, no solo atendiendo sus necesidades físicas, sino también ofreciéndoles consuelo espiritual, preparándolos para recibir los sacramentos y acompañándolos en el momento de la muerte con una dignidad inusitada para la época.
A medida que el grupo crecía, Camilo sintió la necesidad de dar una estructura más sólida a su obra, y su director espiritual, el gran San Felipe Neri, le aconsejó que se hiciera sacerdote. Para un hombre de más de treinta años, exsoldado y con escasa formación académica, el desafío era inmenso, pero su determinación era aún mayor, pues comprendió que para dar una estructura sólida y una dirección espiritual a su obra, necesitaba la autoridad sacramental que solo el sacerdocio podía conferirle. Tras superar con esfuerzo los estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1584, un paso fundamental que le permitió consolidar su naciente comunidad.
Con el tiempo, esta primera compañía de «servidores de los enfermos» se transformó en una orden religiosa con un carisma único en la historia de la Iglesia, el Papa Sixto V aprobó la congregación en 1586, y posteriormente Gregorio XIV la elevó al rango de orden religiosa en 1591. A los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia, San Camilo añadió un cuarto y revolucionario voto: el de asistir a los enfermos, incluso a los apestados, con riesgo de la propia vida. Para distinguir a sus religiosos, adoptó como emblema una cruz de tela roja sobre el hábito negro, un símbolo de la caridad dispuesta al sacrificio supremo que se convertiría en su distintivo universal.
LA CRUZ ROJA DEL CORAZÓN: UN LEGADO QUE TRANSFORMA EL SUFRIMIENTO
San Camilo de Lelis no fue solo un hombre caritativo, sino un auténtico innovador en el campo de la asistencia sanitaria, estableciendo protocolos de higiene y atención personalizada que estaban siglos por delante de su tiempo, y que se consideran precursores de la enfermería moderna. Insistía en la importancia de la limpieza de las salas, la ventilación, la calidad de la comida y, sobre todo, en el trato humano y respetuoso hacia cada paciente. Su genio organizativo lo llevó a enviar a sus religiosos a los campos de batalla para atender a los heridos de todos los bandos, creando lo que se ha considerado el primer servicio de ambulancia militar de la historia.
La vida de Camilo fue un martirio continuo a causa de su precaria salud, pues además de la úlcera de su pierna, padeció graves dolencias estomacales, renales y otras enfermedades que lo atormentaron sin tregua. Sin embargo, nunca permitió que sus propios sufrimientos le impidieran servir a los de los demás, pero se negaba a descansar, afirmando que no era propio de un buen general morir en la cama mientras sus soldados luchaban en el frente. Hasta sus últimos días, se le podía ver arrastrándose por las salas del hospital para asegurarse de que ningún enfermo quedara desatendido, falleciendo finalmente en Roma el 14 de julio de 1614, rodeado de una inmensa fama de santidad.
El legado de San Camilo trasciende la fundación de su orden, que hoy continúa su labor en los cinco continentes, pues su espíritu y su método influyeron profundamente en toda la pastoral de la salud posterior. Su visión de una caridad organizada y sin fronteras que, según expertos en historia social, influyó en la posterior concepción de la Cruz Roja Internacional y de los sistemas de asistencia humanitaria. Su vida, que comenzó en la violencia y el vicio, se erige como un monumento a la infinita misericordia de Dios, un testimonio perenne de que la caridad heroica puede florecer en el terreno más improbable, transformando a un gigante de la guerra en un gigante de la compasión.