San Anselmo de Canterbury, cuya memoria litúrgica se celebra cada 21 de abril, se erige como una de las figuras intelectuales y espirituales más prominentes de la Edad Media europea, dejando una huella indeleble tanto en la filosofía como en la teología cristiana. Nacido en Aosta, en el Piamonte italiano, pero cuya vida y ministerio florecieron principalmente en Normandía y finalmente en Inglaterra como Arzobispo de Canterbury, Anselmo encarna la síntesis armónica entre una profunda vida monástica benedictina y una búsqueda intelectual rigurosa de la verdad revelada.
Su célebre lema, fides quaerens intellectum (la fe que busca entender), resume su aproximación metodológica que marcó el desarrollo del pensamiento escolástico, influyendo decisivamente en generaciones posteriores de pensadores que buscaron explorar los misterios de la fe a través de las herramientas de la razón.
La relevancia de San Anselmo para la Iglesia y para la vida de los creyentes hoy se manifiesta en múltiples dimensiones, trascendiendo su contexto histórico del siglo XI y principios del XII. Su defensa de la libertad de la Iglesia frente a las injerencias del poder secular, plasmada en sus arduos conflictos con los monarcas ingleses, resuena como un testimonio perenne de la necesaria autonomía de la esfera espiritual y la primacía de la conciencia fiel a Dios sobre las exigencias temporales.
Además, su legado como «Padre de la Escolástica» y autor de argumentos filosóficos tan influyentes como la prueba ontológica de la existencia de Dios, invita a una fe que no teme al ejercicio de la inteligencia, sino que se enriquece y profundiza mediante la reflexión racional sobre los contenidos revelados, ofreciendo un modelo de integración entre piedad y saber.
DEL VALLE DE AOSTA AL CLAUSTRO NORMANDO: LOS AÑOS FORMATIVOS
Nacido hacia el año 1033 en Aosta, ciudad alpina entonces perteneciente al Reino de Borgoña, Anselmo provenía de una familia noble; su padre, Gundulfo, era lombardo y de carácter mundano, mientras que su madre, Ermenberga, era una mujer piadosa que le inculcó los primeros rudimentos de la fe.
Desde joven mostró una inclinación hacia la vida religiosa y el estudio, deseando ingresar en un monasterio cercano, pero la oposición paterna y una posterior etapa de cierta disipación juvenil parecieron alejarlo temporalmente de su vocación inicial. La muerte de su madre marcó un punto de inflexión, y tras un conflicto con su padre, Anselmo abandonó el hogar paterno alrededor de los veintitrés años, iniciando un período de viajes y búsqueda intelectual por Borgoña y Francia que lo llevaría a su destino definitivo.
Su peregrinaje formativo lo condujo finalmente a la Abadía de Nuestra Señora del Bec, en Normandía, atraído por la fama de su prior, el célebre Lanfranco de Pavía, considerado uno de los maestros más insignes de su tiempo. Bajo la tutela de Lanfranco, Anselmo no solo profundizó sus conocimientos en las artes liberales y la teología, sino que también encontró el ambiente propicio para discernir y abrazar definitivamente la vida monástica. Ingresó como novicio en Bec hacia 1060, encontrando en la regla benedictina y en la comunidad de monjes el marco ideal para desarrollar su intensa vida espiritual y su prodigiosa capacidad intelectual, destacando pronto por su virtud y su agudeza mental entre sus hermanos.
Tras la partida de Lanfranco para convertirse en abad de San Esteban de Caen y posteriormente Arzobispo de Canterbury, Anselmo fue elegido prior de Bec en 1063, cargo que desempeñó durante quince años con notable sabiduría y dedicación pastoral. En 1078, a la muerte del abad Herluin, fundador de Bec, los monjes eligieron unánimemente a Anselmo como su sucesor, reconociendo en él no solo a un líder espiritual ejemplar, sino también a un pensador de primer orden. Durante su etapa como prior y abad, Anselmo escribió algunas de sus obras filosóficas y teológicas más importantes, como el Monologion y el Proslogion, y consolidó la reputación de Bec como uno de los centros de saber más prestigiosos de Europa.
FIDES QUAERENS INTELLECTUM: EL LEGADO FILOSÓFICO DE SAN ANSELMO DE CANTERBURY
El núcleo del pensamiento de San Anselmo de Canterbury se articula en torno a su famoso principio fides quaerens intellectum, la fe que busca comprender, que expresa su convicción de que la razón humana, iluminada por la fe, puede y debe explorar los misterios revelados por Dios. No se trataba para él de utilizar la razón para alcanzar la fe o para demostrarla a quienes no creen, sino de profundizar intelectualmente en aquello que ya se posee por la fe, buscando inteligir la racionalidad interna de las verdades creídas.
Este enfoque metodológico sentó las bases del método escolástico, que intentaba aplicar las herramientas de la lógica y la filosofía al servicio de la teología, buscando una mayor claridad y comprensión de la doctrina cristiana.
Su contribución filosófica más célebre y debatida es, sin duda, el argumento ontológico para la existencia de Dios, expuesto principalmente en su obra Proslogion. Anselmo define a Dios como «aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado» (aliquid quo nihil maius cogitari possit), argumentando que si tal ser existiera solo en el entendimiento, se podría pensar en un ser aún mayor, es decir, uno que existiera también en la realidad, lo cual sería contradictorio con la definición inicial.
