Manos Unidas y las religiosas de María Inmaculada forman a 360 mujeres sin recursos

Manos Unidas Valencia colabora con la congregación de María Inmaculada en un proyecto en Burkina Faso a través del cual reciben formación profesional un total de 360 mujeres jóvenes sin recursos en una zona donde únicamente una de cada cinco mujeres está alfabetizada. El proyecto formativo tiene como finalidad facilitar la independencia económica de las jóvenes a través de microempresas o de la venta de sus productos y favorecer su desarrollo y el de sus familias.

La misionera Felisa Alcocer, una de las personas que participan en el proyecto, ha relatado que, en este lugar, la mujer «trabaja con el niño a la espalda, literalmente, y sólo a través de la cultura puede mejorar su situación». La misionera, de 77 años y natural de Sotorribas (Cuenca), tiene un «estrecho vínculo» con València, donde vive parte de su familia y a donde viaja cada dos años desde su misión en África.

En Burkina Faso, la comunidad a la que pertenece Alcocer desarrolla un proyecto que promueve el acceso a la formación de mujeres jóvenes del departamento de Saaba, en la región centro del país, una iniciativa en la que se trabaja «con ilusión» para «terminar lo que tenemos en marcha y para la que pedimos ayuda a todas las personas que quieran colaborar».

En Saaba, ciudad con 80.900 habitantes y sin estructuras educativas, Manos Unidas ha financiado en los últimos años la construcción de un edificio de tres pisos para formar a niñas y chicas jóvenes, con clases teóricas y prácticas de costura, bordado, tejido y teñido de telas. Comenzaron a ir a las aulas sin haberse completado la construcción y ya ha terminado su formación la primera promoción.

Ahora, la comunidad y Manos Unidas continúan el proyecto con la construcción de un internado para esas chicas jóvenes, en el mismo terreno donde está el centro formativo, iniciativa que se acaba de poner en marcha y para la que buscan apoyo.

OBJETIVOS Y ACTUACIONES

El proyecto formativo tiene como finalidad facilitar la independencia económica de las jóvenes a través de microempresas o de la venta de sus productos y favorecer su desarrollo y el de sus familias en Burkina Faso, un país en el que las religiosas de María Inmaculada tienen más de 30 años de experiencia misionera, ha indicado el Arzobispado de València en un comunicado.

«En África, si una familia no puede pagar la escuela a todos, la que no va es la niña. Para ellos basta que sepa cocinar y que tenga hijos, es lo único que les interesa para que salga de la casa y así tener una boca menos que alimentar», ha explicado la misionera, que ha precisado que aunque las niñas, de pequeñas, suelen ir a la escuela, «cuando crecen las sacan para que ayuden a su madre o porque no pueden pagarlo».

Ante esta realidad, las religiosas de María Inmaculada se ocupan de las niñas y jóvenes que sacan de la escuela, a las que mandan con algún familiar o algún vecino, y a las que unas veces «tratan bien pero otras, las esclavizan». «De ahí la importancia del centro de formación, donde las recuperamos y les damos una formación para que estén preparadas para trabajar y, si se puede, las llevamos a escuelas profesionales de alto nivel, lo que les permite salir adelante y ayudar a sus familias», ha apuntado.

«En África, la mujer trabaja con el niño a la espalda, literalmente. Ella es la que lleva las riendas de la casa, a veces sin ayuda de nadie; se ocupa de los hijos, de la escuela, la comida… Los varones llevan el grano y, a veces, ni eso, y las leyes no les obligan. Por eso, para mejorar y sacarlas de esta situación, es fundamental el acceso a la educación y a la cultura, porque la gente con cultura lleva otra vida», ha subrayado Alcocer.

Tras su profesión perpetua de votos en la congregación de María Inmaculada, Felisa Alcocer permaneció 20 años en los centros sociales que rigen las religiosas en Roma, Milán y Bari. En ellos atendían a mujeres migrantes, sobre todo jóvenes de Perú, El Salvador, Honduras y Filipinas, a las que ayudaban para que no cayeran en redes de trata o en trabajos abusivos.

Con 57 años fue destinada a Bamako, capital de Mali, país en el que «más que pobreza, hay miseria, y con la COVID, más aún», donde permaneció desde 2002 a 2013, y donde ayudó, junto con su comunidad, a más de 200 empleadas de hogar, a las que dieron formación para mejorar sus condiciones de vida. Desde 2013 ejerce su labor misionera en Burkina Faso, país al que acaba de regresar «con ganas de continuar trabajando al servicio de las personas que más lo necesitan».