Zvi Szlamowicz nació en 1942 y es uno de los 3.000 niños judíos de Bélgica salvados del Holocausto. Su madre murió en el campo de concentración de Auschwitz y su padre fue encarcelado. A su hermana la ocultaron en un convento y a él, que era un bebé, lo acogió una pareja de la resistencia, gracias a la intermediación de un cura.
«Se jugaron la vida», asegura Szlamowicz recordando a su madrina y a su padrino –como se refiere a ellos–, que no conocían de nada a sus padres y aun así se arriesgaron con el fin de protegerlo.
Ahora, a sus 78 años, Zvi Szlamowicz subraya que, para que no vuelva a repetirse algo como aquello, hay que enseñar el Holocausto en el colegio, no un día sino «todo el año», porque este profesor de Secundaria considera que la intolerancia y el antisemitismo se combaten «desde la escuela».
Su historia comenzó en 1942 cuando nació en Bélgica, bajo la ocupación nazi. Él no recuerda nada pero su hermana sí sufrió mucho: la pérdida de su madre, que fue enviada a Auschwitz, donde murió; la separación de su padre, que tuvo que ocultarse y posteriormente, fue encarcelado; las deportaciones y el maltrato de los nazis a los judíos.
Por suerte, contaron con la ayuda de los belgas que organizaron una fuerte resistencia frente a los nazis cuando les ocuparon el país y uno de sus actos fue ayudar a los judíos. «Hay pocos países donde se salvaron tantos niños», explica.
Muchos curas y monjas eran de la resistencia. Por este motivo, protegieron a su hermana escondiéndola en un convento junto a otras 20 niñas judías. «Era un peligro porque los alemanes no eran estúpidos, sabían que la resistencia ocultaba a judíos en conventos e iban a revisar pero a mi hermana le cambiaron el nombre y le dieron un curso rápido de catolicismo», afirma.
Él fue acogido por una pareja de más de 40 años que no tenía hijos. «Para ellos, yo fui como el Mesías», cuenta Szlamowicz, quien reconoce que, a pesar de las dificultades de aquellos años, pues había escasez de alimentos, a él le cuidaron «como a un pequeño príncipe».
«De la ocupación no tengo recuerdos porque la guerra terminó cuando yo tenía 3 años, pero sabía que no tenía mamá y sabía que la pareja no eran mis papás porque les llamaba tío y tía», señala. Ellos se ofrecieron a acogerle sin concer a sus padres.
Hasta tal punto arriesgaron su vida por él que, según le contó su madrina, un día iban en tren de Amberes a Bruselas y un oficial alemán sentado frente a ellos se percató de que el bebé era judío. «Mira, mira –les dijo– se ve que es un bebé judío. No me conteste porque sé que me va a mentir». Por fortuna, se bajó del tren y no les entregó.
Mientras tanto, su padre consiguió ocultarse de los nazis también con la ayuda de la resitencia hasta enero de 1944 cuando «posiblemente le delataron» y le metieron en una cárcel belga para presos políticos. Según le contó, no le mandaron a Auschwitz porque querían que revelara la localización de otros judíos escondidos como él.
Cuando Bélgica fue liberada, él también quedó en libertad y, por casualidad, encontraron a Zvi –porque el cura que le había escondido, el único que sabía dónde estaba, había fallecido ya– y padre e hijos volvieron a reunirse.
TAL VEZ HUBIERA SIDO OBISPO
Si no se hubieran reencontrado, Zvi comenta que «tal vez hubiera sido obispo», como ocurrió con el que fue arzobispo de París Jean-Marie Lustiger, cuya madre también murió en Auschwitz y que fue acogido por una familia de Orleans.
De los horrores que vio su padre, poco supo pues «sistemáticamente, evitaba hablar» de aquello. Lo que sí recuerda de él era que, después de todo lo vivido, era un hombre «con mucho miedo, muy nervioso». «Nunca le vi dormir», indica.
Fue años más tarde cuando Zvi Szlamowicz comenzó a interesarse, estudió y comenzó a trabajar como guía en el Museo de los Combatientes de los Guetos, al norte de Israel. «Necesitaban guías que hablaran castellano y portugués, hacíamos el tour con los jóvenes de Sudamérica, y al final había un testimonio de supervivientes invitados, y pasaban los años y me encontré solo porque ya no había a quién invitar», apunta.
Por ello, se siente en la «obligación» de contar su testimonio, porque «probablemente sea uno de los últimos» supervivientes del Holocausto, uno de los más jóvenes. Y no se cansa de repetir su historia las veces que haga falta, para que todo el mundo conozca lo ocurrido y no se repita.
Como profesor de Secundaria durante 20 años, Szlamowicz cree que «no es suficiente» lo que se enseña a los alumnos en los colegios del mundo sobre el Holocausto. «¿Cómo se puede luchar contra el antisemitismo y contra la intolerancia? Solo en las escuelas, todo el año, no un día», enfatiza.
LA IGNORANCIA, CAUSA DEL ANTISEMITISMO
Además, achaca el antisemitismo a «la ignorancia». Mira la ola de antisemitismo que hay en el mundo, no son gente mala, es gente ignorante. Entre la mayoría de antisemitas que he leído, nunca he encontrado ninguno que sepa qué es un judío», comenta.
Según recuerda, fue «una potencia mundial» la que perpetró aquel genocidio y, por ello, cree que es necesario enseñar «cómo llegaron a eso, por intolerancia, por creencias absurdas, racismo» y hacer comprender a los niños que todas las personas son diferentes, que «no hay mejores ni inferiores». «Solo así podremos evitar esos movimientos nazistas», subraya.
Este año, Zvi ofrecerá una vez más su testimonio el lunes 25 de enero, en el marco del programa de actividades organizadas por el Centro Sefarad-Israel con motivo del Día Oficial de la Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes Contra la Humanidad (27 de enero). Se podrá seguir a través del canal de YouTube del Centro Sefarad-Israel.
Este año, la conferencia será online debido a la pandemia del coronavirus Covid-19, contra el que Zvi ya está vacunado. «Ya he recibido la segunda dosis», confirma contento, aunque reconoce que la situación tampoco es buena, con 4.000 muertos en Israel (dos millones en todo el mundo) y un incremento del desempleo, por la crisis.