En los últimos años, el auge imparable de plataformas de alquiler turístico como Airbnb ha transformado radicalmente el paisaje urbano de muchas ciudades, un hecho visible, notorio y que hemos seguido de cerca sus consecuencias (basta con ver las constantes manifestaciones en contra de este tipo de actividades). Lo que comenzó como una alternativa flexible y económica para viajeros se ha convertido, en numerosos casos, en un fenómeno que tensiona los barrios, encarece el acceso a la vivienda y pone en jaque la convivencia vecinal.
Ayuntamientos de todo el mundo, (sobre todo algunas ciudades de Europa) han detectado el impacto directo que esta modalidad tiene en la expulsión de residentes de sus barrios tradicionales, donde los pisos turísticos reemplazan hogares y alteran el tejido social de forma acelerada. Ante esta situación, varios gobiernos locales han decidido tomar cartas en el asunto. Algunas ciudades ya no solo regulan, sino que directamente vetan nuevos registros de alquileres de corta duración, en un intento por frenar una dinámica que consideran insostenible.
Desde capitales europeas hasta pequeñas localidades costeras, se alzan voces que exigen equilibrio entre el turismo y el derecho a la vivienda, siendo este incluso uno de los objetivos planteados por el Gobierno actual, crear y mantener este equilibrio. Es así como surge una nueva tendencia que podría marcar un antes y un después: de Airbnb a Airbanned, las ciudades que dicen basta al turismo que expulsa vecinos de los barrios.
Del alquiler vacacional de Airbnb al desarraigo: cómo las plataformas turísticas están vaciando los barrios

En los últimos años, el auge del alquiler vacacional, una práctica que cada día adquiere mayor importancia en el turismo, por todas las ventajas que ofrece, ha transformado profundamente el tejido urbano de numerosas ciudades europeas. Plataformas como Airbnb, concebidas inicialmente como una alternativa económica y flexible al hospedaje tradicional, han acabado por convertirse en motores de especulación inmobiliaria (se ha desvirtuado por el completo el objetivo original). En barrios tradicionalmente residenciales, la conversión masiva de viviendas en alojamientos turísticos ha disparado los precios del alquiler y reducido drásticamente la oferta para los residentes.
Las consecuencias son visibles, familias de toda la vida se ven obligadas a abandonar sus casas, incapaces de competir con los beneficios que generan los visitantes de corta estancia, y este es un fenómeno que se ha ido incrementando en los últimos años en muchas ciudades españolas, por ejemplo. Este fenómeno no se limita a las grandes capitales. Municipios medianos y pequeños, especialmente aquellos con atractivos patrimoniales o paisajísticos, también sufren el efecto expulsión.
A medida que los pisos se destinan al turismo, desaparecen los vínculos comunitarios, las escuelas pierden alumnos y los comercios de proximidad ceden espacio a tiendas efímeras orientadas al visitante, vamos, que el único beneficiario de la situación es el turismo, porque efectivamente se incrementan precios e ingresos en general, pero ¿a cuenta de qué?. En definitiva, el alquiler vacacional descontrolado no solo afecta al acceso a la vivienda, sino que erosiona la identidad de los barrios y su vocación como espacios de convivencia.
Ciudades en pie de guerra con Airbnb: restricciones, multas y vetos para frenar la presión del turismo

Ante este escenario, varios ayuntamientos han decidido actuar con contundencia. Desde Ámsterdam hasta Florencia, pasando por Barcelona (de momento, solo Barcelona, aunque continuamente se realizan este tipo de pronunciamientos en otras ciudades españolas, Madrid, Canarias, Valencia) o Berlín, las autoridades locales han implementado normativas estrictas para limitar la proliferación de apartamentos turísticos. Las medidas incluyen desde la imposición de licencias específicas hasta la prohibición total de nuevos registros en zonas tensionadas.
En algunos casos, los gobiernos locales han llegado incluso a ordenar el cierre de viviendas alquiladas de forma ilegal, con sanciones que superan los 60.000 euros. Estas decisiones no son fruto del capricho político, sino la respuesta directa a la presión de los vecinos, hartos de ver sus comunidades convertidas en parques temáticos (quienes al final son las verdaderas víctimas del conflicto). El turismo masivo genera ruido, suciedad y una rotación constante de personas que dificulta cualquier relación vecinal.
La lucha contra esta forma de gentrificación turística se ha convertido en un punto clave en las agendas municipales, con la dificultad añadida de enfrentarse a plataformas globales con una capacidad de adaptación y presión legal muy superior a la de los pequeños consistorios.
¿Vivienda o negocio?: el dilema que enfrenta a vecinos, propietarios y autoridades locales

El debate de fondo gira en torno a una cuestión esencial: ¿para qué debe servir una vivienda? Para muchos propietarios, alquilar su piso a turistas representa una fuente de ingresos más rentable y menos conflictiva que el arrendamiento tradicional (y es justamente esta postura, lo que ha generado una escasez en la oferta de vivienda y como consecuencia el desequilibrio existente ahora mismo, porque ha crecido también la demanda). Sin embargo, esa lógica de mercado choca con el derecho de los ciudadanos a acceder a una vivienda digna y asequible.
Las ciudades, presionadas por la escasez habitacional, se ven obligadas a intervenir, generando tensiones entre intereses particulares y el bien común (una práctica bastante común en muchas ciudades altamente turísticas). Mientras tanto, los vecinos denuncian la falta de control y la pasividad institucional que durante años permitió que esta situación creciera sin límites. Reclaman que la vivienda cumpla su función social y no se convierta en un producto más dentro del engranaje turístico.
Entre soluciones que pasan por límites temporales al alquiler vacacional, incentivos al arrendamiento habitual o la creación de parques públicos de vivienda, las administraciones locales tratan de recuperar el equilibrio perdido. Pero el pulso continúa: cada nueva medida se enfrenta a una potente maquinaria legal y comunicativa que no está dispuesta a renunciar a sus beneficios sin dar batalla.