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¿Por qué dormimos mal? Estas acciones podrían mejorar la calidad del sueño

Dormir bien es mucho más que cerrar los ojos durante un número determinado de horas. En realidad, la calidad del sueño está condicionada por múltiples factores, desde los hábitos previos a acostarse hasta creencias erróneas muy extendidas.

Para el Dr. Carlos Egea Santaolalla, de la Unidad del Sueño del Centro Médico Quirónsalud Plaza Euskadi, gran parte de los problemas que se ven en consulta podrían evitarse “si la población supiera distinguir entre lo que de verdad ayuda a dormir y lo que solo es un mito sin base científica”.

Mitos sobre el sueño

Dr. Carlos Egea Santaolalla De La Unidad Del Sueno Del Centro Medico Quironsalud Plaza Euskadi
Dr. Carlos Egea Santaolalla, de la Unidad del Sueño del Centro Médico Quirónsalud Plaza Euskadi.

Uno de los errores más comunes es pensar que la melatonina es una pastilla para dormir. No lo es. Se trata de una hormona que regula el ciclo sueño-vigilia, pero su efecto no es inmediato ni actúa como un sedante. Es más, tomarla sin control médico puede resultar ineficaz o incluso contraproducente. A menudo se recurre a ella como una solución rápida, sin tener en cuenta que su eficacia depende del momento del día, de la dosis y del estado general del sistema nervioso. No es una pastilla mágica, sino una ayuda que debe formar parte de un tratamiento más amplio.

También es frecuente pensar que acudir a una Unidad del Sueño solo es necesario cuando hay un problema grave. Pero lo cierto es que trastornos frecuentes como el insomnio crónico, la apnea obstructiva del sueño o el síndrome de piernas inquietas tienen solución si se diagnostican correctamente. Dejar pasar el tiempo con la esperanza de que “ya se pasará solo” solo sirve para cronificar el problema. Y, como señala el Dr. Egea, “una mala calidad del sueño afecta no solo al estado de ánimo, sino también a la memoria, la capacidad de concentración, el sistema inmunológico e incluso al metabolismo”.

Dormir poco es un problema

Otro mito muy perjudicial es pensar que dormir poco no tiene mayores consecuencias. Dormir menos de las horas necesarias —en adultos, entre 7 y 9 por noche— afecta al rendimiento cognitivo, al sistema cardiovascular y al equilibrio emocional. Las personas que duermen mal son más propensas a la ansiedad, la irritabilidad y la depresión. Además, el cuerpo reacciona produciendo más cortisol, la hormona del estrés, y alterando los niveles de insulina, lo que puede favorecer la ganancia de peso.

Hay también quien cree que tomar una copa por la noche ayuda a relajarse y dormir mejor. Si bien el alcohol puede inducir somnolencia en un primer momento, en realidad fragmenta el sueño, impide alcanzar fases profundas y favorece los despertares nocturnos. El resultado es un descanso superficial y poco reparador. Por tanto, no solo no ayuda, sino que puede empeorar un problema preexistente.

Algo parecido ocurre con la costumbre de ver la televisión o usar el móvil en la cama. La exposición a pantallas antes de dormir puede alterar la producción de melatonina y dificultar el inicio del sueño. La luz azul de los dispositivos electrónicos engaña al cerebro, haciéndole creer que aún es de día. Por eso, los especialistas recomiendan establecer una rutina relajante antes de acostarse, que no incluya pantallas ni información estimulante, y que ayude a preparar el cuerpo para el descanso.

Mejorar nuestros hábitos, evitar falsas creencias y consultar con profesionales cuando sea necesario son pasos fundamentales para lograr un descanso verdaderamente reparador. Dormir no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es una necesidad biológica que merece el mismo cuidado que la alimentación o el ejercicio físico.