Especial 20 Aniversario

Si le echas agua del grifo al cocido madrileño, nunca te saldrá como el de tu abuela. El truco está en el tipo de agua y en este paso previo

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El cocido madrileño es mucho más que un plato; es una institución, una tradición que une generaciones en torno a una mesa humeante. Todos perseguimos replicar ese sabor auténtico, esa magia que solo parecía poseer la abuela, esa textura y transparencia del caldo que hoy, a menudo, se nos resiste en nuestras propias cocinas. La frustración llega cuando, a pesar de usar ingredientes de primera, el resultado no alcanza esa cumbre nostálgica que tenemos grabada en el paladar y la memoria.

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Detrás de esa diferencia, a veces abismal, entre el cocido perfecto y el nuestro, se esconden detalles que parecen insignificantes pero que resultan cruciales. No todo es cuestión de la calidad de la carne o los garbanzos, por importante que sea. Existe un par de pasos, a menudo descuidados o desconocidos, que tienen un impacto directo y dramático en el alma del cocido: su caldo, ese elixir que lo define todo y que determina si estamos ante una maravilla o simplemente un guiso más. Desvelar estos secretos es el primer paso para acercarse al legado culinario familiar.

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EL LEGADO CULINARIO: POR QUÉ EL COCIDO DE LA ABUELA ES EL PATRÓN ORO

Fuente: Freepik

La idealización del cocido de la abuela no es casualidad; representa un conocimiento ancestral, una sabiduría transmitida de generación en generación que priorizaba la calidad de la materia prima y el cuidado en los pasos básicos. Es probable que muchas abuelas no usaran agua embotellada de baja mineralización, pero sí que supieran qué agua de su entorno funcionaba mejor, quizás porque el agua de pozo o de la fuente cercana tenía características más adecuadas que la del grifo moderno, fuertemente tratada.

Asimismo, la paciencia y la observación eran pilares en su cocina. El acto de vigilar la olla y retirar la espuma no era una simple tarea mecánica, sino parte de un ritual de cuidado del plato, una forma de asegurarse de que el caldo se desarrollara de la manera más pura posible para conseguir ese inconfundible sabor a cocido madrileño casero. Sin teoría científica, entendían que la limpieza inicial era clave para un buen final, y lo aplicaban con rigor innato.

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