Borrell aboga por una inmigración «ordenada» y «regulada», porque «de nada sirve el aquí no viene nadie o el vienen todos»

El ministro de Asuntos Exteriores, UE y Cooperación, Josep Borrell, abogó este miércoles por encontrar «procesos ordenados y regulados» en materia migratoria que posibiliten alcanzar «puntos de equilibrio entre nuestras necesidades y nuestra capacidad de integración», ya que «de nada sirve el aquí no viene nadie o el vienen todos».

Así se pronunció el jefe de la diplomacia española durante la clausura de la conferencia ‘Migración y Ciudades: El Camino hacia una integración inclusiva’, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en la sede de la Fundación Telefónica en Madrid.

El ministro subrayó que la inmigración es una cuestión que se encuentra en «el corazón de los debates políticos y sociales de nuestro tiempo» y la presentó como un «problema pero también como una oportunidad», que protagonizará el debate en las próximas elecciones generales y, «más aun», en las elecciones europeas.

Destacó que la inmigración se vive actualmente como «uno de los problemas más candentes de la UE», «mucho más fuerte y peligroso» de lo que fue la crisis del euro, que provocó el cisma entre los países acreedores y deudores, entre los países del norte y del sur de Europa. y que se resolvió a base de «ingentes cantidades de liquidez del BCE y algunas reformas institucionales».

En cambio, según Borrell, los problemas derivados de la inmigración serán más difíciles de resolver, puesto que afectan a la «psique» y porque alcanzan «aspectos culturales e identitarios que no se resuelven con aportes financieros ni reformas institucionales. «Son más emocionales, afectan a la sensación de pertenencia a una comunidad humanas y dependen de los países y de dónde se sitúe cada uno en el entramado social», dijo.

Prueba de ello, comentó, es que los países del este, como Polonia y Hungría, consideran a la inmigración un problema del que hay que protegerse «levantando muros e impidiendo el acceso a su suelo a personas no nacionales». También comentó que Italia «está en esa actitud, probablemente como consecuencia de haber recibido un flujo muy grande ante la indiferencia del resto de países europeos que no hemos arrimado el hombro ante un problema que generó tensiones importantes y, a su vez, respuesta políticas que han acabado cerrando puertos y desplazando los flujos hacia España».

A su vez, expuso que el 80% de los migrantes africanos se trasladan a otro país africano, mientras que el 20% restante «se arriesga a llegar a nuestras costas y aeropuertos». Los que se quedan en África acaban en Sudáfrica que recibe «sin problemas» anualmente a 250.000 migrantes, lo que contrasta con la «alarma» que genera en España recibir a 70.000 al año.

Afirmó que en América Latina se vive un proceso de «emigración forzada a caballo entre el emigrante y el exiliado» con motivo de la «situación crítica» que se vive en Venezuela y que ha llevado a 3,5 millones de personas a abandonar el país caribeño.

Esto le sirvió para aseverar que «la inmigración no es un problema para los europeos», que han padecido este fenómeno de manera «temporal» por la guerra civil en Siria y por el «hundimiento» del sistema político en Libia.

INTEGRACIÓN INMIGRANTES

Borrell cuestionó que los inmigrantes quiten puestos de trabajo a los nativos de un país. «Depende de a quien. Seguramente a mí no. Mi puesto en la universidad no me lo va a quitar un emigrante», dijo, y añadió que ese migrante le ofrece una «oferta de trabajo, servicio doméstico, seguramente a un coste menor que no se hubiera ese flujo de inmigrantes, y además no vive cerca de mí porque no tiene un chalet en El Escorial».

Frente a posición de privilegio, reconoció que existe una parte de la población que «no obtiene rédito de la migración» y que coexiste con el inmigrante, una convovencia que «a veces no es tan fácil» y que compiten por el mercado de trabajo. Ello lleva a que «el debate sobre la migración esté muy sesgado por las vivencias de las que participan en un determinado entorno social».

Advirtió de quel el temor al inmigrante puede llegar a ser explotado por «determinados planteamientos políticos», lo que obliga a desarrollar una «enorme pedagogía política» para hacer comprender que la «sociedad envejece y que no hay una solución fácil para el bache demográfico». A su juicio, países como España y Alemania necesitan «renovar sus poblaciones», algo que «no es fácil solo con la reproducción», lo que obliga a recurrir a la integración de la población inmigrante.

Esto le sirvió para afirmar que España cuenta con un 12% de población migrante y destacar que si el mercado español ha conseguido superar el envejecimiento de la población se ha debido a la «extranjerización» y a la «feminización», un fenómeno en el que se ha logrado ser «más eficaces» que los británicos, los franceses y los alemanes gracias a la facilidad para integrar a la población latinoamericana y del este de Europa.

Reclamó iniciar un debate «sereno y racional» en España y en la UE sobre la inmigración, un fenómeno que «no va a acabarse, qe no es coyuntural, que no se resuelve cerrando puertos para que se vayan a los puertos del vecino y que no se resuelve con políticas mathusianas ni con angelicalismos». Sostuvo la necesidad de «luchar contra la inmigración irregular, dotarla de orden y concierto, que sea percibida como un fenómeno controlado, llegando a acuerdos de devolución con incentivos con los países transmisores y dándoles ayuda al desarrollo».

Abundó en la necesidad de ofrecer «procesos ordenados y regulados» que permitan «encontrar puntos de equilibrio entre nuestras necesidades y nuestra capacidad de integración», ya que «de anda sirve situarse en una posición extrema de un lado o de otro, de nada sirve el aquí no viene nadie o el vienen todos».