Por lo tanto, concluye Anselmo, ese ser máximamente pensable debe existir necesariamente tanto en el pensamiento como en la realidad; este argumento ha generado una vasta literatura crítica y defensora a lo largo de los siglos, manteniendo su fascinación intelectual hasta nuestros días.
Otra de sus aportaciones teológicas fundamentales se encuentra en su tratado Cur Deus Homo (¿Por qué Dios se hizo hombre?), donde desarrolla su influyente teoría de la satisfacción sobre la expiación. Anselmo argumenta que el pecado humano constituyó una ofensa infinita contra el honor de Dios, que requería una reparación igualmente infinita que el hombre por sí solo era incapaz de ofrecer.
Solo la encarnación del Hijo de Dios, que como Dios podía ofrecer una satisfacción infinita y como hombre podía representar a la humanidad pecadora, pudo restaurar el orden de la justicia divina mediante el sacrificio redentor en la cruz. Esta teoría marcó profundamente la comprensión occidental del misterio de la redención, influyendo en teólogos posteriores como Santo Tomás de Aquino.
ENTRE LA CRUZ Y LA CORONA: ANSELMO COMO ARZOBISPO
Tras la muerte de Lanfranco en 1089, la sede arzobispal de Canterbury permaneció vacante durante cuatro años debido a la negativa del rey Guillermo II Rufus de Inglaterra a nombrar un sucesor, apropiándose mientras tanto de las rentas eclesiásticas. Durante una grave enfermedad en 1093, el rey, temiendo por su salvación, cedió a las presiones de los obispos y nobles y nombró a Anselmo, entonces abad de Bec y de visita en Inglaterra, como nuevo Arzobispo de Canterbury. Anselmo aceptó el cargo con gran renuencia, consciente de las dificultades que implicaba y previendo los conflictos inevitables con un monarca conocido por su carácter autoritario y sus constantes injerencias en los asuntos de la Iglesia.
Efectivamente, el pontificado de Anselmo en Canterbury estuvo marcado por continuas y agrias disputas con Guillermo II y, posteriormente, con su sucesor Enrique I, principalmente en torno a la cuestión de las investiduras y la libertad de la Iglesia. Anselmo defendió firmemente la autoridad del Papa y el derecho exclusivo de la Iglesia a nombrar a sus obispos y a administrar sus bienes, oponiéndose a la pretensión real de controlar los nombramientos episcopales (investidura laica) y exigir juramentos de vasallaje feudal a los prelados. Esta postura intransigente en defensa de los principios de la Reforma Gregoriana le valió dos largos períodos de exilio, durante los cuales buscó el apoyo del papado en Roma.
A pesar de las enormes dificultades y presiones, Anselmo se mantuvo firme en sus convicciones, demostrando una notable fortaleza moral y una profunda lealtad a la Iglesia. Finalmente, tras arduas negociaciones y un segundo exilio, logró alcanzar un compromiso con el rey Enrique I en el Concordato de Londres de 1107, que establecía una distinción entre la investidura espiritual (reservada a la Iglesia) y la temporal (los obispos podían rendir homenaje al rey por las posesiones feudales). Aunque no fue una victoria total, este acuerdo supuso un avance significativo en la afirmación de la autonomía eclesiástica en Inglaterra, gracias en gran medida a la perseverancia y la integridad de Anselmo.
DOCTOR MAGNIFICUS: LA ESTELA IMPERECEDERA DE UN PENSADOR
San Anselmo falleció en Canterbury el 21 de abril de 1109, Miércoles Santo, rodeado de sus monjes y dejando tras de sí un legado de santidad personal, liderazgo pastoral y brillantez intelectual. Su vida fue un testimonio coherente de su lema fides quaerens intellectum, integrando armoniosamente la oración contemplativa, el estudio riguroso y la acción pastoral comprometida, incluso en medio de las tormentas políticas. Su fama de santidad se extendió rápidamente, y aunque su canonización formal no se produjo hasta varios siglos después (tradicionalmente atribuida al Papa Alejandro VI en 1494, aunque algunos estudiosos la cuestionan), fue venerado como santo poco después de su muerte.
El reconocimiento formal de su extraordinaria contribución doctrinal llegó en 1720, cuando el Papa Clemente XI lo proclamó Doctor de la Iglesia Universal, otorgándole el título de «Doctor Magnificus» por la profundidad y originalidad de su pensamiento. Esta distinción sitúa a Anselmo en el selecto grupo de santos cuya doctrina ha sido considerada por la Iglesia como de eminente valor y relevancia para la fe universal a lo largo de los siglos. Sus escritos continúan siendo objeto de estudio y admiración en los ámbitos filosófico y teológico, destacando por su claridad lógica, su agudeza argumentativa y su profunda raíz espiritual.
El legado perdurable de San Anselmo de Canterbury reside en su ejemplar síntesis de fe y razón, de vida contemplativa y compromiso pastoral, y de firmeza en los principios y prudencia en la acción. Su figura inspira a creyentes e intelectuales a no disociar la búsqueda de la verdad del amor a Dios y al prójimo, recordando que la inteligencia humana alcanza su plenitud cuando se pone al servicio de la comprensión del misterio divino. La celebración de su fiesta cada 21 de abril invita a redescubrir la riqueza de su pensamiento y la ejemplaridad de su vida, un faro luminoso que sigue orientando a la Iglesia en su peregrinar a través de la historia.